viernes, 30 de octubre de 2015

Netanyahu, el Muftí y Hitler

Por Julián Schvindlerman
Comunidades – 28/10/15

“No más Monsieur, no más Míster. En el cielo Alá, en la tierra Hitler” --canción popular en boga en el mundo árabe a finales de la década de 1930

Benjamín Netanyahu causó una gran polémica la semana pasada al declarar que originalmente Adolf Hitler sólo quería expulsar a los judíos de Europa, pero que fue persuadido de exterminarlos por el Gran Muftí de Jerusalem, Haj Amín al-Husseini. Autoridades académicas de Israel, miembros de la sociedad civil, líderes de la oposición política, su propio ministro de defensa y, por supuesto, referentes palestinos, lo desmintieron. Angela Merkel indicó que “la responsabilidad del Holocausto es de Alemania” y el propio premier aclaró posteriormente: “No quise decir que absolvía a Hitler de su responsabilidad, sino que el fundador de la nación palestina quería destruir a los judíos incluso antes de que existiera la ocupación o los asentamientos”. 

Los políticos cometen gaffes y es bueno que el premier israelí haya corregido su afirmación inicial. Por su parte, era de esperar que los líderes palestinos buscaran castigar a Netanyahu y explotaran políticamente su frase en beneficio propio. Pero deberían cuidarse de no insistir demasiado con el tema, pues el veredicto de la historia a propósito de las actividades pro-nazis del principal líder palestino durante la Segunda Guerra Mundial es realmente fulminante.

El Tercer Reich invirtió considerable capital en las actividades del muftí y otros dignatarios árabes pro-nazis. Una porción del presupuesto de la cancillería alemana y las SS de Heinrich Himmler estaban asignadas a financiar actividades árabes pro-nazis, entre otras, las revueltas árabes que el muftí orquestó en 1936 en Palestina. Ya en 1937 Joseph Goebbels aduló la “concientización nacional y racial” de los árabes notando que “en Palestina flamean banderas nazis y decoran sus casas con esvásticas y retratos de Hitler”.
En 1941, al-Husseini fue recibido en Roma y en Berlín, respectivamente por Mussolini y Hitler. “Hay una similitud definitiva entre los principios del Islam y los principios del Nazismo” aseguró el líder palestino. A principios de la década de 1940 estableció un “instituto para la investigación en torno a la cuestión judía en el mundo musulmán”, basado en un modelo alemán. En Berlín se albergó en una gran casa en la calle Klopstock, la que hasta 1939 había sido una escuela hebrea. Desde su base en Alemania, el muftí supervisó las políticas de propaganda, operaciones de espionaje, actos de sabotaje, y el reclutamiento de musulmanes a milicias pro-nazis en países ocupados por el Eje en el Norte de África y Rusia. Tenía a su disposición estaciones de radio en Berlín, Zeissen, Bari, Roma, Tokio y Atenas, desde las cuales conducía la propaganda pro-nazi hacia el Medio Oriente.

Los cuarteles del muftí en Ginebra y Estambul le permitían propagar sus actividades de espionaje a lo largo de todo el Medio Oriente, dónde tenía agentes en Palestina, Siria e Irak además de mantener contactos con agentes de inteligencia alemanes en Turquía. En 1940 solicitó a Alemania que “resuelva la cuestión de elementos judíos en Palestina y otros países árabes en concordancia con los intereses nacionales y raciales de los árabes y en líneas similares a aquellas empleadas para resolver la cuestión judía en Alemania e Italia”. En 1943 al-Husseini instó al Tercer Reich que bombardee Tel-Aviv y Jerusalém en un “ataque [que] debe ser efectuado con una gran fuerza para que tenga un efecto duradero”. Cuando las tropas de Rommel ingresaron a Nord África, el muftí no ocultó su agrado. En una carta fechada 4 de Julio de 1942, al-Husseini escribió: “Permítame, Führer, expresarle la sincera alegría del pueblo árabe y mis mejores deseos en la ocasión de la victoria del Eje en Nord África... El pueblo árabe continuará luchando a su lado contra el enemigo común hasta la victoria final”.

Alemania correspondió la cortesía del muftí. En una carta con fecha Noviembre 2 de 1943, Himmler elogiaba la “alianza natural que existe entre el Nacional-Socialismo de la Gran Alemania y los musulmanes amantes de la libertad de todo el mundo”. Anteriormente, en abril de 1942, el Ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, envió una carta a “su eminencia” el muftí en la que declaraba la disposición de Alemania “para dar todo su apoyo a los países árabes oprimidos en su lucha por… la destrucción del Hogar Nacional Judío en Palestina”.  

Desde Berlín, entre 1942 y 1944, al-Husseini trabajó sin cansancio para impedir el rescate de judíos de Hungría, Rumania, Bulgaria y Croacia. Un oficial alemán, Wilhelm Melchers, durante los Juicios de Nürenberg dijo que “El muftí era un enemigo fiero de los judíos y no ocultó [el hecho de que] le gustaría verlos a todos liquidados”. La comunidad judía mundial intentó, infructuosamente, en 1947 someter al muftí ante el Tribunal de Nürenberg bajo cargos de criminal de guerra a partir de su involucramiento en los planes genocidas hitlerianos. Haj Amín al-Husseini murió como hombre libre, por muerte natural, en Beirut en el año 1974.

Netanyahu erró al exagerar la influencia del muftí palestino sobre Hitler durante la guerra. Su aseveración, no obstante, tuvo el beneficio de volver a echar luz sobre el papel genocida jugado por la máxima autoridad palestina de la época y por forzarnos a recordar cuan añeja es, y que tan profundamente cala, la hostilidad palestina a la existencia judía en Tierra Santa.

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