sábado, 4 de abril de 2015

Javad Zarif.
"Zarif tiene muchos fans, y parece que el secretario de Estado Kerry es uno de ellos. Pero debemos recordar que Kerry también era fan de Bashar al Asad, que en su día hizo lo mismo que hace ahora Zarif: quiero el cambio –decía a los americanos–, quiero reformas, ayudadme con la modernización. El problema es que no hay pruebas de que Zarif sea un reformista, sino de que es un muy cualificado defensor del régimen"
En un interesante artículo para Bloomberg titulado “El encantador en jefe de Irán vuelve a ganar”, Eli Lake analiza el encanto del principal negociador iraní en la cuestión nuclear, el ministro de Exteriores de la República Islámica, Mohamed Javad Zarif.
Es curioso, la manera en que el encantador portavoz de uno de los peores regímenes del planeta gana adeptos en Occidente. Como cuenta Laks, Zarif no es un decision maker y a menudo no puede responder de las promesas que hace. Pero conoce bien a los norteamericanos –estudió en EEUU, y vivió en Nueva York durante los cinco años en que se desempeñó como embajador de Irán ante la ONU–. La única vez que le vi en acción comprobé que es muy inteligente, que su inglés es perfecto y que es un genio a la hora de decir a los estadounidenses lo que quieren oír.
Zarif tiene muchos fans, y parece que el secretario de Estado Kerry es uno de ellos. Pero debemos recordar que Kerry también era fan de Bashar al Asad, que en su día hizo lo mismo que hace ahora Zarif: quiero el cambio –decía a los americanos–, quiero reformas, ayudadme con la modernización. Sin duda, Zarif está diciendo (a Kerry, y también a los europeos) que este acuerdo nuclear ayudará a los reformistas como él a cambiar Irán, a abrirlo; a emprender la transformación de la República Islámica en un país normal.
El problema es que no hay pruebas de que Zarif sea un reformista, sino de que es un muy cualificado defensor del régimen. Ha de destacarse que los diplomáticos occidentales se están fijando en él como individuo. Es normal, y ocurre con regímenes buenos y malos. Recuerdo cuando la Administración Reagan mandó a un tipo de línea dura a representarnos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra y empezó a arremeter… contra las firmes posiciones que Washington quería defender. ¿Por qué? Porque se había hecho un muy respetuoso amigo del aristocrático embajador británico, Lord Tal y Tal, y no quería disgustarle. Recuerdo a nuestro hombre decir por teléfono que si persistiéramos en nuestras reaganitas posiciones “Lord X se enfadaría muchísimo”. Es una reacción humana natural, pero no deja de ser chocante que el influjo personal pueda imponerse a la política y los hechos cuando el otro diplomático representa no al Reino Unido sino a alguna temible tiranía.
Prefiero con mucho a gente como el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov. Lavrov también fue embajador de su país ante la ONU (durante diez años, el doble que Zarif) y conoce EEUU muy bien. También habla un inglés perfecto y es muy inteligente. Pero no tiene ese mismo encanto, y su manera de comportarse y negociar a menudo son mucho más duras, del tipo “Te guste o no, somos Rusia y haremos lo que queramos”. Y, como Zarif, no es un decision maker, a fin de cuentas el poder lo tiene Putin en Moscú, como lo tiene Alí Jamenei en Teherán.
Lo chocante no son los diferentes modos de manejarse de éstos sino la reacción ante ellos de Occidente. La ofensiva del encanto funciona, mucho más de lo que debería. La realidad del país en cuestión –la Rusia soviética, la China comunista, la República Islámica– se desvanece y queda como un vago telón de fondo ante el afable señor que se sienta enfrente de nuestro negociador. Sería grosero, de mala educación, recordar los crímenes que perpetra el régimen al que representa, porque lo mismo se pondría triste. Se disgustaría con nosotros. Quedaríamos como mucho menos sofisticados de lo que somos.
Por otro lado, se afronta un peligro peculiar cuando el negociador de tu país es tu propio ministro de Exteriores. Cuando un negociador de rango inferior cae en una trampa, el ministro no tiene más que decir basta y mandarlo de vuelta; eso fue precisamente lo que ocurrió con el caso citado arriba del diplomático estadounidense que se hizo tan amigo del embajador británico. Pero cuando el negociador es el ministro, como sucede con Kerry en Lausana, es un funcionario de rango menor quien debe decirle: “¡Jefe, despierte, que le está vacilando!”.
La moraleja, quizá, es que hay que mandar unos negociadores bordes, gente a la que no le importe el trato que tenga con representantes de regímenes diabólicos. Que el encanto del señor Zarif pueda afectar al resultado de las negociaciones nucleares es una lección de cómo no se ha de actuar en en el mundo de la diplomacia.
© Versión original (inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: elmed.io 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.