miércoles, 1 de abril de 2015

La exploración de un laberinto-Fuente olei Raanana
Marcos Aguinis
Kovadloff ofrece un aporte infrecuente a un problema complejo.
Pareciera que la definición más condensada del judaísmo es la que afirma que se trata de una interminable polémica. En efecto, con justicia los judíos han sido identificados como Pueblo del Libro. Ese libro, la Biblia, contiene el Pentateuco (Torá), los Profetas y losHagiógrafos, redactados en diferentes tiempos y por diversas plumas.
Esa caudalosa obra nunca dejó de ser estudiada, comentada y exprimida desde la antigüedad hasta el presente. Para ser justos, se debe señalar que también hubo una inmensa producción literaria hebrea que no fue incorporada a la Biblia y se remonta a más de dos mil años.
El historiador anglo-católico Paul Johnson afirma que la literatura judía de los tiempos precristianos fue más abundante que toda la farragosa creación helénica. Durante la dominación romana se empezó adesarrollar el Talmud (ley oral) de Jerusalén y de inmediato el de Babilonia (Mishná y Guemará). Era una catarata variopinta de discusiones, crónicas, enseñanzas, interpretaciones y relatos que llenaban volúmenes. Más adelante, en las alturas de la ciudad de Safed, sobre la Alta Galilea, se desarrolló la Cábala, que ya venía siendo elaborada por sabios judíos del Mediterráneo occidental. Enmedio de esa actividad intelectual incesante, los judíos padecían discriminación, opresión, expulsiones, calumnias y asesinatos. El estudio de la Torá y sus anillos de comentarios se realizó durante la paz y la guerra, el bienestar o la miseria.
Antes de la destrucción del reino de Israel había comenzado a formarse la diáspora judía, que en hebreo se llama Galut. La integraban judíos de todas las profesiones y clases sociales. En algunos sitios como Alejandría y Roma surgieron relevantes personalidades. Aunque el vínculo con Tierra Santa y
Jerusalén jamás dejó de ser mantenido con firmeza, la diáspora no era uniforme ni siempre opresiva. Con su reciente libro, Santiago Kovadloff se interna con solvencia en un campo minado. La independencia del Estado de Israel no sólo ha sido un milagro que llenó de júbilo a millones porque parecía cerrar la maldición absurda del Galut, sino que además ha generado un efecto inquietante: es el fin de la etapa más larga y conocida de la diáspora por antonomasia. Otros pueblos también tienen a la mayoría de sus integrantes fuera del territorio ancestral, como los armenios y loslibaneses. Pero ninguno acopia la riqueza en historias, productividad y trascendencia como la judía.
El solo título del libro (La extinción de la diáspora judía) es un desafío. Con una prosa deslumbrante y afinada, Kovadloff revisa con permanente equilibrio los numerosos enfoques que ha generado la nueva situación. Por un lado, existe un Estado de Israel exitoso donde se ha vuelto a concentrar buena parte del pueblo judío (alrededor de la mitad) y por la otra, subsiste una Diáspora con judíos que optan por integrarse a los países donde residen. Entre una y otra porción persisten lazos de recíproco afecto y enriquecimiento espiritual. El pasado y una cultura común los asocia. Pero la diáspora, al no ser ya más una maldición infranqueable, se ha transformado en algo diferente.
Tendencias seculares y resurgimientos religiosos enredan el panorama.
Las opiniones osadas de varios filósofos y algunas personalidades de gran estatura son disecadas por Kovadloff con meritoria prolijidad. Pone en evidencia un bosque de conflictos, puntos de vista y angustias que burbujean en el judaísmo actual y no siempre son tenidos en cuenta. Pero el autor no se limita a reproducir enfoques ajenos, sino que los somete a una crítica luminosa y audaz. Ofrece una contribución infrecuente sobre un asunto que a muchos quemaría las manos.

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