Por Marcelo Polakoff | Rabino, miembro del Comipaz
-la voz.com
Fue la semana pasada en Doha, capital de Catar. Estuve allí dos jornadas, en la Conferencia Anual de Diálogo Interreligioso que se realizaba en ese pequeño emirato árabe del “empetrolado” Golfo Pérsico.
En representación del Congreso Judío Latinoamericano, hablé de “La influencia negativa en la juventud por parte del liderazgo religioso radicalizado”. Compartí la charla con autoridades musulmanas de Gambia, India, Bulgaria y Kuwait, y con un obispo de la iglesia evangélica bautista de Georgia.
Con tenores e intensidades variadas y en diferentes lenguas, todos condenamos el fanatismo, advirtiéndonos de lo peligroso de su mensaje, haciendo hincapié en la facilidad con que puede prender en los jóvenes, dadas determinadas y especiales circunstancias.
Realmente esperaba una crítica al extremismo, por lo que no me sorprendían los conceptos que se vertían a diestra y siniestra. De todas maneras, fue muy bueno escucharlos, teniendo en cuenta que de los casi 400 asistentes, unos 250 eran musulmanes, más de un centenar eran cristianos y apenas un puñado pertenecíamos a la tradición judía.
Allí podría haberse cerrado mi panel, si no fuera por lo que sucedió en el momento reservado para las preguntas y los comentarios del público, que en este caso eran, por supuesto, otros líderes religiosos.
Un señor de unos 60 largos años, envuelto en un elegante atuendo árabe, con voz pausada y firme dijo algo así, de acuerdo al inglés del traductor: “Hace casi 30 años que participo en eventos de este tipo y estoy cansado de tanta hipocresía y de dobles mensajes. Escucho a nuestros amigos musulmanes hablar de una cierta manera aquí, delante de nuestros amigos cristianos y judíos, pero cuando estoy en la mezquita, muchas veces escucho un mensaje completamente diferente. Me gustaría que eso no suceda más”.
Un silencio sepulcral recorrió el salón... Algunos se cruzaban miradas extrañadas; otros bajaban la vista; otros permanecían atónitos, sin poder captar la simpleza y honestidad de este hombre, que continuó: “Al rabino y al obispo, les digo que cuando personas de sus religiones cometen actos criminales contra gente de tradición islámica, no escucho mensajes de condena por parte de muchos de ustedes, que también me gustaría escuchar”.
Por cuestiones de tiempo, el coordinador finalizó la sesión y yo me dediqué, en medio del tumulto, a identificar al portador de tanta valentía y verdad. Lo encontré y lo felicité por sus conceptos (que de manera general comparto) y le conté que, al menos en nuestra sinagoga cordobesa, cuando hay víctimas de actos terroristas, las incluimos en nuestras plegarias más allá de su pertenencia religiosa.
El quijotesco personaje resultó ser un exembajador de los Emiratos en Washington y en Londres, así que no era un improvisado, lo que a mis ojos dio mayor validez a sus dichos.
No encontré en el resto de la conferencia mejores reflexiones. Cuando todos (recalco: todos) digamos lo mismo adentro y afuera de nuestros templos, y cuando todos (vuelvo a recalcar: todos) condenemos todo tipo de terror –más allá de quien sea la víctima o el victimario–, podré ir a Catar por más días y sólo de paseo.
El texto original de este artículo fue publicado el 23/02/2016 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.
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