lunes, 16 de mayo de 2011

UNA SEMANA BAJO EL MAR

Por Alfredo Abian

Si hemos de hacer caso a lo que nos cuentan, Osama bin Laden lleva una semana bajo las aguas del mar Arábigo. Como mucho, a unos 4.500 metros de profundidad. Aquella zona del Índico no da para más. Pero vaya usted a saber qué habrá sido del cadáver en semejante oscuridad abisal, teniendo en cuenta que la mortaja oficial que supuestamente le pusieron fue una bolsa de plástico y un lastre suficiente como para que llegara al fondo. Barack Obama ha optado por ignorar los sabios consejos de Belén Esteban, quien exigió que “saquen el cuerpo y que lo vea todo el mundo”. De momento, nada de fotos ni de vídeos. Las filmaciones de una liquidación, una ejecución o un acto de guerra extremo –lo mismo da– suelen ser desagradables. Recuerden el ahorcamiento de Sadam Husein o los degollamientos de secuestrados occidentales a manos de cualquier franquicia de Al Qaeda. Si tienes un teléfono móvil y estás entre los verdugos, la grabación tiene el éxito asegurado. Antes de que la tecnología avanzara tanto que es una barbaridad todo era distinto. Stalin hubiera pagado lo que no está escrito por grabar el momento en que un señorito revolucionario catalán clavaba un piolet en la cabeza de Trotski. Y, sin embargo, habría ordenado que nadie filmara el secuestro de Andreu Nin, salvo para manipular las imágenes y situarlo en Salamanca o en Berlín instantes antes de su revolucionaria desaparición. Cambian los actores, las circunstancias, los pretextos, pero casi todo se asemeja. Los exterminadores son condecorados en vida, aunque sea en la intimidad. Eso sí, cuando mueren son sepultados en cementerios reservados a los héroes patrios. Pero no nos engañemos. Bin Laden debe de estar rodeado de sirenas huríes en su sepulcro acuático. Peor sería lucir un mono naranja en Guantánamo.
Fuente: La Vanguardia

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