domingo, 27 de octubre de 2013

El Poder del Amor

El Poder del Amor La perspectiva judía del amor. Rabinos Noaj Weinberg zt''l y Yaakov Salomon. Amor. ¿Ha habido alguna vez un misterio más grande? ¿Hay alguien que no haya deseado aprender los secretos del amor? ¿Puede ser creada una fórmula para el amor? ¿Qué es lo que el judaísmo y la Torá dicen sobre el amor? La primera y quizás más enigmática cosa que necesitamos entender sobre el amor es que el judaísmo no trata al amor como un ideal, una convicción, un principio, un concepto hermoso, o una pasión indómita. Es una obligación. Un deber. Una responsabilidad. Un requisito. Sí, puedes leer eso de nuevo. A pesar de todo lo que has visto, sentido, oído o creído sobre el esplendor, el encanto, la fascinación y la magia del amor, a fin de cuentas es una obligación. Ahora, no te desanimes. El hecho de que el judaísmo trata al amor como una obligación no significa que no tiene magia, encanto o fascinación. Tiene todo eso, ¡y más! El amor tiene una cantidad infinita de intriga y de poder, pero es principalmente una obligación. ¿De dónde viene esto? ¿Qué significa esto? Esto es lo que dice la Torá: “No te vengarás y no guardarás rencor, amarás a tu prójimo como a ti mismo, yo soy Dios” (Levítico 19:18). Examinemos este concepto clave más profundamente y, en el proceso, descubriremos algunos de los secretos más grandes sobre cómo alcanzar una relación realmente exitosa y satisfactoria. Las Preguntas… Dios nos instruye, de hecho nos ordena, a amarnos el uno al otro. Y mientras lo hace, rodea al mandamiento con información aparentemente extraña. Esto nos incita a hacer lo que mejor hacemos los judíos: ¡preguntar! El versículo de arriba es uno de los más de 5.000 versículos en la Torá, y es uno de los más importantes. Léelo de nuevo y fíjate si te molestan las mismas cosas que nos perturban a nosotros. 1) ¿Cómo puede “amar” ser una obligación? ¡O amas a alguien o no! ¿Quién escuchó alguna vez sobre legislar una emoción? No es algo que puedes obligar a alguien a hacer. 2) El mismo versículo de la Torá que nos obliga a amarnos el uno al otro también dice: “No te vengues y no guardes rencor”. ¿Qué tiene que ver vengarse o guardar rencor con amar a nuestro prójimo? ¿Qué hacen estos mandamientos juntos en el mismo versículo? 3) ¿Por qué dice el versículo: “…ama a tu prójimo como a ti mismo?”. La Torá nunca utiliza palabras extra, entonces ¿Qué es lo que la frase “como a ti mismo” viene a agregar? 4) Las palabras del texto original en hebreo: ‘veahavta lereeja’, que generalmente son traducidas como: “ama a tu prójimo” en realidad deberían ser traducidas como “ama a tu amigo”. ¿Por qué la Torá se refiere a nuestro prójimo como nuestro “amigo”? 5) El versículo termina con las palabras: “Yo soy Dios”. ¿Qué tiene que ver esto con amar a tu amigo? Responder estas cinco preguntas nos dará lo que necesitamos para entender lo que es realmente el amor y cómo podemos adquirirlo. 1) ¿Cómo es posible obligar a “amar”? A primera vista, el pensamiento de obligar cualquier emoción parece absurdo, incluso imposible. Exigir que alguien “sienta” algo parece ser completamente contrario a lo que son los sentimientos. Y sin embargo, si Dios nos instruye hacerlo, debe ser posible. Y lo es. Considera el siguiente ejemplo: Tienes dos hijos – una niña de 6 y un niño de 9 años de edad. Un día entras a la casa y escuchas gritos. La voz de tu hijo es la más alta, por lo que naturalmente lo convocas primero. “Hey… ¿Qué es todo este griterío?”. Preguntas. “Odio a mi hermana” es la repuesta. “¡¡¡La odio, la odio, la odio!!!”. “¿Cuál crees que sería tu respuesta a este arranque? “Bueno, puedo entenderlo. Si la odias, la odias. Es un sentimiento, por lo que supongo que está bien. ¿Qué hay para cenar hoy?”. ¡Obvio que no! ¡No harías nada como eso! Probablemente dirías lo que la mayoría de los padres dicen en momentos como ese: “¡No digas eso! ¡Tienes que amar a tu hermana!”. Después de lo cual es muy probable que él diga: “Pero te estoy diciendo sólo la verdad. ¿Quieres que mienta? ¿Cómo puedo amarla? En serio que la odio”. Y si quisieras preguntar por qué odia a su hermana, puede que escuches: “Porque agarró el pedazo más grande de torta”. O: “Agarró mi goma de borrar sin pedírmela”. “Movió mi silla” (Debes tener hijos para poder apreciar esto). Ahora, si esto dura mucho, es muy probable que pierdas el temperamento. No lo tolerarás. Dirás: “¡¿Es por eso que odias a tu hermana?! ¡Es una tontería! ¡Tienes que amar a tu hermana!”. No estás simplemente sugiriendo que el hermano ame a su hermana, lo estás exigiendo. Entre hermanos y hermanas, el amor no es algo que es solamente preferible, es algo esperable. Nada en el mundo debería interponerse en el medio de su amor. Entonces no sólo que exigir amor no es imposible, es algo que la mayoría de nosotros está acostumbrado a hacer todo el tiempo. Más aún, es precisamente cuando aceptamos la obligación de amar a alguien que comenzamos a entender el proceso de cómo amar. Los padres, aún antes de que nazcan sus hijos, están comprometidos naturalmente a amar a sus hijos, y por lo tanto están determinados a enfocarse principalmente en lo que es bueno sobre su hijo. Sin embargo, la verdadera pregunta es: ¿Cómo podemos activar este proceso en todas nuestras relaciones – poder amar de acuerdo a “nuestra voluntad”? Para hacerlo necesitamos tomar conciencia de las dinámicas que tienen lugar dentro de una persona que acepta la obligación de amar. Los Judíos vs. Cupido. Para comenzar a entender esto mejor, contrastemos la definición de amor como es vista por los judíos versus la visión de amor de la civilización occidental. El judaísmo define al amor como: el placer emocional que un ser humano experimenta cuando entiende y se enfoca en las virtudes de otro ser humano. Entonces, la emoción de amar es apabullantemente dependiente de cómo uno mira a la otra persona. Si elegimos enfocarnos en las virtudes de una persona, entonces la amaremos. Si elegimos enfocarnos en sus deficiencias, nos desagradará. [No es tan simple como suena, pero tampoco es tan complicado como podrías pensar.] Esto explica cómo la Torá puede obligarnos a amar a alguien. La forma en la que elegimos ver a otra persona está completamente bajo nuestro control. Para lograr el sentimiento de amor, la Torá nos obliga a enfocarnos en las virtudes de las otras personas. Por extensión, los amaremos. Y cuanto más íntimamente conocemos a alguien y a sus virtudes, más profundo será nuestro amor. La cultura occidental, por el otro lado, está muy influenciada por las ideologías seculares, en este caso el concepto griego del amor – Cupido. Sabes la historia. Cupido revolotea con sus alas, le dispara a un hombre y a una mujer con una flecha, ¡y listo! – están enamorados. Este concepto del amor domina el mundo occidental. Nos engaña, haciéndonos creer que el amor es un “suceso” místico. No te esfuerzas para amar a la gente. Simplemente pasa o no. En la conciencia occidental, el amor es un golpe del “destino”. No hay una explicación lógica. No hay un esfuerzo involucrado. El amor no está basado en compromiso ni en ningún entendimiento profundo de la persona que amas. En el estilo de amor griego/occidental, el amor se “enciende” entre dos personas y se casan. Sólo por “casualidad” se “enciende” el amor – como si fuesen víctimas. ¡Amar a alguien no es una elección en absoluto! Entonces, si quieres seguir casado, ¡todo lo que tienes que hacer es tener esperanza y rezar para que Cupido no te dispare otra flecha! No es sorprendente que esta filosofía haya producido una sociedad con una tasa de divorcio de más del 50%. Por otro lado, la perspectiva judía consiste en que el amor está basado en el entendimiento y en la apreciación de las virtudes de la otra persona. Cuando la gente está verdaderamente comprometida a enfocarse en las virtudes de la otra persona, el amor no es una “casualidad”. Esta es la razón por la cual tan poca gente abandona a sus hijos. Pregúntale a un padre: “¿Alguna vez tus hijos te han mantenido despierto toda la noche, gritando y tosiendo, y volviéndote loco? “Sí”. “¿Alguna vez has perdido el control y has pensado: ‘quisiera estrangular a este monstruo’?”. “Bueno, ocasionalmente, ha pasado, soy humano”. “¿Todavía amas a tus hijos?”. “Por supuesto que amo a mis hijos”. Ningún padre se levanta a la mañana siguiente y dice: “No te doy desayuno porque me mantuviste en vela toda la noche”. No dejamos de cuidar a nuestros hijos porque nos molestan. No se “enciende casualmente nuestro amor” por nuestros hijos, porque entendemos que amar a nuestros hijos no es sólo un “suceso”. Es una responsabilidad que aceptamos desde el momento en que nacen. Conocemos sus virtudes porque como padres aceptamos la obligación de amarlos a pesar de la incomodidad. Si tan sólo pudiésemos llevar ese mismo compromiso a nuestros matrimonios y amistades, estaríamos mucho mejor. 2) ¿Cómo están “no vengarse” y “no guardar rencor” relacionados al amor? En realidad hay tres mandamientos separados contenidos en el versículo: No vengarse, No guardar rencor y Ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Por qué están estos tres mandamientos en el mismo versículo? ¿Qué es lo que tienen en común? Su ubicación no es para nada accidental. Al yuxtaponer estos mandamientos, la Torá está revelando otro secreto sobre cómo amar. Si te entrenas a no tratar de “emparejar la cuenta” vengándote, entonces no te molestarás en recordar las veces que la gente te hace mal y así no guardarás rencor. Luego, la única opción que queda es enfocarte en las cosas positivas. De esta manera, nada negativo evitará que veas los méritos de esa persona y que la ames. En otras palabras, el camino ahora está libre para que pongas una atención cuidadosa en perfeccionar la fórmula – entender y enfocarte en las virtudes de otro ser humano. 3) ¿Por qué ordena el versículo de la Torá amar a tu prójimo “como a ti mismo”? Supón que estás trozando un queso y accidentalmente te haces un tajo en un dedo. ¿Te vengarías tomando el cuchillo y cortando tu otra mano? Después de todo, fue la otra mano la que perpetró la ofensa, ¿no? ¡Por supuesto que no! Tu otra mano es tan parte de ti como todo lo demás. ¡Vengarse sería demente! Cuando aprendemos a apreciar que estamos todos realmente unidos, entonces herir a la otra persona “devolviéndosela” es tan ridículo como herirte a ti mismo. Es por eso que la Torá dice: Ama a tu prójimo “como a ti mismo”. Si me doy cuenta de que la otra persona y yo somos parte de la misma unidad, entonces la venganza es tan tonta como cortar mi otra mano con el cuchillo. Ahora, toda esta charla sobre unidad te puede sonar irreal, pero de hecho eso es lo que Dios quiere de nosotros. Este estado de armonía por alguna razón continúa eludiéndonos, y nosotros, como pueblo, estamos más y más hundidos en el abismo de la desunión y la disonancia. Es triste. Con demasiada frecuencia, hace falta un conflicto o una guerra en contra de un enemigo en común para que entendamos el mensaje. La historia corrobora esto con demasiado dolor. No necesitas ir más lejos que las consecuencias del ataque terrorista a las Torres Gemelas para ver este punto con claridad. Los ciudadanos de todo Estados Unidos en seguida dejaron de lado las diferencias insignificantes para consolidar al presidente y a la democracia. Coaliciones de todos los colores, razas y credos imaginables se formaron en los frentes locales, nacionales e internacionales. La lealtad política y las inclinaciones previas no estuvieron a la altura del súper patriotismo que fue forzado por los enemigos de ese país. Así de grande es el poder de la unidad cuando lo necesitamos. Fenómenos similares han sido registrados durante toda la historia, ya que Dios debe recurrir periódicamente al más doloroso de los caminos para resaltar los mensajes de compañerismo. Cuánto más sano y prudente sería si la humanidad aprendiera sola esta lección – sin la agonizante intervención Divina. Los padres se relacionan con sus hijos de esta forma con naturalidad. Sin importar qué tan mal se porten los niños, los padres no dejan de amarlos. ¿Molestias? Sí. ¿Reprimendas? Por supuesto. Pero los padres normales no se vengan de sus hijos. No guardan rencor, porque se relacionan con sus hijos como una extensión de sí mismos, por lo que lastimar a nuestros hijos es en realidad herirnos a nosotros mismos. Como los padres no desean vengarse, pueden olvidar las cosas malas y enfocarse en las buenas. Es por eso que para los padres es fácil amar a sus hijos. ¡Esta misma dinámica puede funcionar con cualquier relación! Con padres e hijos, el proceso es más instintivo. Pero cuando se trata del matrimonio, ¡el potencial para la unidad es más grande todavía! Pero lleva mucho más trabajo… naturalmente. 4) ¿Por qué la Torá se refiere a nuestro prójimo como “amigo”? La palabra hebrea reeja, “tu amigo”, transmite con más precisión que “tu prójimo”, el mensaje de que estamos juntos en esto, que estamos en el mismo equipo. Y ese es el sentimiento que todos deberíamos tener por los demás. Por supuesto, la amistad, al igual que el amor, es otro tema sobre el que se ha reflexionado extensivamente. Y los dos temas están conectados inexorablemente. Obtener un entendimiento más profundo sobre las dinámicas de la amistad también puede ayudarnos en nuestra odisea para conocer y lograr amor real. Las dos historias siguientes sobre amistad, tomadas del folklore judío, brindan claridad al significado de amistad y de amor. La primera nos ayuda a responder la pregunta Nº4, la segunda nos ayuda con la pregunta final. Juntas hablan mucho sobre los ingredientes del amor y por qué Dios le da tanta importancia a amarse el uno al otro. Una vez un padre estaba intercambiando ideas con su hijo sobre el tema de la amistad. El padre dijo: “Sabes, hijo, es difícil hacer amigos”. El hijo dijo: “¿A qué te refieres papá? Yo tengo muchos amigos”. “¿Cuántos amigos tienes? Preguntó el padre. El hijo pensó un momento y dijo: “Los he contado. ¡Debo tener 200 amigos!”. “¿200 amigos? ¿Un hombre joven como tú?” dijo el padre. “Es asombroso. No lo puedo creer”. “¿Por qué papá? ¿Cuántos amigos tienes tú?” “¿Yo? En toda mi vida he trabajado muy duro y sólo conseguí medio amigo”. “Pero papá, todos te quieren. Eres un hombre maravilloso. ¿De qué estás hablando - medio amigo? ¿Y qué es medio amigo?”. “Mira hijo, tienes que saber si tus amigos son realmente tus amigos. Un amigo en los malos momentos es un verdadero amigo. ¿Por qué no haces la prueba y ves si tus amigos son realmente amigos?”. El padre tuvo una idea. Siendo que esta historia tuvo lugar durante la ocupación romana de Israel, hace más de 2000 años, debes saber que los romanos eran especialmente estrictos en ley y orden. Si agarraban a un asesino o a un ladrón, imponían un juicio rápido y duro. Y le hacían lo mismo a cualquiera que fuera cómplice del crimen. Hablaban en serio. “Esto es lo que puedes hacer”, sugirió el padre. “La sangre de una cabra se parece a la humana. Toma una cabra, mátala y ponla en un saco. Luego a la noche, ve a lo de tus amigos y diles: ‘Tienen que ayudarme. Anoche fui a un bar y tomé demasiado. Había un hombre que comenzó a insultarme y nos pusimos a discutir. Me golpeó, y yo lo golpeé también, la pelea siguió en la calle, y lo golpeé demasiado fuerte y lo maté. Ahora tengo que deshacerme del cuerpo. Si no, estoy muerto’. Luego pídele a tus amigos que te ayuden a deshacerte del cuerpo”. El hijo pensó que era una gran idea y lo intentó. Noche tras noche, tomó el saco de carne de cabra y se lo llevó a todos sus amigos. Se demoró un par de semanas y unas cuantas cabras, pero visitó a los 200 amigos. Como puedes adivinar, ninguno quiso ayudarlo. Ellos le creyeron que no era responsable, y que el otro hombre comenzó la pelea, pero no quisieron participar de ningún modo. Finalmente, el hijo volvió a su padre y dijo: “Papá, supongo que tenías razón. Mis amigos no son tan buenos amigos. ¿Qué hay sobre tu medio amigo? Quizás él ayudará”. El padre dijo: “Seguro, pruébalo. Ve a su casa, y dile que eres el hijo de Jaím. Dile lo que pasó, y ve si te ayuda o no”. Esa noche el hijo golpeó la puerta del amigo de su padre. “¿Quién es?” preguntó una voz asustada. “Es el hijo de Jaím”. “Oh, ¡el hijo de Jaím! Entra. ¿Qué puedo hacer por ti?”. El hijo le contó toda la historia sobre el bar y la pelea y el cuerpo. “Bueno, en realidad no debería ayudarte, pero qué puedo hacer, eres el hijo de Jaím”. Sacó el cuerpo al patio, cavó un hoyo y enterró el saco. “Ahora vuelve a casa. Permanece lejos de los bares. Si alguien te insulta, permanece tranquilo. Pero sobre todo, olvida que alguna vez me conociste”. El hijo volvió donde su padre y le dijo: “Papá, ¿Por qué lo llamas medio amigo? ¡Es el único que me ayudó!”. “¿Qué es lo que te dijo?” “Dijo: ‘En realidad no debería ayudarte, pero eres el hijo de Jaím, ¿Qué puedo hacer?”. “Eso es medio amigo”, dijo el padre. “Alguien que hace una pausa y dice: ‘En realidad no debería hacer esto’. Ese es medio amigo”. “Entonces, papá, ¿Qué es un amigo de verdad?”. Entonces su padre le contó la historia siguiente (citada en Shtei Yados) que nos ayudará a responder nuestra última pregunta. 5) ¿Por qué el versículo termina con “Yo soy Dios”? Dos hombres jóvenes habían crecido juntos y se hicieron muy buenos amigos. Vivieron en la época en la que el Imperio Romano estaba dividido en dos partes –una parte estaba controlada por un emperador en Roma y la otra mitad estaba dirigida por un emperador en Siria. Después de que los amigos se casaron, uno se mudó a Roma y el otro a Siria. Comenzaron juntos un negocio de importación y exportación, y aunque vivían muy lejos, siguieron siendo muy buenos amigos. Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien lo acusó de ser un espía de Roma y de complotar en contra del emperador. Era un hombre inocente, sólo era un rumor falso. Entonces, lo trajeron ante el Emperador Sirio, y fue subsecuentemente condenado a muerte. Cuando lo estaban llevando para ser ejecutado, le preguntaron si tenía un último pedido. El hombre acusado suplicó: “Por favor, soy un hombre inocente, pero no puedo probarlo. Entonces, si voy a morir, al menos por favor déjenme volver antes a Roma, acomodar mis negocios, y decirle adiós a mi familia. Ellos no saben de mis negocios, no saben quién me debe dinero ni dónde están mis bienes. Déjenme volver a Roma, poner mis asuntos en orden, y luego volveré y podrán ejecutarme”. El emperador se rió de él. “¿Es que estás loco? ¿Crees que te dejaremos ir? ¿Qué garantía podríamos tener de que volverás?”. El judío dijo: “Espere. Tengo un amigo aquí en Siria que quedará en mi lugar. Será mi garante. Si no vuelvo, lo puede matar a él en mi lugar”. El emperador estaba intrigado. “Esto lo tengo que ver. Está bien, trae a tu amigo”. Fue llamado el amigo de Siria. De acuerdo a lo esperado, accedió a tomar el lugar del judío romano sin dudar, y a ser matado en su lugar si el amigo no volvía. El emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que accedió a dejar ir al judío romano. “Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden. Si no estás de regreso para el atardecer del día 60, tu amigo está muerto”. Y fue el judío romano, corriendo hacia su familia para decir adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y adioses, partió con tiempo de sobra antes de que terminaran los 60 días. Esos eran los tiempos de viajar en galeras, y a veces podías esperar días hasta que llegaba el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no hubo viento por varios días, el barco fue retrasado, y para cuando el judío llegó a Siria estaba empezando el atardecer del día 60. Como fue acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria para la ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y temprano en la mañana las multitudes comenzaban a juntarse. Finalmente, cuando estaban a punto de realizar la ejecución, el amigo de Roma llegó corriendo. “¡Esperen! ¡Deténganse! Estoy de vuelta. No lo maten. ¡Yo soy el prisionero real!”. El verdugo dejó ir al amigo de Siria y estaba a punto de poner al judío de Roma en su lugar. “Espera un minuto”, discutió el garante indultado. “No lo puedes matar a él. Su plazo se cumplió. Yo soy el garante. ¡Tienes que matarme a mí en su lugar!”. Los dos amigos fueron inflexibles por igual. “¡Mátame a mí en su lugar!”. “¡No, mátame a mí!”. El verdugo no sabía qué hacer. La multitud estaba escandalizada, mirándolos pelear. Finalmente, el Emperador intervino. Sorprendido y asombrado, se volvió hacia los dos amigos y dijo: “Los dejaré ir a ambos con una condición. ¡Háganme su tercer amigo!”. Eso es amistad. Eso es unidad verdadera. Es por eso que el mismo versículo que dice: “Ama a tu prójimo”, también dice “Yo soy Dios”. La unidad y la amistad entre los hijos de Dios es tan valiosa que Dios mismo dice, por así decir, “Si se aman entre ustedes, quiero ser su tercer amigo”. Eso significa que si estamos unidos, tenemos el poder de Dios detrás de nosotros. La unidad es tan preciosa para Dios que incluso cuando no somos tan buenos como deberíamos ser, nuestra unión nos permite lograr mucho más que lo que cualquier individuo piadoso, talentoso o grandioso podría alguna vez lograr solo. En los deportes, lo llamamos “trabajo en equipo”. Los equipos unidos a menudo baten a oponentes con más talento y poder. En la vida, lo llamamos “amor”. Vemos ejemplos de esto en la historia judía. Ahab –a pesar de que era un rey malvado— fue más exitoso en la batalla que cualquier otro rey que el pueblo judío haya tenido en la historia. ¿Por qué? Porque se benefició de la unión excepcional entre la población judía. Dios le concedió a los judíos el éxito militar a pesar de las intenciones siniestras de su líder. La unión es la cualidad que más quiere Dios para todos Sus hijos. Puesto de manera simple, cuando estamos unidos, Dios es nuestro “tercer amigo”. La lucha interna y el conflicto entre nosotros es, por lo tanto, nuestro enemigo más insidioso y debilitante. La discordia evita que seamos una fuerza predominante, y nos reduce a una colección de individuos absorbidos por sí mismos. Si estamos unidos, Dios está con nosotros. Si estamos divididos, estamos solos. Eso es “el poder del amor”.