lunes, 28 de octubre de 2013
La nueva Jerusalem
La nueva Jerusalem
Quiero contar la belleza de una ciudad que amo profundamente, la historia reciente de Jerusalem la Hermosa…
En el año 1948, Israel proclamó su independencia y los países árabes le declararon la guerra al nuevo Estado. Al año siguiente se firmó un armisticio entre Israel y Jordania, por el cual se dividió la ciudad de Jerusalem entre ambos países. La línea divisoria atravesaba la Ciudad Vieja. Todo lo que se encontraba al oeste de esta línea, es decir, toda la Ciudad Nueva’, así como el Monte Sión, quedaba en poder de Israel, al igual que el monte Scopus, que constituía un enclave israelí en territorio jordano. Toda la zona que se encontraba al este del lugar del armisticio, salvo el monte Scopus y la Ciudad Vieja, pasó a ser jordana.
Este período presenció algunos conflictos entre los países vecinos de Jerusalem. Había zonas a lo largo de la frontera (como, por ejemplo, el barrio de AbuTor) en las que las familias árabes y judías prácticamente convivían como vecinos, pues la línea divisoria era una angosta calle, un pequeño muro o una simple alambrada de púas. A cada lado, cada país siguió construyendo su Jerusalem.
Los jordanos hicieron mucho por mejorar las condiciones sanitarias del Zoco de la Ciudad Vieja y desarrollaron la zona este de la ciudad fuera de las murallas. Del otro lado quedaba el Muro Occidental del Templo, o Muro de las Lamentaciones, el último vestigio que recuerda la antigua gloria de Israel y constituye el símbolo de la fe de los judíos en la redención de su pueblo. Es, por tanto, el sitio más amado y venerado por los hebreos de todo el mundo. Este monumento y símbolo —y todo lo que él significa—están tan presentes en sus vidas que hasta hoy en día, en las bodas judías, el novio rompe con el pie una copa de cristal después de la bendición del rabino, en recuerdo de la destrucción del Templo en la antigüedad. En la Jerusalem israelí surgieron una serie de barrios residenciales y se construyeron varios edificios gubernamentales.
La nueva Knésset (Parlamento) se terminó de edificar en 1966; cerca de allí se levantó la nueva Universidad Hebrea, que sustituiría a la del monte Scopus, a la que el acceso era difícil o imposible. Después de la reunificación de Jerusalem, en junio de 1967, se volvieron a utilizar los edificios de esta última, por lo que la Universidad Hebrea cuenta en la actualidad con dos ciudades universitarias.
Luego se construyó el Museo Nacional de Israel con sus salas de arqueología y de arte, esculturas al aire libre y el edificio que alberga los Rollos del Mar Muerto y otros importantes manuscritos descubiertos hace relativamente poco tiempo.
También se construyó el moderno Hospital Hadassah, donde se encuentra la Facultad de Medicina. Se erigieron escuelas, hoteles, clínicas, centros comerciales y una enorme sala de conciertos.
Reunificación
El 5 de junio de 1967 estalló la Guerra de los Seis Días, que daría lugar a la reunificación de Jerusalem. Tres semanas después de la toma de la Ciudad Vieja a manos del ejército israelí fue abolida la
frontera entre Jerusalem oriental y Jerusalem Occidental. Por primera vez en casi dos décadas, sus habitantes tuvieron libre acceso a cualquier lugar en ambos sectores de la ciudad. Con la caída de las barreras comenzó el tránsito humano en las dos direcciones, interrumpido durante 19 años. Los judíos pudieron contemplar nuevamente el Muro, acercarse a él y pronunciar una silenciosa oración. En este momento, por primera vez en 19 siglos, se sintieron nuevamente completos porque habían recuperado su antigua Jerusalem entera.
Posteriormente a la reunificación de Jerusalem se crearon nuevos barrios en la ciudad, utilizando para su construcción o como revestimiento de todos sus edificios su propia piedra. Se respetaba así una ley de la época del Mandato Británico, adoptada por el moderno Ayuntamiento, que tiene como finalidad la conservación de una de las características físicas más peculiares de Jerusalem: sus casas de piedra de color ocre, típicas de Judea.
¡Y qué decir de la belleza de Jerusalem cuando el sol se refleja en sus murallas, casas, en todas sus piedras! Jerusalem rebosa brillo y quien haya visto al astro rey saliendo o poniéndose sobre ella comprenderá por qué la luz ha jugado un papel tan importante en el pensamiento religioso. Cada piedra, cada casa, cada calle y cada paisaje tienen una íntima correspondencia con la historia de las tres y cada una de las tres religiones monoteístas: el islam, el cristianismo y el judaísmo que han conformado el mapa actual tal y como lo conocemos hoy.
Imágenes de agua y piedra
Por el reducido espacio de Jerusalem han pasado muchos siglos. Por eso es tan difícil llegar a su meollo. Tal vez el misterio de la ciudad esté en dos o tres imágenes fugaces que se ocultan debajo de los sombreros de sus habitantes —sombreros judíos, solideos cristianos, el fez musulmán— que viven en todas las mentes y se encuentran en todas las religiones.
Imágenes de agua o del mar se repiten en Ezequiel, en Zacarías, en los Salmos. Los exploradores del siglo XIX que visitaron Jerusalem, George Adam Smith, Barclay, Wilson y otros, están obsesionados con el agua de la bella ciudad jerosolomitana.
La otra imagen es la piedra. Jerusalem, luz, agua y piedra. Está hecha fundamentalmente de piedra. Es como un reajuste de las montañas. En el diario de viajes de Herman Melville se percibe esta presencia recurrente. Piedras célibes que desean seguir siendo lo que son y al mismo tiempo cambiar de forma, tener la rapidez del agua. Y el agua que quisiera tener la paciencia de la piedra. Piedra y agua siempre envueltas y bien vestidas por el brillante color ocre de la luz que las cuida durante siglos y siglos.
Los exploradores del siglo XIX trajinaban buscando fuentes, piscinas, canales subterráneos de agua, algo que mojara las piedras. Se afanaban en la busca del río, del río muerto que en otros tiempos atravesó Jerusalem.
Y quienes pueblan estas imágenes son los hombres. Jirones de todas las lenguas y culturas: judíos del Asia Menor y del Yemen, de Turquía, de Rusia, Georgia y Polonia; sacerdotes y monjes; griegos, armenios, marroquíes y etíopes; campesinas árabes y madres de Salónica; hombres como Sholomo Avayoú, Amadeo o Haim Tzur que recalaron, amaron y viven en esta hermosa ciudad de ensueño.
Todas estas nostalgias traen a mi memoria el recuerdo de un día de enero ante el Muro de las Lamentaciones cuando, llorosos los ojos, mi corazón y labios temblorosos susurraron los versos bellísimos del salmo 137: «Si de ti, Jerusalem, ¡yo me olvidara! sea olvidada mi diestra,” que se pegue mi lengua al paladar, /si de ti no me acordara,/ si a Jerusalem yo no pusiera/ por encima de mi alegría». Antonio José Escudero