sábado, 26 de septiembre de 2015

La podredumbre moral de la izquierda moderna

Por Evelyn Gordon 

Manifestantes pro BDS.
"Como no podemos tasar el sufrimiento, es completamente razonable que millones de europeos se manifiesten contra una guerra que ha matado a 2.000 personas en Gaza el pasado verano, pero no contra una guerra que ha matado a 250.000 en Siria"
La periodista israelí Amira Hass ha explicado por fin un misterio que me ha tenido desconcertada durante mucho tiempo: cómo se las arregla la Unión Europea para conciliar su política para Oriente Medio con la imagen que tiene de sí misma de defensora de la moralidad, los derechos humanos y la compasión. Con una breve frase, sintetiza eficazmente la podredumbre moral en el núcleo de la izquierda moderna multicultural: “Nosotros no tasamos el sufrimiento”.
El gran misterio europeo es el hecho de que el conflicto sirio siga muy por debajo del conflictopalestino-israelí en la agenda de política exterior de Europa, aunque en términos morales y prácticos la crisis siria merezca claramente prioridad. No solo ha matado en cuatro años a diez veces más personas que el conflicto palestino-israelí en siete décadas, sino que en este momento está inundando Europa de refugiados y creando, como señaló la canciller alemana, Angela Merkel, una amenaza a la unidad europea mayor que la crisis del euro. Tampoco puede excusarse este orden de prioridades alegando una impotencia occidental en Siria: analistas ideológicamente tan diversos como Max Boot, de Commentary, y Nicholas Kristof, del New York Times, coinciden en que establecer zonas de exclusión aérea podría permitir que la mayoría de los sirios permaneciesen a salvo en su país.
Y aparece Hass, columnista de Haaretz, hija de militantes comunistas y adscrita a la extrema izquierda, más conocida por sus opiniones radicales a favor de Palestina y contra Israel. Hace dos semanas publicó una columna que compara y contrapone el Holocausto con la Nakba palestina, término que ella utiliza para referirse a cualquier cosa que los palestinos hayan sufrido a causa de su conflicto con Israel durante los últimos 70 años. Tiene la gentileza de reconocer que los dos términos no son equivalentes, entre otras cosas porque los nazis perpetraron un genocidio mientras que Israel no ha hecho tal cosa. Pero después explica por qué en realidad esta no equivalencia carece de importancia:
Nadie tiene el derecho de comparar de ninguna manera el sufrimiento de los pueblos y los seres humanos, o de cuantificarlo, o de clasificarlo, calcularlo… Nosotros no cuantificamos. Nosotros no tasamos el sufrimiento.
Esto es, en resumen, la abdicación moral del núcleo de la izquierda multicultural: en su deseo aparentemente noble de asegurarse de que nadie que esté sufriendo pase inadvertido o no reciba atención, ha abandonado la propia esencia de la moralidad: la capacidad de trazar distinciones, que es fundamental para tomar decisiones morales.
En un mundo ideal, se paliaría todo sufrimiento. Pero en el mundo real, con sus recursos limitados de tiempo, energía y dinero, hay que elegir. Y no hay modo moral de decidir qué causas merecen prioridad sin hacer precisamente lo que Hass juzga moralmente indefendible: el sufrimiento que podemos paliar merece mayor atención que el sufrimiento que no podemos paliar; el sufrimiento que es más intenso o generalizado merece mayor atención que el sufrimiento que es menos intenso o generalizado; el sufrimiento de los inocentes merece mayor atención que el sufrimiento de los culpables; y cuando estos tres indicadores no apuntan a la misma dirección, entonces deben sopesarse también unos frente a otros.
Al nivel más básico, lo hacemos de manera instintiva. Si un policía, por ejemplo, viera que se producen simultáneamente un intento de asesinato y un intento de robo, lo que esperaríamosmos sería que se concentrase en prevenir el asesinato en vez del robo. Pero a cualquier nivel más complejo que ese entra en juego el intelecto. Y los principios intelectuales de la izquierda moderna multicultural dictan que “nosotros no tasamos el sufrimiento”.
Pero si esto es así, entonces no tenemos la obligación moral de paliar el sufrimiento mayor que el menor, porque no podemos determinar cuál es cuál. Y por tanto la izquierda puede justificar que en su lugar se recurra a un criterio cuya inmoralidad debería ser patente: no cuánto sufrimiento se provoca, sino quién lo causa. Ninguna persona moral juzgaría que un asesinato individual es más o menos importante basándose solamente en quién fuese el perpetrador, si francés o inglés, por ejemplo. Pero en Europa se ha vuelto completamente defendible desde el punto de vista moral considerar las muertes en tiempo de guerra más o menos importantes dependiendo de si se puede o no culpar de ellas a Israel (o a Estados Unidos).
Como no podemos tasar el sufrimiento, es completamente razonable que millones de europeos se manifiesten contra una guerra que ha matado a 2.000 personas en Gaza el pasado verano, pero no contra una guerra que ha matado a 250.000 en Siria. Como no podemos tasar el sufrimiento, es completamente razonable que la municipalidad de Reikiavik decidiera la semana pasada boicotear a Israel, pero no a Siria o a sus facilitadores rusos e iraníes. Como no podemos tasar el sufrimiento, es completamente razonable que cuando la alta representante de política exterior de la Unión Europea se dirigió al Parlamento Europeo la semana pasada, la web de su departamento listara el proceso de paz israelí-palestino como su primer punto en la agenda, mientras que el conflicto sirio ni siquiera aparecía. Y así una y otra vez.
En un fascinante artículo en The Spectator, el veterano izquierdista Nick Cohen explicaba por qué ha abandonado la izquierda, asqueado por la podredumbre moral encarnada en el nuevo líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn. Pero los izquierdistas como Cohen no pueden combatir la podredumbre en su propio campo sin entender por qué se ha enquistado: por el fundamental abandono del cálculo moral tan acertadamente resumido por Hass. Como advirtió proféticamente en junio un izquierdista israelí muy diferente, Amos Oz,
quienes no pueden catalogar distintos grados del mal, podrían acabar siendo siervos del mal.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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