miércoles, 21 de agosto de 2013
El Observador, EditorialEl ejemplo israelí con el agua
Pese a los muchos planes que se anunciaron tiempo atrás, nada se ha vuelto a saber públicamente acerca de la urgente implementación de medidas para evitar la catástrofe potencial generada por la contaminación de las vías que proveen de agua potable a dos tercios de la población. Un experto israelí ha confirmado el peligro de la inadecuada protección ambiental y sugerido técnicas viables para evitarlo. En reuniones con autoridades y empresarios uruguayos, Eilon Adar, hidrólogo de la Universidad Ben Gurión, detalló acciones para combatir el deterioro, provocado por el descuido, que las aguas residuales de las actividades agropecuarias e industriales han causado en la cuenca del Santa Lucía.
Señaló que, a diferencia de lo que ocurre en Israel, los gobiernos priorizan atraer inversiones al costo de normas de control ambiental excesivamente laxas. Luego de la alarma pública originada por el mal olor y gusto del agua, OSE y otros organismos involucrados empezaron a plantear opciones para controlar el vertedero de aguas residuales de la industria y el agro. Incluyeron crear franjas de amplitud variable entre los establecimientos rurales y empresas industriales y la orilla de los cursos de agua, restringir el abrevadero de ganado, control por patrullas militares y aplicación de tecnologías para reducir efectos contaminantes.
Pero el tiempo pasa y no se implementan medidas concretas, pese a que el ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, advirtió con razón que la situación puede convertirse en el futuro en la peor catástrofe del país. Adar destacó que Uruguay es afortunado al disponer de abundancia de agua pero que es indispensable controlar la contaminación para asegurar su buena calidad. Explicó que además del control de los establecimientos que contaminan, existen procedimientos técnicos aplicables en el país para disminuir la concentración de bacterias en el agua que se potabiliza para atender el suministro a más de dos millones de personas en Montevideo y áreas circundantes.
El caso de Israel en este campo es ejemplar. Pese a que más de la mitad de su territorio corresponde al desierto de Negev y solo el 20% es apto para cultivos, el Estado judío ha desarrollado, a lo largo de 66 años de existencia, estrictas normas de control del uso del agua y tecnologías de alto nivel para su tratamiento en varias etapas. Ha impuesto además normas severas para evitar el despilfarro, incluyendo tarifas diferenciales que aumentan cuando los consumidores exceden las cuotas fijadas. El resultado es que un país de estéril territorio minúsculo se ha convertido en voluminoso exportador de verduras y ha logrado una producción anual promedio de 12 mil litros de leche por vaca.
Es ilusorio pensar que Uruguay, con su endémica escasez de recursos y su atraso tecnológico, pueda reproducir totalmente los avances israelíes. Pero dentro de las limitaciones presupuestales y técnicas que tiene el país, no puede dilatarse más la adopción de medidas ambientales, de procedimientos técnicos y de control que reduzcan el riesgo de escasez de agua potable en algunos años. Hacia este objetivo, es conveniente llevar a la práctica las sugerencias de Adar que sean viables en Uruguay, sin seguir perdiendo tiempo en discusiones que demoran las soluciones prácticas.