lunes, 26 de agosto de 2013
Los egipcios quedan atrapados entre una dictadura de inspiración islamista y otra de naturaleza militar y laica
Los egipcios entre dos fuegos
En Egipto, militares y cofrades de los Hermanos Musulmanes gestionan las violencias. Para las fuerzas armadas se trata de continuar con la represión hasta aplastar a los "últimos terroristas" que atacan instituciones estatales como cuartelillos de la policía, prenden fuego a iglesias coptas, amenazan el orden público acampando en plazas céntricas y provocando un ambiente de inseguridad y anarquía.
La militarización del régimen progresa rápidamente. El ministro del Interior ha anunciado el restablecimiento en la seguridad del Estado de departamentos que habían sido suprimidos después de las jornadas de la revolución del 25 de enero del 2011 en la plaza Tahrir. Como el departamento encargado de vigilar a los activistas políticos y religiosos. Estas decisiones hacen temer que se restablezca el régimen policial del tiempo de Hosni Mubarak, cuyo proceso, juntamente con el de sus dos hijos, del 25 de agosto ha vuelto a aplazarse.
De hecho, muchos egipcios no creen que el anterior régimen haya sido desmantelado, porque continuó bajo la transición militar en los días del poder de la Junta dirigida por el mariscal Tantaui -destituido de un plumazo por Mohamed Morsi, quien nombró como su sucesor al general Abdul Fatah al Sisi- y en el efímero gobierno islamista.
Durante todo este tiempo no se ha adoptado ninguna decisión sobre la reforma del cuerpo de policía, acusada por sus represiones antigubernamentales en el invierno del 2011. Los oficiales acusados de haber cometido violaciones de derechos humanos no han sido condenados. El mantenimiento en el Gobierno formado tras el golpe de Estado del ejército del 3 de julio del ministro del Interior, Mohamed Ibrahim, significa que no habrá ningún cambio en sus prácticas, que ahora se justifican debido a la crisis política y la lucha contra el terrorismo.
Con la imposición del estado de urgencia sólo después de dos años de haberlo abrogado, Egipto vuelve a vivir bajo la ley marcial, que suprime derechos ciudadanos, decretada por Gamal Abdel Naser, durante la guerra de 1967 con Israel.
La Constitución elaborada bajo la influencia islamista respetó los privilegios adquiridos por el ejército. La Cofradía, prudentemente, tuvo muy en cuenta no atentar contra sus derechos. Muchos egipcios consideran que el ejército, asumiendo la profunda frustración popular, ha dado un golpe de Estado.
El país ha quedado atrapado en un círculo infernal entre el fascismo islamista y el fascismo militar. ¿Qué es peor una dictadura de inspiración islámica como en Arabia Saudí o Irán, o una de naturaleza militar y laica, como la que ha dirigido Egipto durante más de medio siglo?
El ejército ha gobernado ininterrumpidamente esta gran nación desde 1952, la "madre del mundo" como gustan llamarla sus habitantes. Fue un verano de aquel año cuando los oficiales libres -sociedad secreta militar que tuvo veleidades con los Hermanos Musulmanes- derribaron la monarquía de Faruq y fundaron la república. El general Naguib, que fue su primer presidente, acompañó al destronado rey al puerto de Alejandría desde donde partió, tras recibir honores militares a su exilio romano.
En esta sociedad militarizada, el establishment de las fuerzas armadas, formado por el ejército y los servicios de inteligencia, ha enmarcado la actuación de los presidentes Naguib, Naser, Sadat, Mubarak, todos salidos de sus filas.
Estos días hay comentaristas que han escrito: "El país en esta época crucial de su historia necesita un general. A diferencia de un presidente civil, pertrechado con su bagaje militar, es competente y tiene la fuerza para salvar la nación".
El general Al Sisi, alma del golpe de Estado, ha ganado gran popularidad. Él fue, sin embargo, quien ordenó, las humillantes pruebas de virginidad a las que sometió el ejercito el 2011 a las mujeres que se manifestaban en la plaza Tahrir.
La casta militar, cuyos miembros a veces contraen matrimonio con herederas afortunadas de la burguesía local, nunca han perdido sus prebendas. En Egipto el ejército no es sólo un estado dentro del Estado, sino la garantía de la existencia de la República. Con sus empresas militares, industriales, agrícolas, con sus generales que desempeñan cargos de gobernadores provinciales o en consejos públicos y privados de administración, el ejército compartió durante los mandatos de Mubarak los beneficios de las especulaciones de la élite capitalista y liberal.
La militarización del régimen hasta se puede percibir en las nuevas normas para la acreditación de corresponsales, que ahora también estamos sometidos a controles de seguridad.
Empeñado en continuar la erradicación de "terroristas", el ejército no esta dispuesto a abandonar su acción represiva. No le hacen mella las reacciones internacionales. "Los únicos que les conocen bien -me comentaba un diplomático occidental- son Estados Unidos, que tanta ayuda les dispensa por mantener el acuerdo de paz con Israel".
En El Cairo estos días sus numerosos partidarios lo consideran su salvación. "El ejército y el pueblo -gritaban- son una misma mano". El mismo lema de la plaza Tahrir en las ilusionadas jornadas revolucionarias del 2011.
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