martes, 20 de agosto de 2013
NI UNA LAGRIMA POR LOS COPTOS
Fuente: La Vanguardia-
por Antoni Puigvert
17/8/13
Desde la óptica occidental, que un ejército dispare contra su pueblo sólo puede ser descrito como asesinato en masa y terrorismo de Estado. Pero el hecho es que los occidentales hemos necesitado tres siglos de guerras continentales, decenas de millones de muertos, unas cuantas revoluciones y bastantes dictaduras para resolver el conflicto entre modernidad y tradición (y lo hemos resuelto mal: el Pantocrátor borrado de los euros andorranos recuerda que modernidad significa eliminar todo rastro de la tradición).
En Egipto y en el mundo árabe chocan dos polos irreconciliables: la versión wahabí del islam, que exige la sumisión de los individuos a los códigos morales y legales de la charia; y la visión laica, que reivindica la libertad individual y la separación de los poderes político y religioso. Es paradójico que la defensa de la separación de poderes esté en manos de un ejército que aplasta a las misérrimas masas islámicas.
El islam wahabí sólo admite concesiones en momentos de debilidad. En el año 628 el profeta Mahoma firmó un alto el fuego con los ancianos de Medina: una tregua que debía durar nueve años, nueve meses y nueve días; pero al cabo de sólo dos años, el profeta se sintió fuerte, violó el pacto, atacó, aplastó a los líderes tribales y se impuso. La ética islamista parte de este ejemplo. Es la lógica de los Hermanos Musulmanes: en tiempos de Mubarak estaban muy arraigados (se expanden ayudando a los más desvalidos: de ahí la importancia de la financiación de los saudíes y de los azulgrana de Qatar); pero no tenían fuerza suficiente para imponerse. Se aliaron con los laicos para derribar el régimen corrupto; pero una vez ganadas las elecciones, con Mohamed Morsi, no dejaron respirar tranquilos ni a los islamistas extraños a su hermandad. Usaban la democracia para imponerse a la manera del profeta, del mismo modo que, para defender a los egipcios de aquellos abusos, ahora los militares disparan a las masas.
Esto tiene pinta de guerra civil. Y como en toda guerra civil, los dos bandos serán feroces. Ya lo están siendo. ¡Pobres de los islamistas que sean cazados por los militares! ¡Y pobres las mujeres sin velo y, en general, todos los partidarios de una forma de vida laica, si son cazados por los islamistas! Ahora bien, tal como ocurrió en nuestra guerra civil, hay un tercer Egipto: el que conforman los cristianos coptos, los diferentes en un entorno musulmán (laico o islamista). El mismo día que en El Cairo se producía la masacre contra la hermandad, tres iglesias coptas fueron atacadas por los islamistas. Los coptos eran ya un blanco fácil; pero ahora van a pagar el pato egipcio. En esta nueva guerra civil, los millones de coptos y otras minorías cristianas están en riesgo de desaparición. Víctimas sacrificiales. Víctimas por las que este Occidente nuestro, tan sensible, no derramará una sola lágrima