martes, 1 de octubre de 2013

Las víctimas olvidadas de Moisés Ville

Pasado y presente. Javier Sinay, junto a una ilustración sobre el Weser, el barco en el que llegaron los primeros inmigrantes judíos a la Argentina, en 1889. Hace cuatro años Javier Sinay estaba por publicar su primer libro, Sangre joven, una crónica sobre casos criminales protagonizados por adolescentes. Tenía ganas de comenzar otra investigación, y leyendo Correrías de un infiel, de Osvaldo Baigorria, pensó que podría tratarse de alguna historia familiar. Pero no tenía ninguna idea en concreto. Hasta que el 9 de junio de 2009 recibió un mail donde su papá le contaba que buscando otra cosa en internet había encontrado un extenso artículo escrito por un antepasado, Mijl Hacohen Sinay. Bajo el título "Las primeras víctimas fatales en Moisés Ville", el texto daba cuenta de una extensa saga de crímenes perpetrada en el campo santafesino, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Mijl Hacohen Sinay, su bisabuelo, era una vaga referencia en las historias familiares. Oriundo de Grodno, en la actual Bielorrusia, llegó a Moisés Ville en 1894, con el primer contingente de inmigrantes judíos, y en 1897 se mudó a Buenos Aires. Javier Sinay no solo ignoraba aquella narración sobre una serie de 22 asesinatos ocurridos entre 1889 y 1906; tampoco sabía que su ancestro había sido periodista y fundador del primer periódico judío de la Argentina. Pero un cronista, a veces, no necesita más que la curiosidad y el desconocimiento para empezar a moverse. Investigar un crimen es por definición complejo, y en este caso las dificultades se multiplicaban: los hechos ocurrieron hace más de cien años; con la excepción de uno de los casos, el de María Alexenizer, el archivo del Poder Judicial de Santa Fe no conserva expedientes; la mayoría de las fuentes documentales estaban en ídish, idioma que Sinay también desconocía; el diario que hizo el bisabuelo, Der Viderkol (El Eco), se encontraba en la biblioteca del Instituto Judío de Investigaciones, en la Amia, pero la colección se perdió después del atentado de 1994; los descendientes de las víctimas (el más cercano, una mujer de 95 años) están dispersos en diversos lugares de la Argentina y del exterior, y las reticencias y el pudor rodearon a la transmisión de las historias en el interior de cada familia. Pero Sinay fue a aprender ídish, recorrió archivos y bibliotecas y contrató un detective para rastrear Der Viderkol. Siguió tenazmente a los descendientes de las víctimas (entre ellos, el historiador Tulio Halperín Donghi) y viajó varias veces a Moisés Ville hasta ser no un simple forastero en busca de datos sino parte misma del pueblo. Escuchó todas las opiniones y cotejó distintas versiones, hasta las más fabulosas, porque los mitos también contienen sentidos a descifrar. En algún momento pensó que no iba a ningún lado, pero el resultado (en cierta forma provisorio, porque la búsqueda sigue en un sitio web) es Los crímenes de Moisés Ville, un libro que no pretende resolver ningún enigma sino más bien exponer, con el otro lado de la historia de la colonización en Santa Fe, una revelación personal. —¿Cómo se planteó la investigación de los crímenes? —Una parte era ir a Moisés Ville, donde fui cuatro veces. Imaginaba que no iba a encontrar documentos judiciales, pero sí memoria oral y familiar. Las familias de las víctimas ya no viven allí y lo que encontré fue la última morada de las víctimas en el cementerio, que para mí fue un lugar muy importante. Es el primer cementerio judío de la Argentina, un lugar mágico, donde hay tumbas a la vieja usanza rusa, hoy completamente erosionadas. A la vez es un viejo cementerio de campo, donde escuchás el canto de los pajaritos, un sitio hermoso. Para mí fue impresionante leer las lápidas de las víctimas, en hebreo, con la ayuda de una traductora. En Moisés Ville encontré un poco de memorias sobre estos crímenes principalmente en boca de la directora del Museo, Eva Guelbert de Rosenthal. Ella me dijo que era un tema que siempre le había interesado y que no había sido lo suficientemente estudiado; conocía algunos casos y me ayudó indicándome donde podía encontrar más cosas. Estuve buscando documentos en el archivo del Poder Judicial de Santa Fe, donde me informaron que la burocracia es una condición fuerte y que los archivos de esa época llegaron hasta hoy de manera azarosa: entre 1888 y 1915 hay un agujero en el que no están catalogados los expedientes y en el que casi no existen. En el Museo Julio Marc encontré otros crímenes de la época, muy interesantes, lo mismo que en el archivo general de la provincia de Santa Fe, pero no sobre los crímenes puntuales que buscaba. Esa es una pregunta para hacerse: por qué, cuáles son los mecanismos que manejan el Poder Judicial y los archivos históricos en la Argentina para rescatar algunos documentos y para dejar que otros desaparezcan. Una de las conclusiones a las que llegué es que no hay mucho criterio, que se debe un poco al azar entre el espacio disponible en cierto momento y en cierto lugar, la voluntad de los directores de las instituciones que podrían estar interesadas en esos documentos y el trabajo de los historiadores. —¿Cómo fue tu experiencia en Moisés Ville? —Cuando llegué la primera vez no me pasó nada. Había leído tanto que esperaba un viaje en el tiempo, aparecer en 1889, y la verdad es que estamos en el siglo XXI. Moisés Ville es un pueblo típicamente argentino, un típico pueblo de la pampa gringa; tuvo cuatro sinagogas —hoy quedan tres—, el primer cementerio judío de Argentina, hay dos bibliotecas judías, están las calles con nombres judíos, están las escuelas judías. La segunda vez que fui me empezó a gustar. La tercera me fascinó. Ahora lo siento como un lugar mío. No me acostumbro a decirle "moisesvishe", ni "Moises", le digo Moisés Ville a la vieja usanza. Intercambiando unos correos electrónicos con Eva Guelbert de Rosenthal le cuento justamente esto, a pesar de que mi familia estuvo nada más que tres años, antes de irse peleados con los administradores de la colonia, mi bisabuelo siempre siguió escribiendo sobre Moisés Ville y yo le dediqué un buen tiempo a investigar su historia, de alguna manera me lo apropié en mi corazón. La directora del museo me dijo "es que es así, esta también es tu tierra, ahora". Eso fue muy emocionante. El viejo judaísmo sigue vivo en Moisés Ville, porque están todos los edificios importantes, porque fue una puerta de entrada para inmigrantes judíos llegados de todos los rincones y por el lugar simbólico que ocupa hoy. Elio Kapszuk dice que un lugar puede ser un museo a cielo abierto pero el ejercicio de la memoria hay que seguir haciéndolo. Y eso en Moisés Ville ocurre. Ahora, cuando hablo del libro con gente que no conozco, amigos de amigos, me dicen "ah, Moisés Ville, mi abuelo vivió ahí". El nombre del pueblo es como una contraseña que abre voluntades, o recuerdos entre la gente. Creo que voy a tener algo en común con mucha gente que no conozco. —La memoria y la transmisión son un tema central en el libro. En ese sentido citás el concepto de la cadena de oro, la idea de que el legado es una obligación moral entre las generaciones. —Ese concepto lo aprendí de Ester Szwarc, una profesora de ídish muy amable y muy culta. La cadena de oro también justifica la investigación criminal, en este caso de estos inmigrantes. Por ahí hoy los casos no significan demasiado tomados aisladamente, pero si uno contextualiza son como una pequeña muestra de lo que somos los argentinos. El mito del gaucho judío, la condensación amistosa de criollos e inmigrantes, es también una superación de estos crímenes y en este sentido los crímenes son parte de un proceso que termina bien o encuentra su manera de funcionar con cordialidad. Me interesaba encontrar la importancia actual de estos crímenes ocurridos hace 125 años; por eso traje el concepto de la cadena de oro. —Incluso se puede ver tu libro como una nueva versión de la crónica de tu bisabuelo. —Me gustaría que fuera así. Eso es como un homenaje íntimo. También me emociona que la tapa del libro es la del diario que hizo él y que hoy está perdido. —¿Cuáles fueron los razones de los crímenes? No parece haber sido una cuestión del antisemitismo. —No. Lo que puede haber es un poco de xenofobia, un choque entre los criollos y entre los gringos. Pero desde 1860, cuando se inicia el boom agroexportador, el campo argentino se moderniza y el gaucho deja de ser nómade y se convierte en peón de estancia o se marginaliza, se convierte en bandido. Muchos de los robos terminan en crímenes. En 1894, el año en que mi familia llega a Moisés Ville, el 46 por ciento de la provincia de Santa Fe era extranjera. Debía ser difícil ese primer encuentro con los gringos, por otro lado el gaucho estaba marginalizado y una de cada dos personas era extranjera, es natural que en muchos de los delitos y de los crímenes haya extranjeros. —¿Hacer esta investigación fue también una búsqueda en tu propia identidad? —Para mí fue muy enriquecedor. Yo no había recibido ningún tipo de instrucción judía. Lo que conocía de las fiestas era lo que me había enseñado mi abuela en su mesa, muy poco. Comíamos gefilte fish pero no hablábamos de temas judíos. Volver sobre ese mundo, un capital que mi familia tenía pero que se había ido perdiendo y a mí no me había interesado recuperar, y volver desde otro lado, el de la investigación criminal e histórica y con un fin fuertemente periodístico, fue genial para mí. Fue una manera de recuperar una parte muy grande de mi identidad familiar, que se convirtió en identidad personal, un tesoro que yo no había visto y recuperé haciendo un producto periodístico, que es mi vocación y algo que me gusta mucho. Ahora siento que gané algo. CRÓNICA escrito por Osvaldo Aguirre. La Capital. Rosario. Sta. Fe. Argentina Los crímenes de Moisés Ville (Una historia de gauchos y judíos) de Javier Sinay. Tusquets, Buenos Aires, 2013, 304 páginas http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2013/9/edicion_237/contenidos/noticia_5121.html