miércoles, 23 de octubre de 2013

Turismo Jihad

Por Anat Berko-CIDIPAL
2 de Octubre, 2013 Durante 20 años estudié y entrevisté a mujahedden (combatientes jihadistas) apresados en cárceles israelíes, examinando sus mundos internos y descubriendo los pensamientos obsesivos que los guían para perpetrar ataques terroristas. Eran adictos a fantasear acerca de una realidad alternativa, describiendo sus compulsiones en metáforas similares a las usadas por jugadores compulsivos y adictos a drogas. Las comparaban a “gusanos” (duda, en árabe) que excavaban sus cerebros y los llevaban a buscar no otro mazo de cartas sino israelíes, americanos, europeos o todo aquel que consideraran infieles, muertos. No trataban de resistir a sus compulsiones o considerar que, sus acciones, podían ser erróneas porque se sentían, por completo, controlados y manipulados por el concepto de jihad, que dictaminaba su comportamiento en cualquier esfera de la vida. Los hallazgos de mi investigación indicaron que, las obsesiones jihadistas, creaban las conocidas”ideas sobrevaloradas”, esto es, creencias falsas o exageradas sostenidas más allá de la razón o la lógica. Una, siempre repetida, fue la visión de lo que esperaba el shaheed (mártir en beneficio de Allá), después de la muerte, en el paraíso islámico. Las sensaciones de liberación de tensión y relajación solo llegaban después del acto terrorista, cuando el perpetrador miraba a la gente que asesinó. Incluso atacantes suicidas, cuyos cinturones explosivos fallaron al detonar o que fueron arrestados antes que pudieran perpetrar sus misiones, describieron - una sensación trascendente- una sonrisa cuando se aproximaban a sus objetivos. Hablaban de su capacidad para controlar su comportamiento impulsivo, dañino para sí mismos y para los otros. Describían la búsqueda del mujahed del significado de su vida, cómo retornaba a la civilización y a todo lo que representa. Muchos se sentían rechazados por su entorno, tanto por sentimientos de inferioridad, marginalidad o culpa por cosas que hicieron (o no) que traían deshonor a sus familias o, simplemente, porque no podían integrarse en la sociedad como ciudadanos productivos y contribuyentes. Aquellos que se expusieron a la sociedad occidental tenían fuertes sentimientos de inferioridad, celos y rechazo, en especial por la diferencia en los estilos de vida, los roles de sexo, confianza y otros atributos. Algunos destacaban las insorteables brechas en la capacidad, cultura y condición económica entre cristianos y árabes musulmanes. Para los mujahedeen, la gente es buena o mala, y esa polaridad conceptual dirige su curso. Los terroristas están frustrados y alienados por quienes los rechazan, llevándolos a anunciar que, como mujahedeen, “rechazan a los que los rechazan”. Una sensación similar fue señalada en estudios de criminología como comportamiento criminal dinámico. El criminal es rechazado por una sociedad normativa y al no poder integrarse, le declara la guerra. Hablando de manera general, no hay psicopatología entre los terroristas musulmanes. Esto es, ninguno de ellos puede ser diagnosticado como con una enfermedad mental reconocida, incluso aquellos que intentaron perpetrar ataques suicidas. Lo que sigue siendo examinado es si hay (o no) una patología colectiva y si es una cuestión de una sociedad, muchos de cuyos miembros encuentran difícil suprimir la violencia y el control de sus impulsos y enojo. La jihad, la guerra santa contra los infieles, es un deber personal de todo musulmán, y si la emprende, morirá como un religioso hipócrita, alguien que solo practica el islam externamente pero, en verdad, no cree y será maldito por toda la eternidad. Los terroristas que entrevisté me contaron que llevar a cabo la jihad es, para el mujaheed, el camino hacia la misericordia de Allá para ellos y para su familia e ir directamente al paraíso sin las “torturas de la tumba” islámicas, y sin sobrellevar un doloroso examen por parte de los ángeles antes que se les permita ingresar. El regocijo y el éxtasis acompañan a los combatientes de la jihad en su búsqueda de ámbitos emocionantes en el mundo. Buscan lugares donde, con impunidad, pueden violar y asesinar y combatir a los infieles en nombre de Allá, alcanzando el pináculo de la masculinidad y el honor reservado para los shaheed. Superficialmente, pueden parecer que están luchando por un ideal pero, en realidad, incluso en los ataques suicidas, hay un elemento de deseo de recompensa, tanto en este mundo como en el venidero. El abrumador deseo de muchos varones adolescentes musulmanes, incluso los educados en Occidente o conversos al Islam, en especial los que viven en países donde no hay un gobierno real, es la excitación. A tal fin, van a zonas de confrontación como Afganistán, Pakistán, Chechenia, Libia, Irak, África (tales como los recientes ataques terroristas en Kenia) y Siria, para experimentar la misión, el entusiasmo y la promesa de ser un shaheed como lo más alto en la auto- realización. La frustración, alienación y sentido de inferioridad que acompañan el incremento del ritmo de la vida moderna, y la brecha entre Oriente y Occidente crece de manera continua. La depravación, restricciones y soluciones impuestas por el islamismo llevan a la gente a buscar un grupo al cual pertenecer y en el cual los ayudarán a canalizar sus sentimientos negativos por el otro, el diferente, el infiel; sentimientos comunes a todos. Además, la necesidad de aventuras y entusiasmo ayudó a crear una clase de “turismo jihad”, en especial pero no exclusivamente relevante para los jóvenes musulmanes, incluyendo los nacidos en Occidente. Hoy, en Siria, hay combatientes jihadistas de 60 países, entre ellos conversos al islam, que aparecen en videos y ayudan a jihadistas a reclutar a los partidarios y difundir propaganda. El turismo jihad es una subcultura de entretenimiento y emoción, un festival de violencia, similar a las subculturas criminales y pandillas de Occidente. El estilo de visa de los jihadistas les permite sacudirse de los confines de la familia patriarcal que se desintegra. En oposición a los criminales comunes, cuyos status social es reducido cuando son clasificados como delincuentes; los terroristas islámicos sienten que practican buenas acciones por Allá, subiendo su status. Actúan con impulsos violentos, no restringen su agresión y tratan de impresionar a su entorno tomando riesgos, esperando admiración y elogio. Descuartizan personas de todas las edades, usan gas sarín y hachas, decapitan, violan y mutilan a sus “enemigos” sin considerar el hecho que, hasta hace poco, el enemigo era un vecino, o al menos compartía su lengua y cultura. En sus “viajes de jihad extremo” se acostumbran a la violencia y atrocidades, o como dijo uno de los hombres que entrevisté “encontré natural el olor de la sangre. Cuando era chico veía cuando mataban a las ovejas”. Además, reciben la justificación religiosa de varias fatwas, edictos religiosos implementados por los sheik tales como Yusuf al-Qaradawi, autoridad religiosa de Hermandad Musulmana. Los turistas de la jihad viven como aventureros errantes. Encuentran difícil integrarse a la vida moderna. En su lugar, eligen el camino del asesinato y la violencia, mientras adoptan la simplicidad e, incluso, lo primitivo. Teniendo diferentes aspiraciones, no tienen que competir con Occidente buscando, en su lugar, destruir mientras esperan recrear el pasado antes que unirse al futuro. Antes de ser asesinado por los americanos, los terroristas que entrevisté siempre elogiaban a Osama bin Laden y la vida simple que vivía en las cuevas de Tora Bora (una ilusión porque bin Laden vivió una vida de relativo confort en Pakistán). Las olas de turismo jihad y terrorismo contra cristianos y judíos en Occidente están fuera de control y no son susceptibles a restricciones de familias, cultura, religión o sociedad. Los violentos turistas de la jihad están en países enteros: Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen, Libia, Túnez, Egipto y Siria. Las atrocidades, que están siendo cometidas en Siria, no avergonzarían a ningún legendario asesino serial, y hay miles de esos turistas de la jihad aquí, sunitas y chiitas e, incluso, conversos de Occidente al islam, que torturan y asesinan a civiles inocentes. Es la temporada alta para el turismo jihad, y mientras los mujahedeen continúan con sus actividades en Irak, la tendencia está, hoy, en Siria, donde amigos de Bashar al Assad y enemigos masacran, de modo indiscriminado, a inocentes de todas las edades y sexo. Surfean en olas de sangre y los operativos del Frente Al Nusra, grupo afiliado a Al Qaeda, asesina tanto a miembros del régimen de Assad como a los de organizaciones de rebeldes seculares que combaten al mismo régimen. El objetivo de los sistemas educativos de Occidente es otorgar las herramientas necesarias para funcionar en la sociedad. En los países islámicos se les enseña a los niños desde la infancia que la familia y el clan son las bases de sus vidas y dictamina su comportamiento. La sociedad islámica mantiene unidos a sus miembros y el individuo no tiene otra elección más que ceder a la presión del grupo. Ahogado en sangre y violencia, su única justificación es buscar la muerte de un shaheed. Y, los recientes conflictos, muestran que Occidente provee de numerosos turistas jihad a pesar de nuestra educación y oportunidades. Para algunos, en especial los conversos al islam, llevar adelante la jihad en tierras extranjeras puede ser emocionante y revolucionario, y una oportunidad para probar la profundidad de su nueva devoción. Con todo esto en mente, quisiera proponer el llamado al asesinado por el bien de Allá, "shaaddamania", que podría facilitar a Occidente comprender y combatir el síndrome. Se refiere a la obsesión de los istishhad (martirio por Allá) e incluye sentimientos de trascendencia y euforia luego de liquidar a infieles, la capitulación al instinto, la incapacidad de funcionar en la vida cotidiana, y la jihad como un bien e, incluso, altruismo en este mundo para calificar para una vida hedonista luego de la vida terrenal. La Dra. Anat Berko, PhD, es Tte. Coronel (Res) en las Fuerzas de Defensa de Israel, realiza investigaciones para el Consejo de Seguridad Nacional y es investigadora miembro del Instituto de Política Internacional de Contraterrorismo en el Centro Interdisciplinario en Israel. Como criminóloga, fue profesora visitante de la Universidad George Washington y ha escrito dos libros acerca de terroristas suicidas. "Camino al Paraiso", y recientemente publicó "The Smarter Bomb: Women and Children as Suicide Bombers" (Rowman & Littlefield).