Hamás, la Yihad Islámica y los ataques contra Israel
Escudos emblemáticos para un fin común. Destruir a Israel
La Yihad Islámica lanzó la semana pasada más de 150 cohetes y misiles contra el territorio israelí. Fue la respuesta a la captura la semana anterior de un barco cargado con 40 misiles tipo M-302 cuyo alcance asciende a 160 kilómetros; 181 cabezas de mortero y abundante munición -400.000 balas de calibre 7.62 para fusil de asalto Kalashnikov- enviados por la República Islámica de Irán con destino a la Franja de Gaza. Desde hace años, todo el sur de Israel sufre lanzamientos de cohetes que han ido mejorando en precisión y extendiendo su alcance. Hoy, los misiles lanzados desde Gaza pueden alcanzar no solo Sderot, Ashdod y Ashkelon y los pueblos cercanos al territorio que controla Hamás, sino que pueden llegar hasta Beersheva, en el Neguev. Los misiles que enviaba Irán podrían llegar a Tel Aviv y Jerusalem.
Digámoslo claramente: Hamás es responsable de evitar los ataques desde su propio territorio contra Israel. Por muy disputada que pueda estar la legitimidad de su Gobierno –la organización de la Autoridad Palestina tiene algo de caótico- desde el punto de vista del Derecho Internacional público Hamás controla el territorio y, de hecho, es quien puede evitar las agresiones contra Israel. Durante años, esta obligación jurídica internacional era la primera que los islamistas soslayaban junto con la obligación de garantizar el estándar mínimo de derechos humanos en la Franja. Ahí está el destino que sufrieron los miembros y simpatizantes de Fatah en 2007. Quien es capaz de utilizar a su propia población como escudo humano, no tendrá muchos escrúpulos en infringir otras obligaciones de Derecho Internacional.
El problema para Hamás es que ya no controla por completo la violencia y los ataques contra Israel. En Gaza las cosas se le están complicando. La división que existe en el mundo islámico después de las Primaveras Árabes se ha extendido al territorio que controla el primer ministro de Gaza, Ismail Haniye, y cada vez tiene que transigir, negociar y reprimir a más células y grupúsculos que se van formando. Así, grupos alternativos a Hamás –con una agenda distinta y fuentes de financiación alternativas- desafían su autoridad aunque sin ponerla en peligro todavía. Las sucesivas operaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel contra la infraestructura de la organización en Gaza (Plomo Fundido 2008-2009 y Pilar de Defensa en 2012) y el despliegue del sistema defensivo Cúpula de Hierro desde el año 2011 debilitaron la capacidad operativa de Hamás, que trató de reconstruirla a través del contrabando por los túneles de Rafah. Desde que el Gobierno de Sisi en Egipto se decidió a acabar con el tráfico de armas y explosivos y destruyó los túneles, el poder de Haniye se ha resentido. Sin la ayuda del Golfo, Hamás tendría gravísimas dificultades. Lo último que necesita ahora Hamás es atacar a Israel y desencadenar operaciones que debiliten a su organización.
Además, el mundo está pendiente del plan de paz anunciado por John Kerry en un momento muy delicado del conflicto y, en general, de la historia reciente de la región. La caída de Morsi ha sido un punto de inflexión para toda la región. Los líderes que han protagonizado los acontecimientos de los últimos treinta años están muy mayores o han muerto. Hay dos jóvenes que son la excepción: el rey Abdalá de Jordania y el presidente Assad de Siria. Tras las Primaveras Árabes y la guerra en Siria, el panarabismo ha expirado. La última década ha visto el fin del sueño baazista en Irak primero y en Siria después. Morsi aparecía en televisión con la bandera egipcia reivindicando así un islamismo nacionalista egipcio antes que árabe. La tecnología ha propiciado un cambio social en Oriente Medio. La adaptación de Facebook y Twitter al árabe y al farsi ha provocado la irrupción de los jóvenes como partícipes en el cambio social. La propaganda de los grupos islamistas se convierte así en una voz más del diálogo público en el mundo islámico. La narrativa de la resistencia contra Israel como causa común del mundo árabe está cediendo y temas como la corrupción y la falta de democracia marcan la agenda. Incluso los países más tradicionalistas, como Arabia Saudí, han tenido que acometer reformas. El islamismo de los Hermanos Musulmanes sigue activo, incluso en Jordania, pero van proliferando movimientos inspirados por Al Qaeda –dirigidos, en un sentido muy amplio, por Ayman al Zawahiri- y otras organizaciones salafistas. Hasta ahora, las monarquías se han mostrado más resistentes que las repúblicas a las Primaveras Árabes.
Por eso, la coyuntura no es muy propicia para Hamás. Las agresiones contra Israel convierten a Haniye y sus seguidores en culpables no sólo ante la opinión pública mundial, sino ante su propio público en los países árabes y en el territorio de la propia Autoridad Palestina. Sisi goza del apoyo de Arabia Saudí y ha sido contundente contra Hamás y contra los grupos terroristas que operan en el Sinaí. Irán apoya a la Yihad Islámica por ahora, aunque el líder de la Oficina Política de Hamás, Jaled Meshal, está intentado lograr el apoyo de Teherán. Turquía ha fracasado, por el momento, en su ofensiva diplomática en Oriente Medio y no ha mostrado la decisión esperada en el auxilio que Hamás le ha pedido. La mayor preocupación de los gazatíes es cobrar los salarios. Es probable que el plan Kerry fracase, pero queda por ver a quién se va a responsabilizar de su fracaso. Una escalada terrorista contra Israel estigmatizaría aún más a Hamás. La respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel ha tenido la doble virtud de detener a la Yihad y ser proporcionada a la agresión: se han destruido unos treinta objetivos utilizados por los terroristas. A Hamás se le está terminando el discurso del victimismo.
Ahora bien, Hamás no está sola en Gaza. La Yihad Islámica goza del apoyo iraní y no sigue las instrucciones ni la agenda de Haniyeh. Al contrario, trata de hacerse con el liderato de la guerra contra Israel ahora que Hamás se ha visto en la necesidad de hacer cierta política más allá de las bombas, los misiles y los secuestros. Teherán ha logrado lavar su imagen gracias a la habilidad de las relaciones públicas y una diplomacia sofisticada. Todo el mundo identifica la sonrisa de Ruhaní y olvida las más de 40 ejecuciones de pena de muerte que se han realizado desde que llegó al poder. A los terroristas de la Yihad les importa poco que el proceso de paz fracase. Tanto si lo hace como si no, ellos seguirán atentando contra Israel y tomarán el relevo de quienes se avengan a pactos y transacciones. Ellos ganarán aunque todo el mundo pierda.
Hamás tiene, así, el desafío de controlar a la Yihad Islámica. Los islamistas de Hayine deben demostrar que ellos siguen mandando en Gaza y que ellos deciden cuándo se ataca a Israel; además tienen que neutralizar el crecimiento de un posible competidor en el futuro. No lo tienen fácil. Hamás está teniendo problemas para pagar los sueldos de los funcionarios de Gaza desde que se desmantelaron la mayoría de los túneles de Rafah. Al menos, tres organizaciones terroristas más –las Brigadas de Resistencia Nacional, las Brigadas Abu Ali Mustafa y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa- les disputan el liderazgo de la lucha contra Israel. Paradójicamente, Hamás debe perseguirlas –no para salvar el proceso de paz- sino para evitar perder poder en la Franja. En Gaza, en suma, estamos viendo un concurso por quién lidera las agresiones contra Israel. Imagínense lo que cabe esperar de la propuesta de John Kerry.
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