domingo, 26 de abril de 2015

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No es una hipótesis que el mundo está en contra de nosotros, ni es un remanente de los antiguos temores que ya deberían haber quedado superados. El antisemitismo es tan vibrante y despreciable como antaño, no sólo en nuestros barrios, sino en la mirada de nuestros vecinos o en los grafitis junto  a las sinagogas. Está presente en todas partes: en el autobús, en la escuela, el colegio, el trabajo (aunque de manera más sutil) y por supuesto en los medios.
El tema con el antisemitismo es que desafía toda lógica: los judíos siempre están equivocados. A Israel se le culpa de cometer  atrocidades en contra de Hamas, que ya no es reconocido por las Naciones Unida  como una organización terrorista. Y el hecho de que Hamas haga todo lo posible para aterrorizar a civiles en Israel y arrojarles bombas, no tiene mayor importancia. Pero en cuanto el estado judío se defiende es percibido como un agresor.
Lo racional de la sinrazón
Para comprender por qué desde hace siglos hemos despertado este odio en tantos países y naciones, a ninguno de los cuales hemos causado daño alguno, necesitamos reflexionar un momento en quiénes somos los judíos. Quisiéramos ser como todas las naciones, quisiéramos encajar y ser como todos los demás, pero no lo somos. No somos como todos los demás por la sencilla razón que tanta gente de otras naciones piensa que no lo somos. Así que nada de lo que digamos para defendernos ayudará a cambiar su sentir.
Y si examinamos nuestra propia historia, veremos que en verdad, de algún modo, somos diferentes. En primer lugar somos supervivientes. Todas las naciones contemporáneas al nacimiento de nuestro pueblo, hace mucho que se desvanecieron en la neblina de los tiempos.
En segundo término, no sólo hemos sobrevivido, sino que lo hemos hecho con el propósito de transmitir un determinado mensaje. Su contenido puede no ser claro para nosotros o para muchos de nuestros denunciantes, sin embargo, de una forma u otra, sigue allí presente. Muchos antisemitas y filosemitas han expresado su deseo de vernos realizar nuestra tarea, o su rabia porque no la hemos llevado a cabo.
Henry Ford, por ejemplo, escribió en su nefasto documento El judío internacional: el problema más grande del mundo: “No se nos ha olvidado que se les hicieron (a los judíos) algunas promesas con respecto al lugar que les corresponde en el mundo, y se cree que estas profecías se verán cumplidas. El futuro del judío, como se especifica proféticamente, está íntimamente ligado con el futuro de este planeta.”
Profetas reacios
Profecía es una palabra enorme. Con frecuencia, quienes afirman que son profetas, se encuentran profetizando vigorosamente frente a los oídos sordos de sus compañeros del psiquiátrico y los corazones indiferentes de enfermeros sobre explotados.
Nos guste o no, recibimos un trato diferente, como si fuéramos responsables de los problemas del mundo. Pero, si somos culpados por los problemas de éste, la lógica dicta que es porque tenemos la clave para solucionar sus problemas. Lo más relevante es la profecía específica a la que se refieren tanto filosemitas y antisemitas, que señala que seremos “una luz para las naciones”.
En términos generales no tenemos idea de lo que quiere decir ser “una luz para las naciones”, ni queremos averiguarlo. Simplemente queremos llevar una vida sencilla y tranquila, en el seno de nuestras comunidades locales. Entonces, ¿por qué todas las naciones cada vez más nos culpan de sus males, incluso en esos países en que casi no habitan judíos?  ¿Por qué nos dicen que no nos comportamos como debiéramos si, comparados razonablemente, somos tan morales como el resto de la gente y en muchos casos más todavía?
En números reales, los judíos donan más a obras caritativas que cualquier grupo étnico o asociación.  Trabajamos como voluntarios en nuestras comunidades, hospitales y en los países en desarrollo. Y sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos y nuestras contribuciones a la humanidad en materia de ciencia, medicina, economía y valores humanos, seguimos siendo culpados de todos los males del mundo.
El bien que todos desean
A diferencia de épocas pasadas, no es tan difícil identificar lo qué está mal en el mundo. De la misma forma, no es complicado darse cuenta de qué manera los judíos podemos corregirlo. Si observamos la crisis global actual, la lenta recuperación económica, el aumento de la depresión y el abuso de las drogas a través del mundo desarrollado, la enajenación de la gente y la fragmentación de la sociedad al grado en que las parejas casadas ahora son minoría, llegaremos a la sencilla conclusión que la naturaleza humana está enferma.
Y la humanidad sólo necesita una sola solución para remediarla. Ni todos los Premios Nobel, ni los Premios Pulitzer, ni mil proyectos de recuperación económica puede arreglar la naturaleza humana. El mundo necesita corregir esta naturaleza y por improbable que parezca, en nuestra propia historia está impreso el modo de lograrlo.
Hace miles de años nos constituimos en una nación cuando nos unimos “como un solo hombre con un solo corazón”. En ese momento nos convertimos en un pueblo con una misión: transmitir el método capaz de unir también al resto del mundo. De todos los “bienes” que nuestra nación ha ofrecido a la humanidad, este es el que ellos están esperando .
Todos estamos de acuerdo en que “amar al prójimo como a ti mismo” es una idea esencial y que el mundo sería un mejor lugar si tan sólo pudiéramos vivir adheridos a esta premisa. Pero nadie puede conseguirlo.
Nadie, salvo nosotros que lo logramos en el pasado. Pero el hecho de que hayamos podido hacerlo en otro tiempo, significa que tenemos guardada una semilla de sabiduría oculta en nuestra consciencia. Y las naciones, todas las naciones, quieren que revivamos esta semilla, la reguemos, la cuidemos hasta que se vuelva una planta que dé los frutos que ellos puedan también disfrutar.
La unidad en su modalidad, como un hombre con un solo corazón, y a la larga poder llegar al amor al prójimo como a uno mismo, sería el único bien y servicio que al exportarlo al mundo entero, recibiría una magnífica acogida
El faro
Para resumir todo lo dicho anteriormente en una frase: el antisemitismo es una expresión de ira hacia los judíos por no unirse y compartir esa unidad con el resto del mundo.
A través de generaciones, nuestros sabios han recalcado la importancia de la unidad. “Cuando ellos (Israel) son como un hombre con un corazón, se alzan como una muralla fortificada contra las fuerzas del mal”, escribió el Rabí Shmuel Bornstein. Y Rav Abraham Kuk escribió “En Israel se halla el secreto de la unidad en el mundo”.
Incluso antisemitas, como Henry Ford, advirtieron nuestra cualidad de unidad, observando que tenemos “una lealtad racial y una solidaridad tal que no tienen otros grupos humanos”. Y Winston Churchill, célebre admirador de los judíos, se percató que la unidad tiene un significado particular para nosotros. “Los judíos han sido una comunidad afortunada porque tienen el espíritu corporativo, el espíritu de su raza y credo”.
La solución final: la guerra de nuestros corazones
Parece entonces que no es una miríada de mentes judías brillantes lo que el mundo necesita. Ni siquiera una teoría de punta para salvar la economía global. No necesitamos adoptar nuevas modalidades de gobierno para salvar al mundo. Lo que necesitamos hacer es unirnos.
No es para protegernos de nuestros enemigos, o para ayudarnos a mejorar nuestras vidas de alguna forma. Es porque esto es lo que el mundo requiere y el mundo no podrá lograrlo a menos que nosotros lo logremos, preparando el camino con nuestro ejemplo. Si nos unimos, no por nuestro bien, sino por el del mundo, entonces nosotros y el mundo ganarán la guerra del odio que está devorando todo fragmento decente de nuestro planeta y nuestras almas.
Fuente: Michael Laitman
Profesor de ontología, Doctor en filosofía y cabalá y Licenciado en biocibernética médica. Fundador y presidente del instituto ARI. Imparte diariamente lecciones de Cabalá a una audiencia aproximada de 2 millones de personas de todo el mundo, con traducción simultánea a distintos idiomas, entre ellos: inglés, alemán, italiano, ruso, francés, turco y castellano. Al día de hoy se han publicado más de 40 libros, traducidos a 35 idiomas. Entre sus obras se encuentran: “Como un manojo de cañas”, “La guía para el nuevo mundo” y “La psicología de la sociedad integral” entre muchos más.

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