viernes, 4 de octubre de 2013
“Sobrevivir al diluvio y ahogarse en un vaso... ¡de vino!
Parasha NOAJ
BHN”V
Por cierto no formulamos títulos originales pero se nos ocurre que, como parte de una
humanidad integrada en los relatos bíblicos, somos forjadores de situaciones que llaman
nuestra atención. Y ésta es una de ellas.
Estamos junto a Noaj, su esposa, sus hijos y nueras. Todo el mundo de la Creación
sucumbe ante la corrupción y la violencia. Diez generaciones han transcurrido ya desde
el extraordinario “¡Sea la Luz!”, un tiempo prudencial, extenso y suficiente para cambiar
lo que se debe, si se puede.
Pero parece que no. “...El impulso del pensamiento de su corazón es únicamente negativo,
todo el día”, afirma con “dolor” el Creador, observando al ser humano, corona de
Su Obra. Es entonces cuando emerge Noaj. Porque “a él, D’s lo vio como justo en su
generación”, al decir del texto.
Noaj es un hombre justo e íntegro, “Bedorotáv” (“En su generación”), insiste la Torá.
Es diferente. Tiene principios y trata de imponerlos en su entorno. Poco puede hacer
Noaj por una humanidad insolente, perdida, confundida, insensible...
“...Otjá raiti tsadik”, “...pues a ti Te he visto como un justo”, le dice el Todopoderoso a
Noaj, seguramente porque también éste “pudo ver algo”. “¿Quién es el sabio?, se preguntan
los maestros de todas las épocas: “El que ve lo que está por nacer”, si lo traducimos
literalmente (“Haroé et hanolad”). No hay casualidades con el Cielo, hay coincidencias.
El Santo Bendito Él anhela las coincidencias, o sea, cuando el hombre, cuando nosotros
podemos ver más allá de nuestras propias limitaciones.
Noaj puede ver en medio de una generación de “no videntes”, en medio de seres humanos
cuya característica particular los identifica con el famoso dicho “no hay peor ciego que el
que no quiere ver”.
Así se prepara Noaj para el Diluvio: aguas que habrán de anular la vida sobre la faz de la
tierra.
Cuando leíamos la inauguración -en Shabat Bereshit- de la Obra de la Creación, aprendimos
que el agua fue uno de los cuatro elementos que sirvieron a la Creación. “...Ve-
RuajElokim merajefet al penéi ha-Maim”, también recordamos el segundo versículo de la
Torá: “...Y el viento de Elokim, soplaba por sobre las aguas”.
Allí hubo un orden, una secuencia, una puesta de límites. Las aguas fueron “ubicadas”.
Firmamento y Cielos, Tierra-Continente y Océanos-Mares fueron los límites.
Con el Diluvio -Mabul, en hebreo-, todo volvió a ser como como antes. Mabul es confusión,
es perder los límites, es retornar a Tohu vabohu, a lo vacuo, lo desierto, lo inanimado y carente de orden.
Y eso fue el Mabul, “...maim al ha-arets”, “aguas sobre la tierra”, cuando previamente se
“abrieron las compuertas del abismo” y la lluvia incesante y las crecidas y la inundación
ahogaban poco a poco toda posibilidad de vida. Diez generaciones después la armonía
era un recuerdo del pasado.
¿Qué nos pasa cuando pensamos en Noaj? ¡Único sobreviviente de toda una humanidad!
¡Con él y su familia, continuará el mundo! En el mundo de la Creación todo volverá a
nacer.
Menuda tarea la de Noaj. El Arca, el darse cuenta, reunir los animales, ocuparse un año
de todo y pensar en seguir viviendo, con un mandato: ser justo como antes, seguir
abrazado a la “coincidencia” y recrear un mundo con valores estables, trasmitirlos y
perpetuarlos.
Menudo dilema el de este Noaj al abrir las puertas del Arca y “pensar si salir o no”. ¿Qué
le habría de esperar allí fuera? Temores, incertidumbres, dudas, al decir de los comentaristas
bíblicos liderados por Abarbanel. Es lícito tener miedo, pero es mejor saber
cómo enfrentar la adversidad.
“...Sal del Arca, tú y tus hijos”, le ordena el Todopoderoso. Esa fue la respuesta a la
pregunta. Noaj no quería o, más bien, no podía salir. Espera a D’s. Espera de D’s.
Necesita de Su Palabra, porque es Su único aliado en un mundo donde están él y los
suyos. Nadie más. Y junto a Él será más fácil.
¿Cómo sigue la historia? ¿Sigue Noaj junto a D’s? ¿Espera Su Palabra y Su recomendación,
como antes? ¿Cómo se sigue siendo Tsadik -justo- en medio de un mundo donde
los animales son más que los seres humanos, de acuerdo a la relación numérica
postdiluviana?
¡Cuántas preguntas! ¿Habrá respuestas?
La Torá las ofrece, aunque no nos gusten o, al menos, nos sorprendan. Ahí van: “...Inició
Noaj -labrador de la tierra- y plantó una viña. Bebió del vino y se embriagó y se desnudó
en el interior de su tienda”. (Génesis 9: 20,21).
Lo que sigue no será mejor. Hijos y nieto sumidos en las causas y consecuencias de la
borrachera, de las adicciones modernas diríamos hoy. No está mal trabajar la tierra, en
absoluto. Era el encuentro entre el hombre y D’s.
“...Para trabajarla y para preservarla”, se nos había dicho en el relato del Génesis que
esa sería la función de Adam. ¿Qué mejor? ¿Qué esperar como resultado? ¿Acaso no
esperamos una palabra, un agradecimiento por volver a vivir, por poseer una tierra
fértil, que vuelve a ser simiente de vida?
No está mal plantar una vid. Está mal, dirán algunos comentaristas, plantar solo viñas. La
vid, su fruto, su producto -el vino- era entonces, en las manos de Noaj, la esperanza, la
reconciliación con el Todopoderoso después de “tantas aguas”.
Es por eso que la tradición judía antepone una Berajá, una bendición, a todo cuanto
emprendemos, ya sea estudio, ritual, comida o bebida. Porque el sentido de la bendición
es asumir los límites, comprender responsabilidades, saber cómo y cuánto me
proyecto: en mis hijos, en mis nietos, en mi sociedad... en D’s mismo.
Noaj plantó, cosechó, bebió. Sin límites. Los resultados están a la vista. No fue más un
ser justo, sino que parecía un hombre común. Tenía todo el peso de la historia pero
decidió no asumirlo. Era demasiado para quien debería ser ahora “toda la generación”;
se estaba “degenerando”. Pobre Noaj, podríamos pensar. No supo estar a la altura de
sus responsabilidades, podrán otros jactarse.
Sin embargo, su borrachera y desnudez lo llevaron a lo último que sabemos de él: se
despidió del mundo con una maldición para su nieto, que aún conocía poco de la vida.
Aunque poco importa ya, igualmente duele, porque es nuestra historia, la humana, no la
judía. Porque se le escapó de entre las manos la ocasión de hacer la historia y concluirla;
por haber comenzado el trayecto y haberlo truncado. Por no permitirle al mundo vivir
de su ilusión: la Justicia.
El Midrash relata: “Cuando Noaj se puso a plantar su viñedo, se le acercó Satán (el ángel
del mal) y le pidió ser socio junto a él en el emprendimiento. Sólo que -le advirtió- fuera
precavido en no aprovecharse de su parte del vino (de Satán), pues de lo contrario lo
dañaría”.
Luego se reproduce el siguiente diálogo: “ ‘...¿Cómo es lo que estás plantando?’, preguntó
Satán. ‘Su fruto es muy dulce, y se hace de él un rico vino que alegra los corazones
de los hombres’, respondió Noaj. ‘¿Quieres que lo plantemos juntos, tú y yo?’,
sugirió Satán. ‘¡Sí!’, contestó Noaj.
“¿Qué hizo Satán? Trajo una ovejita, la sacrificó sobre la vid; más tarde hizo lo mismo
con un león; después lo hizo con un mono y por último trajo un cerdo; sus sangres
mezcló en el viñedo y se fue”.
A Noaj le fue insinuado, acotan los sabios, que el hombre que bebe una copa de vino es
como una ovejita: humilde, sencillo; con dos copas, se envalentona como un león y
empieza a hablar de su poderío; a la tercera copa, actúa como un mono: hace monerías,
baila, juega y sucumbe ante su lengua; ya a la cuarta copa se emborracha y obra como un
cerdo: se ensucia en el lodo y se rodea de basurales.
“Y todo ello, le ocurrió a Noaj, el justo”, concluye por fin el Midrash. (Génesis Rabá,
Cap. 31, Tanjuma Cap. 38).
Noaj sobrevivió a las muchas y poderosas aguas para ahogarse en un vaso, o varios, de
vino...
“El hombre se conoce por tres aspectos: Kisó (su bolsillo),
Kosó (su copa) y Kaasó (su enojo).” (del Pirké Avot)
Rab. Dr. Mordejai Maaravi de su libro “Debarjá Iair”
Rab. Oficial de la OLEI