jueves, 17 de abril de 2014

ACTUALIDAD

Un hombre bueno 
Jaime Vándor nació en un mundo de bárbaros, pero alzó la voz de la cultura; conoció las tinieblas, pero lo salvó la luz; y a pesar de ser perseguido por el odio, sólo consiguieron que amara.
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Ha muerto Helmut Jacques Vándor, conocido entre nosotros como Jaime Vándor. Quizá su nombre no diga nada a mucha gente, pero para quienes tuvimos la suerte de conocer su humanidad, leer sus poesías, gozar de su serena compañía y emocionarnos con su intensa vida, la muerte de Jaime es un bofetón seco. No puedo por menos que expresar mi tristeza profunda por la desaparición de una gran persona cuyo libro de la vida, a pesar de la dureza de algunos episodios, fue siempre escrito con la tinta de la bondad.

Jaime nació en Viena en 1933, de padres judíos, la madre austriaca y el padre húngaro. Hacía pocas semanas que Hitler había llegado al poder. En 1939, después de la anexión nazi de Austria, su familia se refugió en Budapest, porque su padre, que pasó la Primera Guerra Mundial en el frente ruso y que había sido prisionero en Siberia, no quería volver a vivir otra guerra. Pero la larga mano del nazismo llegó a Hungría con la invasión alemana del 1944, y los Vándor sufrieron la brutalidad de las leyes antijudías. A pesar de que su destino eran los campos de la muerte, donde murieron millones de judíos, incluyendo a la mayoría de su familia, ellos se salvaron gracias al buen hacer del embajador español Ángel Sanz Briz, que siendo un falangista convencido, salvó a miles de judíos haciéndolos pasar por sefardíes y otorgándoles pasaportes españoles. Su buena obra acabó cuando el régimen de Franco, al darse cuenta de su labor, lo retornó a España, pero ya había salvado a más de cinco mil. El Ángel de Budapest fue una de esas personas con luz que existieron en un mundo oscuro y terrible, y gracias a él, un niño llamado Jaime Vándor se salvó, vino a Barcelona y aquí tuvo la vida que querían negarle.

Ha muerto y ya no lo volveré a ver en la sinagoga, o en alguna efemérides en recuerdo de la shoah, o en cualquier debate de los que aún se deben hacer para combatir el antisemitismo. Ese hecho inevitable de no encontrarme con Jaime en cualquier momento, me produce el vacío profundo que dejan las grandes personas, cuando se van. Jaime Vándor nació en un mundo de bárbaros, pero alzó la voz de la cultura; conoció las tinieblas, pero lo salvó la luz; y a pesar de ser perseguido por el odio, sólo consiguieron que amara. De este gran ser humano, judío y por ello universal, un trocito de su poesía dedicada al pedagogo polaco Janusz Korczak, director de un orfanato de niños que fueron encerrados en el gueto y después deportados a los campos de exterminio. Janusz pudo salvarse y no quiso, condujo a los niños a la plaza Umschlagplatz, subió con ellos a los trenes y murió en Treblinka. "En vano buscarías la lápida/ AQUÍ HABITÓ JANUSZ KORCZAK/ ¿cómo habrían sido la mesa, el camastro/ papel, lápiz, la Biblia y un diccionario/ el cuarto que él soñaba pequeño y callado/ donde ser un viejo estudiante pobre/ ser, aprender hebreo y descubrir el porqué?".

Pilar Rahola
La Vanguardia. Barcelona
20/03/2014 

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