Fuente: El Med.io
Por José María Marco
31/3/14
En Arabia Saudí no existen los derechos humanos. Existen los derechos de los árabes varones, musulmanes y heterosexuales. El resto, es decir mujeres, trabajadores extranjeros, gays, negros o no musulmanes, forma parte de castas sometidas una represión más o menos feroz, pero siempre implacable. Arabia Saudí suprimió la esclavitud en 1962, por las presiones del presidente Kennedy, pero no ha concedido ningún derecho a las personas negras. Las mujeres no pueden siquiera conducir y los no musulmanes no pueden manifestar sus creencias en público. Los gays están perseguidos por prácticas contrarias a la ley y son susceptibles de pena de muerte (también las lesbianas, a diferencia de lo que ocurre en otros países de mayoría musulmana, con formas de represión menos brutales).
Lo que sí hay en Arabia Saudita, por tanto, es un régimen de apartheid férreo, sofisticado, destinado a salvaguardar la hegemonía de los que están en el poder y disfrutan, estos sí, de todos los privilegios.
En Arabia Saudí se sigue practicando la pena de muerte, sobre todo por decapitación, aunque también se practica la lapidación en casos de adulterio. En 2013 hubo 78 ejecuciones y en lo que va de año ha habido once.
Tampoco existen los derechos políticos. A principios de marzo el gobierno promulgó un decreto que considera un crimen “convocar, participar, promover o incitar a sentadas, protestas, reuniones o declaraciones colectivas con cualquier propósito y de cualquier formato, o cualquier cosa que pueda afectar la unidad y la estabilidad del Reino de cualquier manera que sea”.
Conviene recordar que no ha habido ni el menor asomo de movimiento de boicot contra Arabia Saudí por parte de ningún movimiento, ninguna universidad, ningún grupo intelectual o de lobby europeo ni norteamericano. Tan sólo Israel merece este tratamiento.
Por eso es fascinante ver lo ocurrido hace muy pocos días en Riad, cuando el presidente Obama aterrizó en Riad después de su gira europea. Obama representa –sin que quepa dudar de su sinceridad y de su dedicación– la imagen misma de un orden mundial basado en el mutilateralismo, el diálogo y el respeto. No debe de resultarle cómodo visitar un país que de la modernidad sólo conoce lo más superficial y que es ajeno a la modernización de las actitudes, la moral pública, la política: la dignidad esencial del ser humano.
Como es sabido, la visita de Obama a Arabia Saudí ha intentado encauzar las relaciones entre Riad y Washington. Estas relaciones se han visto deterioradas no por la cuestión de los derechos humanos, sino por las nuevas posiciones de Estados Unidos en la región tras el cambio que se está produciendo en los países de mayoría musulmana desde 2011.
Estados Unidos ha intentado asegurar a los saudíes que la nueva relación establecida con Irán no significa un cambio radical en su política y que no suscribirá un acuerdo perjudicial para sus aliados tradicionales. Estados Unidos debe moverse con cautela en el enfrentamiento, que ha pasado ya del estado de guerra fría, entre Irán y Arabia Saudí. En el frente sirio, los amigos saudíes también están presionando a Obama para que apoye más activamente a los opositores. No parece que piensen que sea verosímil una victoria de los rebeldes. Lo que le piden a Washington es que no corte todo el suministro de armas, de tal modo que los opositores a Bashar al Asad sigan presentes en las negociaciones de Ginebra. Desde la perspectiva saudí, Estados Unidos tampoco está haciendo todo lo que tendría que hacer para que Egipto vuelva a una cierta estabilidad, ni para que Qatar, donde Estados Unidos tiene situadas tres bases estratégicas, abandone su deriva proiraní.
La relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí está cambiando, también, por la nueva política energética norteamericana, que le permite ser cada vez menos dependiente del petróleo de Oriente Medio. Se calcula que en 2015 el fracking permitirá a Estados Unidos producir más petróleo que la propia Arabia Saudita.
La visita del presidente norteamericano culmina unos meses de relativa calma tras las fuertes críticas de los saudíes a Washington de finales del año pasado. En los últimos tiempos, efectivamente, ha predominado la prudencia. En cualquier caso, las relaciones siguen siendo muy buenas. Arabia Saudita, por su parte, está inmersa en un proceso de cambio que le llevará a decidir cuál de los príncipes de la familia real sucederá al rey Abdalá, de cerca de noventa años de edad.
En su estancia, y como era de esperar, Obama no sacó a relucir los derechos humanos ante las autoridades saudíes, al menos en público. Al final, eso sí, en una ceremonia privada, otorgó un premio a Maha al Munif, una mujer saudí que trabaja por evitar la violencia doméstica. El premio, según declaró, lo suele entregar Michelle Obama, que no ha tomado parte en el viaje. Los activistas de derechos humanos en el país –es decir, los que no están encarcelados como Abdulá al Hamed y Mohamed Fahad al Qahtani, sentenciados este mes de marzo a diez años de cárcel, y otros tantos de expatriación, por fundar una organización de defensa de los derechos humanos– han preferido callarse para no empeorar la situación. Lo que esperaban de Obama era, por lo sustancial, que no elogiara ninguna supuesta reforma emprendida por el régimen.
“Es un período oscuro, no hay duda”, ha declarado, según recoge el Wall Street Journal, Walid Abu Aljair, heroico y respetado defensor de los derechos humanos en su país, condenado a tres meses de cárcel el año pasado por firmar un escrito crítico con el gobierno.
Lo que sí hay en Arabia Saudita, por tanto, es un régimen de apartheid férreo, sofisticado, destinado a salvaguardar la hegemonía de los que están en el poder y disfrutan, estos sí, de todos los privilegios.
En Arabia Saudí se sigue practicando la pena de muerte, sobre todo por decapitación, aunque también se practica la lapidación en casos de adulterio. En 2013 hubo 78 ejecuciones y en lo que va de año ha habido once.
Tampoco existen los derechos políticos. A principios de marzo el gobierno promulgó un decreto que considera un crimen “convocar, participar, promover o incitar a sentadas, protestas, reuniones o declaraciones colectivas con cualquier propósito y de cualquier formato, o cualquier cosa que pueda afectar la unidad y la estabilidad del Reino de cualquier manera que sea”.
Conviene recordar que no ha habido ni el menor asomo de movimiento de boicot contra Arabia Saudí por parte de ningún movimiento, ninguna universidad, ningún grupo intelectual o de lobby europeo ni norteamericano. Tan sólo Israel merece este tratamiento.
Por eso es fascinante ver lo ocurrido hace muy pocos días en Riad, cuando el presidente Obama aterrizó en Riad después de su gira europea. Obama representa –sin que quepa dudar de su sinceridad y de su dedicación– la imagen misma de un orden mundial basado en el mutilateralismo, el diálogo y el respeto. No debe de resultarle cómodo visitar un país que de la modernidad sólo conoce lo más superficial y que es ajeno a la modernización de las actitudes, la moral pública, la política: la dignidad esencial del ser humano.
Como es sabido, la visita de Obama a Arabia Saudí ha intentado encauzar las relaciones entre Riad y Washington. Estas relaciones se han visto deterioradas no por la cuestión de los derechos humanos, sino por las nuevas posiciones de Estados Unidos en la región tras el cambio que se está produciendo en los países de mayoría musulmana desde 2011.
Estados Unidos ha intentado asegurar a los saudíes que la nueva relación establecida con Irán no significa un cambio radical en su política y que no suscribirá un acuerdo perjudicial para sus aliados tradicionales. Estados Unidos debe moverse con cautela en el enfrentamiento, que ha pasado ya del estado de guerra fría, entre Irán y Arabia Saudí. En el frente sirio, los amigos saudíes también están presionando a Obama para que apoye más activamente a los opositores. No parece que piensen que sea verosímil una victoria de los rebeldes. Lo que le piden a Washington es que no corte todo el suministro de armas, de tal modo que los opositores a Bashar al Asad sigan presentes en las negociaciones de Ginebra. Desde la perspectiva saudí, Estados Unidos tampoco está haciendo todo lo que tendría que hacer para que Egipto vuelva a una cierta estabilidad, ni para que Qatar, donde Estados Unidos tiene situadas tres bases estratégicas, abandone su deriva proiraní.
La relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí está cambiando, también, por la nueva política energética norteamericana, que le permite ser cada vez menos dependiente del petróleo de Oriente Medio. Se calcula que en 2015 el fracking permitirá a Estados Unidos producir más petróleo que la propia Arabia Saudita.
La visita del presidente norteamericano culmina unos meses de relativa calma tras las fuertes críticas de los saudíes a Washington de finales del año pasado. En los últimos tiempos, efectivamente, ha predominado la prudencia. En cualquier caso, las relaciones siguen siendo muy buenas. Arabia Saudita, por su parte, está inmersa en un proceso de cambio que le llevará a decidir cuál de los príncipes de la familia real sucederá al rey Abdalá, de cerca de noventa años de edad.
En su estancia, y como era de esperar, Obama no sacó a relucir los derechos humanos ante las autoridades saudíes, al menos en público. Al final, eso sí, en una ceremonia privada, otorgó un premio a Maha al Munif, una mujer saudí que trabaja por evitar la violencia doméstica. El premio, según declaró, lo suele entregar Michelle Obama, que no ha tomado parte en el viaje. Los activistas de derechos humanos en el país –es decir, los que no están encarcelados como Abdulá al Hamed y Mohamed Fahad al Qahtani, sentenciados este mes de marzo a diez años de cárcel, y otros tantos de expatriación, por fundar una organización de defensa de los derechos humanos– han preferido callarse para no empeorar la situación. Lo que esperaban de Obama era, por lo sustancial, que no elogiara ninguna supuesta reforma emprendida por el régimen.
“Es un período oscuro, no hay duda”, ha declarado, según recoge el Wall Street Journal, Walid Abu Aljair, heroico y respetado defensor de los derechos humanos en su país, condenado a tres meses de cárcel el año pasado por firmar un escrito crítico con el gobierno.
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