martes, 20 de noviembre de 2012

Los temas de la agenda

ESCRITO POR BENITO ROITMAN PARA AURORA 0 COMENTARIOS Enero 2013 Una respuesta estilizada a la pregunta de cuales son los grandes temas que más parecen pesar en la sociedad israelí actual, tendría una triple dimensión (sin establecer a priori jerarquías entre ellas): la de la seguridad, asociada a las amenazas a la supervivencia física del Estado; la posibilidad de llevar acabo negociaciones que conduzcan a los acuerdos de paz necesarios para establecer y consolidar, entre el Jordán y el Mediterráneo, dos Estados para dos naciones; las diferentes dimensiones de la problemática socio-económica, que afectan el presente y el futuro de la sociedad israelí y de sus diversos componentes. Este último tema, el de la problemática socio-económica, estaría naturalmente ubicado en el centro de la preocupación de la mayor parte de los países y de sus respectivas poblaciones; sin embargo, en el caso de Israel, parecería que su importancia fuera menor, frente al resto de los asuntos que inquietan a la sociedad. ¿A qué podría atribuirse una situación de esa naturaleza? Se me ocurren dos grandes posibilidades, que creo que ejemplifican de alguna manera lo que sucede en el país. Por un lado, la relativa baja prioridad atribuida a los problemas socio-económicos podría derivar del convencimiento de que esos problemas estarían en gran medida resueltos; éste es el mensaje que se transmite cotidianamente, cuando se insiste en la fortaleza de los indicadores macroeconómicos, en el mantenimiento de tasas positivas de crecimiento a pesar de la crisis que cunde alrededor, en la preocupación que el gobierno ha manifestado por atender los reclamos populares, en las (auto)alabanzas a la nación "start up", etc. Pero por otra parte, la menor importancia atribuida a la problemática socio-económica podría ser el resultado de la persistente prédica sobre lo que se ha dado en llamar amenazas existenciales, prédica que tiene lugar a través de todos los medios de comunicación y aprovechando toda oportunidad que se presenta, en el país y en el exterior. Y en una sociedad con el recuerdo vivo de la Shoá, la constante mención de amenazas existenciales que esperan a la vuelta de la esquina lleva, casi inevitablemente, a relegar a un segundo término cualquier otra problemática. Ciertamente, el carácter de las manifestaciones del verano del 2011 -centradas exclusivamente en la denuncia de los problemas socio-económicos- reafirmaron tanto la gravedad de esos problemas como la prioridad que la sociedad les asigna. Frente a ellas, la respuesta de las autoridades a estas manifestaciones, más allá de establecer una comisión para analizar y recomendar propuestas de mejoras (y recordemos que el nombramiento de una comisión, por más capaces que sean sus miembros, es generalmente la fórmula preferida para "patear hacia adelante" los problemas), no ha representado cambio alguno en el panorama social y económico prevaleciente. Pero ¿cual es la realidad de ese panorama? ¿Los problemas socio-económicos están siendo felizmente resueltos, o somos por el contrario testigos -y actores- de un agravamiento que está conduciendo, como algunos advierten con alarma, a un futuro insostenible? La sabiduría popular acostumbra á recordarnos que "cada uno habla de la feria tal como le va en ella", pero debe haber indicadores más objetivos que permitan formarnos una mejor y más amplia idea de lo que está pasando y, sobre todo, de lo que pueda pasar hacia adelante. Hablemos del crecimiento económico, que en los últimos años ha mostrado en Israel una trayectoria que contrasta, positivamente, con los magros resultados que arrojan nuestros principales socios comerciales (Europa y Estados Unidos). Así, entre los años 2004 y 2011, la tasa anual de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) se situó siempre por encima del 4% (con la excepción del 2009, que es el año inmediatamente posterior a la crisis del 2008); esto ha llevado a que el PBI por habitante pasara de un índice 100 en el año 2004, a un índice de 119,7 en el 2011. Pero en ese mismo período, el salario promedio en toda la economía (siempre medido en términos reales, al igual que el PBI) prácticamente no creció, puesto que pasó de un índice 100 en el año 2004 a un índice de 102 en el 2011. Y con relación a la importancia del salario en la economía familiar en Israel, téngase presente que el 88% de la población ocupada es asalariada. En consecuencia, es legítimo inferir que -en el mejor de los casos- el fruto del crecimiento generado en el país no se ha distribuido equitativamente entre la población y muy probablemente se ha concentrado en pocas manos. En resumidas cuentas, el argumento -correcto- de que el país ha experimentado un nivel de crecimiento aceptable en los últimos años no puede ocultar el que los resultados de ese crecimiento no hayan estado al servicio de la mejora de la calidad de vida de la población en general. A ello corresponde agregar dos comentarios, relacionados tanto con los niveles de empleo como los de los salarios. Con respecto a los niveles de empleo, las autoridades se congratulan de la reducción de las cifras de desocupación en los últimos años, aunque éstas comienzan a subir nuevamente en el último período. Pero lo que se debe destacar es que la tasa de participación, es decir, el porcentaje de población de 15 años y más que participa en el mercado de trabajo, se situaba en el año 2011 en 65%, cuando para la Unión Europea en su conjunto ese valor era de 72%. Esa diferencia se constata en gran medida a partir de la baja participación laboral de hombres judíos ultraortodoxos y de mujeres árabes israelíes en los mercados laborales de Israel, pero la explicación radica en la escasa adopción de medidas de política que procuren cambiar esa situación, comenzando por cambios radicales en los programas educativos y en la apertura de posibilidades laborales más amplias para esos grupos poblacionales. Mientras tanto, una baja tasa de participación implica, de hecho, un aprovechamiento disminuido de las posibilidades de crecimiento de la economía, lo que impide que su desarrollo alcance su verdadero potencial. En cuanto a los salarios, ya se ha señalado en repetidas ocasiones que el 60% de los asalariados percibe ingresos inferiores al 75% del salario promedio nacional (ubicado actualmente en unos 8,800 shékel bruto mensuales) y una tercera parte de los trabajadores tiene ingresos laborales inferiores al salario mínimo; esto último significa que alrededor de un millón de trabajadores se encuentran en esa situación, cuando a nadie escapa que el salario mínimo -en las actuales condiciones del país- no alcanza para cubrir las necesidades cotidianas. Pero no se trata de señalar sólo la problemática social que esto conlleva. Desde un punto de vista estrictamente económico, esta desproporcionada y desigual distribución de los salarios refleja en gran medida la existencia de muy diferentes niveles de productividad entre los distintos sectores de la economía. En efecto, cuanto mayor es la productividad en una actividad económica dada, medida por la cantidad de bienes o servicios obtenidos por unidad de trabajo, mayor es la capacidad de esa actividad -entre otras cosas- para remunerar adecuadamente a su mano de obra. Así, la realidad económica israelí es que en su seno conviven dos economías: una de alta productividad, asociada en general a los sectores de alta tecnología, y otra de bajas productividades, y en la que se ubica la mayor parte de la fuerza de trabajo. Esa heterogeneidad tiene ya caracteres estructurales, por lo que su transformación requiere reformas profundas, sobre todo en los sistemas educativos, que son los que a mediano y largo plazo deben formar a la mano de obra educada en condiciones de participar con mayor eficiencia en los procesos productivos de toda índole. Y ese tipo de reformas en el sistema educativo, que necesita alcanzar -entre otras cosas- una mayor integración de las poblaciones judías ortodoxas y árabes israelíes al nuevo mundo laboral, continúa formando parte de las principales problemáticas sociales que enfrenta el país, sin que se oigan pronunciamientos políticos que acepten el reto y diseñen y procuren poner en práctica soluciones adecuadas. Volvamos al punto de partida. ¿Los problemas socio-económicos están o no en vías de solución? No hemos mencionado siquiera aquí la penosa desigualdad de ingresos que caracteriza a la sociedad israelí y que ha llevado a situarla en los últimos lugares entre los países de la OECD en esa materia, ni la muy alta concentración de poder económico -con todas sus ramificaciones en materia de influencias de todo tipo- que también sitúa al país en un "sitial de honor" dentro de la OECD. Pero de los párrafos anteriores resulta claro que en lugar de cambios positivos, se estaría retrocediendo. Por lo tanto, el relegamiento de la problemática socio-económica a un segundo plano en el orden de importancia de los problemas que parecen preocupar a la sociedad israelí, no provendría de mejoras en esa problemática, sino que sería el resultado -como se especula más arriba- de una insistente prédica sobre la suprema importancia de enfrentar las amenazas existenciales que nos estarían amenazando (Michael Oren, actual Embajador de Israel en los EEUU, identificó en mayo del 2009, en un artículo en la revista estadounidense Commentary, no una sino siete amenazas existenciales; el Primer Ministro Biniamín Netaniahu ha preferido concentrarse últimamente en una de ellas: el desarrollo nuclear iraní). Y ante esas amenazas, todos los otros problemas se minimizan (o quizás eso sea precisamente lo que se pretende). Al comienzo de esta nota, señalaba cuales serían a mi juicio los temas que más pesan en la sociedad israelí sin establecer, a priori, ninguna jerarquía entre ellos. Pues bien, lo que corresponde afirmar es que, de hecho, no es posible establecer esas jerarquías porque todos estos temas están inevitablemente entrelazados. No puede hablarse de seguridad en términos de la continuidad de la existencia del Estado, e ignorar el peso que en esa materia tiene el alcanzar acuerdos de paz con la entidad palestina, aferrándose a un cada vez más problemático status quo; y el futuro económico y social de la población del Estado no sólo requiere una mejor y más amplia integración interna, sino que está además necesariamente asociado a las formas políticas de inserción del país en la comunidad internacional, lo que depende a su vez del avance en sus vinculaciones con sus vecinos en la región. Y el planteamiento de las urgencias que presentan las realidades demográficas del país y de su entorno envuelve todas esas temáticas. http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Newsletter/47795/?utm_source=Noticias+diarias+Sabado-TEA&utm_medium=03-11-2012%202da%20edic