domingo, 3 de marzo de 2013

ARGENTINO ARGENTINO Y ARGENTINO MAS O MENOS

LA VOZ.COM.AR EDGARDO LITVINOFF Al final, no se sabe cuántas clases de judío hay: está el judío “espiritual”, como Lilita Carrió; el judío “argentino”, que el senador oficialista Miguel Ángel Pichetto diferencia del “argentino argentino” y el judío testimonial, como la ministra de Desarrollo Social de Tucumán, Beatriz Mirkin –que dejó su cargo por un día para votar el acuerdo con Irán–; está el judío espía de Israel, con el que Luis D´Elía describe a todos los judíos menos a los que están en el Gobierno; el judío extransversal, como el canciller Héctor Timerman; o el judío ateo, a lo Baruch Spinoza, entre otros. Antes que nada, hay que reconocerlo: Argentina no es un país antisemita cuya sociedad o autoridades persigan a los miembros de esa comunidad. O una Nación que oficialmente no reconociera el Holocausto, aunque incluso en este caso habría que diferenciar a ese gobierno de sus ciudadanos. Nuestro país –si el senador Pichetto permite usar la primera persona del plural– no podría incluirse en esa categoría. Sin embargo, en ciertas situaciones, en determinados ámbitos, en unas que otras ocasiones, afloran perspectivas que ponen una pausa en esa certeza. Ciertamente, no son preocupantes. Pero sí reveladoras. Como cuando la gente llena el muro de Facebook de sus amigos judíos con permanentes alusiones al “holocausto de los palestinos a manos de los judíos”, como si ser judío fuera lo mismo que ser israelí, como si el Holocausto fuera comparable con algo, o como si la condición de judío impidiera tener, por ejemplo, una perspectiva contraria a la actual política del gobierno israelí (en realidad, tales envíos suelen no ser confusiones). Por eso no sorprende, para nada, que un legislador ultraoficialista distinga entre “argentinos argentinos” y “judíos argentinos”. Podemos otorgarle el beneficio del apresuramiento y decir que no es antisemita. Pero eso no lo exime de lo que en realidad muestra: dentro del relato, todo; fuera del relato, nada ni nadie. Cualquiera que discuta una decisión del Gobierno queda así afuera de la argentinidad; es un traidor y un vendepatria. Si discute cualquier punto del proyecto “nacional” –aun uno solo–, está fuera de la Nación. Puede ser un radical, un kirchnerista disidente, un afiliado del Pro o del Partido Obrero. O un judío que discuta el pacto con Irán. Es decir, cualquier categoría que no adhiera a la oficial y que por eso impide ser un verdadero “argentino”. Nada de esto sorprende, porque va más allá de discriminar a un grupo. La intención es hacerlo con todos, menos el propio. La lógica es siempre la misma.