jueves, 28 de marzo de 2013
El éxodo del siglo XXI: de Alejandría a Jerusalén
Dina Ovadia ha recorrido un largo camino desde su infancia en un país árabe, sin saber que es judía. Hoy día, ella sirve en las FDI en la Unidad del Portavoz. Nosotros conocemos las historias de cenicienta y de la hagadá de Pesaj; la de Dina cuenta con un poco de ambas.
No es el primer Pesaj de Dina en Israel, poco a poco se siente más cómoda con su presente como israelí que con su pasado como egipcia. En vez de pensar en los momentos agridulces de su infancia en la ciudad egipcia de Alejandría, Dina pasa el tiempo sirviendo en la Unidad del Portavoz de las FDI y prepara su casa para la fiesta de Pesaj. Hoy, ella se siente tanto Dina Ovadia como Rolin Abdallah, su nombre anterior que la protegía en un país árabe, donde nadie, incluso ella misma, sabía que era judía. Aún hoy está registrada como Rolin en su cuenta de Facebook.
Cabo Dina Ovadia
Ella empieza a contar su increíble historia y de sus ojos brotan las lágrimas de tristeza. Dina, de 22 años, se fue de su casa por primera vez cuando tenía 15. Era una chica curiosa que sólo quería disfrutar con sus amigos de su ciudad. “Todo el mundo siempre me veía diferente, como el patito feo de la clase. Todos me preguntaban: ¿Por qué me vestía así?, ¿Por qué yo siempre hablaba con mis papás en los recreos?, siempre, ¿Por qué? ¿Por qué? y ¿Por qué?. Yo tampoco sabía por qué, pero aún así tenia amigos”, nos cuenta en perfecto hebreo, con un poco de acento árabe. “Mi familia no era religiosa. Ni cristiana, ni musulmana. No sabía qué era yo porque mis padres no seguían tradiciones judías y yo suponía que éramos cristianos laicos”.
La negación de esas tradiciones durante su infancia añaden un significado especial cada vez que ella enciende las velas de Shabat y en cada fiesta judía que desconoció por tantos años. La historia de Dina es la historia de Pesaj, contándose de nuevo, miles de años después.
“Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias” -Éxodo 3:7
Rolin, en árabe, significa dulzura, aunque Dina siempre fue curiosa y rebelde. Ella sentía que tenía que pertenecer a algún lugar, sólo que no sabía a cuál. “Estudiaba en una escuela musulmana. Yo crecí estudiando el Corán y después de un tiempo me pregunté: ‘¿Por qué estudio todo esto?’, luego me empezó a interesar y me gustaba mucho estudiar para los exámenes y memorizar los pasajes. En mi escuela, querían que llevara un velo en las lecciones del Corán. No me gustaba la idea, como chica, me parecía algo feo”, dice, sonriendo. Sus padres decidieron que sería mejor que se inscriba en una escuela cristiana privada, donde se podría sentir más cómoda. “Fue muy divertido allí y me sentía mucho más a gusto”.
Entre la mezcla de religiones, Dina recuerda cómo trataba de encontrar su propia identidad. “Había una mezquita al lado de mi escuela y todas nosotras rezábamos allí después de nuestras clases. Un día, le conté a mí mamá lo que hacíamos y se enojó mucho. Mis padres me prohibieron regresar a la mezquita. Recuerdo haber estado muy dolida y les dije que nadie iba a aceptarme y que no tendría amigos. Durante Ramadán, me escapaba a la casa de mis amigos, y hasta a veces, ayuné, porque siempre quería pertenecer a algo, y no sabía lo que era”, explica Dina. Cuando Dina les dijo a sus padres que intentó rezar en una iglesia, sus padres la alejaron de cada religión, sin una explicación.
El punto de inflexión pasó un día como cualquier otro. Dina estaba estudiando para un examen de historia, su hermano y su primo estaban jugando en el piso de arriba, y su mamá, su tía y su hermana también estaban en la casa. De repente, se escucharon gritos y el sonido de un vidrio haciéndose añicos. “De inmediato, me entró el pánico y pensé que venían por nosotros porque somos distintos. Salí afuera y vi a cinco personas con máscaras; eran Salafistas. Cinco hombres barbudos con porras y rifles en sus manos rompieron el alambrado electrificado y exigían saber adonde estaban los hombres de la casa. La explicación era tan sencilla como incomprensible: “A’lit el’Yahud” (“Una familia judía”)”.
“Pensé ¿Qué está ocurriendo? No entendía por qué decían que éramos una familia judía. Cualquier persona que era diferente o un extranjero siempre lo llamaban ‘el judío’. Estaba segura que era un error. Entraron a la casa. Mi madre les dijo que los hombres no estaban en la casa y la tiraron al piso. Se golpeó la cabeza contra las columnas y se desmayó. Empecé a gritar, yo estaba segura que la habían asesinado. Y entonces, vi que subieron las escaleras y oí tiros. Pensé que habían asesinado a mi hermano y a mi primo. Los Salafistas bajaron las escaleras y nos dijeron que teníamos sólo unos días para desaparecer y mientras tanto, no podíamos salir de la casa. Amenazaron que si los niños intentaban ir a la escuela, serían secuestrados. Fue tras este incidente que mi familia decidió que no teníamos otra opción más que irnos”.
Por suerte, toda la familia estaba sana y salva tras el ataque. Los hombres armados le apuntaron a la cabeza a los niños, fallando deliberadamente con el fin de asustarlos. “Creo que hoy nos habrían matado a todos”, especula. Desde aquella invasión a la casa, la vida de Dina se enredó por completo, mientras que los dos extremos irreconciliables de su vida comenzaron a desmoronarse. “Los salafistas rodeaban la casa con sus vehículos, y disparaban al aire. Ese mes, ni de la escuela nos llamaron. Empecé a dormir con mi madre porque tenía mucho miedo. Mi padre me dijo que no son más que ladrones a pesar de que no se llevaron nada. La palabra “Judío” era una especie de insulto; no podía creer que éramos judíos de verdad”, dijo.
Unos días tras la invasión de la casa, su abuelo juntó a toda su pequeña familia y reveló la verdad.”Él explicó por qué nos alejaba de las otras religiones y nos explicó que éramos judíos. Nos advirtió que no teníamos mucho tiempo para salir de Egipto. Recuerdo que todos los chicos estaban emocionados, pero yo no. Empecé a llorar. Estaba decepcionada. Le dije que no quería mudarme a ese país de gente mala, llamado Israel. Me rebelé”.
¿Qué sabías sobre los Judíos e Israel?
“En la escuela siempre me enseñaron a odiar a los judíos y a Israel. Tomemos al Corán por ejemplo. Yo podría estar sentada, en medio de un examen, y de repente encontrarme con un verso que dice que es nuestro deber asesinar judíos. También recuerdo, durante la Segunda Intifada, que en los medios de comunicación, constantemente mencionaban que los israelíes eran malos. Yo lloraba al escuchar historias como la de Mohammed al-Dora. Mi abuelo siempre insistió en explicarnos que realmente ellos no eran malos, y que teníamos que entender que en la guerra, así es como funcionan las cosas. En casa, siempre nos enseñaron que todos los seres humanos son iguales y que tenemos que respetarlos por quienes son, sin importar su trasfondo. En la escuela siempre nos enseñaron que Israel es el enemigo. Solían decirme que cuando creciera lo entendería. De hecho durante la Intifada, salí a protestar, con la bandera palestina en mano. Nunca me pasó por la cabeza que fuera judía. Yo pensaba que los judíos daban miedo, eran asesinos, tenían narices y orejas grandes, y tenían largas barbas. En la televisión siempre se veían bebés quemados en Gaza, cosa que nunca he visto en Israel, pero eso era lo que pensábamos”.
Antes de esta dramática conversación, Dina trataba de entender donde habían ido todos sus amigos. No se habían ni siquiera tomado la molestia de llamarla a saludar en todo el mes. “Yo tenía un grupo realmente bueno de amigos”, nos contaba Dina.”Vivíamos realmente cerca uno del otro, y solíamos ir a dormir uno a la casa del otro. Le rogué a mi madre para poder ir a ver a una de ellos, y al final me terminó dejando. Toque su puerta, ella abrió, hizo una mueca y me cerró la puerta en la cara. En ese momento se me vino a la cabeza lo que mi abuelo me había enseñado: ¿crecimos juntos, y ahora que se enteró que soy judía, ya no me acepta más? Esto me afectó profundamente. Me dije: “Yo sé que los judíos son malos, pero yo no soy mala”. En ese momento estaba realmente ofendida. Y ahí fue cuando entendí que este no era el lugar indicado para mí. Ellos no me aceptarian por quien soy”.
El día de su aliá (inmigración a Israel) estaba ensombrecida por la tristeza de tener que dejar su hogar y alejarse del lugar donde había crecido. “Toda esta situación me hizo sentir mucho odio, y me ayudó a convencerme de que ya no me quedaba nada allá”, nos cuenta. “Resultaba que mi tío, quien yo pensaba que se había escapado a Francia, en realidad había hecho aliá y se había enrolado a las FDI. En Egipto es una grave transgresión de la ley, y cuando las autoridades empezaron a investigar, fue mi familia la que sufrió las consecuencias. De todas maneras ese momento hubiera llegado sin importar qué haya hecho mi tío. Mi familia entendió que ya éramos lo suficientemente grandes, y que ya no tenían más respuestas a todas nuestras preguntas. No nos llevamos más que nuestra ropa. Dejamos nuestra casa exactamente como estaba. Ese mismo día pude notar cómo mis amigos nos miraban mientras empacábamos nuestras cosas, así que cerré las cortinas. Finalmente entendí que este ya no era mi hogar. Era el mismo Egipto que me estaba cerrando las cortinas a mí”.
Después de un corto viaje a Estambul y de ahí a Tel Aviv, Dina de repente se encontró a sí misma en una tierra de la cual sólo hacía un mes se sentía tan ajena, tanto mental como físicamente. “Estaba asustada” nos dijo. “¿Quiénes iban a aceptarnos? ¿Y si no les gustaba? Cuando me bajé del avión y vi a toda esta gente sonriéndonos, me sentí muy feliz. Mi tío, su familia y el rabino estaban esperándonos con una sonrisa. Fue raro. No entendía lo que decían, pero me sentí en paz, y de alguna manera el rechazo de mis amigos, me dio fuerzas; la fuerza para cambiarme a mí misma”.
Su familia se asentó en Jerusalén, Dina y sus hermanos estudiaron en una escuela religiosa. “Realmente quería adaptarme, sin embargo la primera vez que traté de leer el sidur (libro de rezos) lo tenía al revés” rió. El nuevo comienzo de Dina no fue fácil. “Un día iba caminando por el corredor del colegio, y una de las niñas me dijo ‘¡Ey, niña árabe!’ mientras que sus amigos empezaron una pelea con mi primo y conmigo. No fue una muy buena bienvenida”.
Al terminar la secundaria, Dina comenzó su servicio militar como asistente del reportero de asuntos árabes en la radio militar. Luego estuvo un corto tiempo en la Policía Militar, y finalmente se unió a la Unidad del Portavoz de las FDI, donde se encarga de los nuevos medios de comunicación en árabe, en una amplia variedad de plataformas, incluyendo YouTube, Facebook y Twitter. Su hermana Sima está por entrar también a la Unidad del Portavoz de las FDI, y su hermano está actualmente en el curso de pilotos de la Fuerza Aérea.
¿Piensas que tu puesto actual dará un fin a este capítulo de tu vida para que el mundo árabe te acepte?
“Sí. Cuando llegué a la Unidad del Portavoz y entendí el tipo de trabajo del que me encargaría, me sentí muy satisfecha. Me satisface poder mostrar lo positivo de las FDI y explicarle al mundo lo que pasa de verdad. El mejor ejemplo es de la Operación Pilar Defensivo, que tuvo un impacto muy grande. Cuando publicamos contenido de que las FDI no quieren herir a civiles en nuestras plataformas, habían personas del mundo árabe que nos escucharon y vieron la otra cara de la realidad. A veces nos lo hacen saber por medio de mensajes privados lo cual es fantástico. Recibimos comentarios y mensajes desde todas partes del mundo árabe; desde Arabia Saudita, Egipto, y muchos países más”.
Mientras que el mundo árabe no acepta a Dina, la persona más importante la acepta sin límites; ella misma. “La verdad es que no digo que soy de Egipto”, ella confiesa. “Esta fase quedó en el pasado. Me enfadé mucho cuando el rabino cambió mi nombre, pero ahora me doy cuenta que es increíble ser ‘Dina’. No quiero regresar a vivir en Egipto, y no pienso que podría perdonar a las personas por lo que me hicieron. Pero, hay algo que nunca he revelado. Quiero regresar para visitar, quiero ver mi casa. Quiero mirar a los ojos de esa amiga que me cerró la puerta en la cara y decirle: soy judía, estoy muy orgullosa y feliz. Quiero regresar en uniforme, para mostrarles que no somos asesinos, que no somos malos. Quiero regresar a mi escuela a la formación que hacíamos cada mañana. Quiero explicarles que sólo defendemos a nuestro país”.
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