viernes, 15 de marzo de 2013

¿DÓNDE TENÍA LA FUERZA SHIMSHÓN?

¿DÓNDE TENÍA LA FUERZA SHIMSHÓN? Antes de que el Pueblo de Israel contara con monarcas, partiendo de Shaúl Hamélej y continuando con la Dinastía de la Casa de David, muchos fueron los Jueces que gobernaron a los Hebreos en su tierra, y con la invocación del Nombre de Hashem, salvaron al Am Israel de sus opresores. El más singular de todos fue, sin dudas, Shimshón (Sansón). Los demás Jueces libraron batallas convencionales, y el Milagro Divino llegó por vías naturales como premio al esfuerzo realizado. El ejército de Israel se encontró con el batallón enemigo en el frente, y luego de la victoria, sucedió lo de siempre: el bando perdedor se resignó a la derrota y se sometió al vencedor. En cambio, los triunfos de Shimshón se debieron siempre a su superioridad física personal. Mató, en circunstancias muy extrañas, a cientos y miles de pelishtim (filisteos), y cada vez de una manera distinta y sorpresiva. Dañó y acabó con los bienes de los pelishtim y amargó sus vidas causando estragos en su existencia, como nunca antes ni después sucedió en la historia. Cada vez que los pelishtim pensaban que Shimshón había sido atrapado, éste lograba salir librado, humillando el honor de los pelishtim y de sus gobernantes. Shimshón fue una verdadera pesadilla para los pelishtim, poniendo a éstos en el centro de la burla de todos los pueblos del mundo de entonces. Los pelishtim, un pueblo poderoso y orgulloso, no estaba preparado para este tipo de degradaciones, y no pudieron asimilar dicha situación y acostumbrarse a ella. No resulta difícil imaginar y entender la algarabía que envolvía a los pelishtim cuando, debilitada su proverbial fuerza física, Shimshón fue definitivamente captado. Había llegado el fin de todas las penurias para ellos, y se revirtió la situación: Ahora los que debían lamentarse eran los hebreos. Como está escrito en el Pasuk: “Y los sacerdotes filisteos se congregaron para celebrar y ofrecer grandes sacrificios a su dios Dagón, con regocijo. Y decían: “¡Nuestro ídolo nos entregó al enemigo en nuestras manos!” Y cuando todo el pueblo (filisteo lo vio (prisionero a Shimshón), alabaron a sus dioses, pues dijeron: “¡Nuestro ídolo nos entregó al enemigo en nuestras manos; nos entregó al destructor de nuestras tierras ay al aniquilador de nuestros soldados!” Ahora el fuerte y valiente Shimshón, el que aterrorizó a los pelishtim, se encuentra cegado de los dos ojos, encadenado y jalando de una noria. ¡Que trabajo tan degradante ha de realizar!!Que desprecio tan grande ha de soportar! ¡En medio de una fiesta nacional trajeron a Shimshón para convertirlo en el hazmerreir de toda la gente! ¿Podemos llegar a tener una idea de la tragedia que se desenvolvía en el interior de Shimshón, en ese instante tan aciago? ¿Qué pensaba Shimshón en esos momentos de tanta angustia y desasosiego? Su corazón y su alma estaban despedazados. Un océano de congoja hervía en sus entrañas, mientras sus oscuras cavilaciones lo atormentaban: “Yo, el poderoso Shimshón, el temerario…” (Se decía), “¡Con una sola mano vencí a miles de pelishtim, y ahora me transformé en una pelota con la que juegan todos estos impuros! Estoy abandonado… ¿De dónde vendrá mi ayuda? ¿Acaso tendré posibilidades, de manera natural, de salir victorioso de un trance como éste?” El Pasuk en el Tehilim (salmos) reza: “Lo encontrará en una tierra desértica perdido, compungido y desesperanzado… “Cuando al hombre lo sorprende la desesperación; cuando todo está perdido; cuando todo lo que lo rodea le provoca angustia y desesperación, es cuando el hombre se da cuenta que de nada sirve confiar en otro hombre o depender de él. El hombre, en un caso así, se percata de que sólo se puede depositar la confianza en Hashem, el Creador del Mundo, y que únicamente Él salva. Y es allí cuando aflora la fuerza de la Tefilá; una Tefilá pura y completa, que surge de lo más profundo del corazón. Dijo Rabí Elazar: “Desde que se destruyó el Bet Hamikdash, las puertas de la Tefilá fueron clausuradas. No obstante hay algo capaz de abrir esas puertas: Las lágrimas”. Como está escrito: “Escucha mi Tefilá, Hashem, a (el pedido de) mi salvación oye; a mis lágrimas no las desdeñes…” Shimshón, antes de que la depresión lo venza, utilizó el más seguro de los recursos para obtener la asistencia de Hashem, con estas palabra: “¡Oh, Eterno, Mi D´s! ¡Tú; sólo Tú puedes ayudarme! ¡Por eso, recuérdame; fortaléceme aunque sea únicamente en esta vez, oh, Hashem…!” En esta corta plegaria mencionó Shimshón el nombre de Hashem tres veces, en diferentes formas. ¡Cuánto sentimiento y emoción! ¡Que demostración de apego hacia Su Creador encierran sus expresiones! ¡Que manera de abrir su corazón en un momento tan crucial! En el Cielo contaron como diamantes cada una de las palabras pronunciadas por este puro ungido del Pueblo de Israel, y se cumplió su pedido en lo últimos momentos de su vida: Un hálito de fuerza descomunal surgió de sus entrañas y, aun a costa de morir bajo los escombros, rompió las columnas del palacio del los pelishtim, matando a todos los que se habían congregado para festejar. El Pasuk atestigua que mató Shimshón en esa ocasión, más enemigos de todos los que mató en el resto de su existencia. La Tefilá es una llave que abre las puertas del Cielo. Pero una Tefilá pronunciada con concentración y sentimiento es más que eso: es un hacha que rompe con todas las barreras que se interponen pudiendo impedir la llegada de la oración, permitiendo que ésta alcance hasta el Mismo Trono Celestial. Una Tefilá así, nunca es rechazada, y se consigue solamente con abrir los conductos que nos vinculan con Nuestro Creador: los labios y el corazón.. (Halijot Jaim)