martes, 6 de diciembre de 2011

Cómo contuvo el Consejo Gobernante una Segunda Revolución

Fuente: Foreign Affairs

Por: Eric Trager
CIDIPAL
29 de noviembre, 2011

Cómo contuvo el Consejo Gobernante una Segunda Revolución

La segunda revolución supuestamente llegó a Egipto. Durante los últimos 12 días, decenas de miles de egipcios se reunieron en la Plaza Tahrir para exigir que, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), ceda el poder al Gobierno civil de Salvación Nacional. Las fuerzas de seguridad egipcias respondieron asesinando, al menos, a 40 personas, dejando heridos a más de 1000 y cubriendo partes del centro de Cairo con armas de gas lacrimógeno. Las horribles escenas recuerdan los primeros días de levantamientos masivos (enero – febrero), la primera revolución, que puso fin al reinado de Hosni Mubarak. Pero, su segunda revolución, tiene un problema central: ignorar lo que pasa en la plaza Tahrir.

La sentada comenzó el 18 de noviembre, cuando una masiva demostración - encabezada por islamistas- se retiró de la Plaza Tahrir dejando detrás a un puñado de gente que protestaba, incluyendo a familiares de personas asesinadas durante la primera revolución. Cuando las Fuerzas de Seguridad Central dispersaron, con violencia, a esa pequeña sentada, miles de jóvenes activistas, se movilizaron con rapidez, luchando con la policía por el control de la plaza.

Al surgir la violencia, miles se volcaron a la Plaza y, el terrible tumulto, forzó a SCAF a hacer algunas concesiones, tales como prometer ceder el poder (hacia julio, 2012) y aceptar la renuncia del impopular gobierno interino de Egipto. Pero esa segunda revolución falló en alcanzar su objetivo mayor, a saber: forzar a SCAF a ofrecer una autoridad ejecutiva sobre un Gobierno civil de Salvación Nacional, encabezado por Mohammed El Baradei.

La segunda revolución fracasó porque, desde que entró en vigor el cese del fuego (24 de noviembre) se mantuvo contenida de manera increíble. En verdad, más allá de la plaza Tahrir, Cairo se está moviendo con tanta normalidad, como siempre. Solo unos pocos pies en los puntos de ingreso a Tahrir, donde jóvenes activistas palmean a todo aquel que pasa por ahí, los comercios están abiertos y el tráfico peatonal es veloz. Justo cruzando el Nilo, en el ostentoso barrio de Zamalek, los cafés están atiborrados hasta las dos de la mañana. Los mercados de Imbaba están repletos de personas de bajos ingresos; en Dokki, los cajeros automáticos están funcionando y hacen servicio a la clase media; y los restaurantes, en Mohandessin, sirven a los acaudalados.

En los últimos días, multitudes de cairotas hacen filas para votar, de modo ordenado, más allá de las expectativas. Las más recientes demostraciones en la Plaza Tahrir no están rehaciendo la ciudad que se convirtieron, cada vez más, en un puesto completo con vendedores que venden kitsch faraónico. Y, con rapidez, se van en disminución.

Tal fue el caso a principios de este año. En enero y febrero, dado que cientos de miles de gente que protestaba inundaron las calles de la ciudad, gritaban desde sus balcones y surgían en la Plaza Tahrir, las fuerzas policiales de la Seguridad Central dispararon gases lacrimógenos en gran parte de la ciudad. Hubo un apagón de Internet a nivel nacional y, a media tarde, el toque de queda trajo consigo un paro contundente de 17 millones de personas. Y, entonces, las cosas se deterioraron. Los maleantes- muchos de los cuales vestían uniformes de oficiales de policía, supuestamente enviados por el Ministerio del Interior, irrumpieron disparando hacia las comunidades cairotas, saqueando comercios y robando bancos. En apariencia, Mubarak creyó que ese desorden llevaría, a sus compatriotas, al clamor por su mano dura, pero se unieron en su contra, formando grupos de guardia para proteger a sus barrios y convertir a la Plaza Tahrir en todo un símbolo, con una población que aumentaba día a día.

Se puso de moda, entre los intelectualoides, clamar que SCAF no aprendió nada de Mubarak. Pero el fuerte contraste entre la revolución de enero y las reducidas protestas actuales sugiere que, los generales, sacaron , al menos, una lección de la caída del ex dictador: el primer paso para terminar una revuelta es evitar que afecte las vidas de la gente común. En esa pauta, hicieron del perímetro de Tahrir un límite firme entre la acción revolucionaria y la vida normal.

La segunda medida es un poco más complicada: SCAP debe convocar a un público egipcio más amplio. Debe convencer al pueblo que, sus comodidades cotidianas, son preferibles al caos.

SCAF tiene dos ventajas clave en la batalla por la opinión pública: La primera es el amplio apoyo del que gozan los militares debido al servicio militar universal, que permite, a sus líderes, ofrecerlo como “el ejercito del pueblo”. El servicio militar egipcio es celebrado por alcanzar las “victorias” más enorgullecedoras del país, tal como la guerra árabe-israelí (1973), en la que los egipcios creen (de modo incorrecta, a través de la mayor parte de los estandardes de victoria) que ganaron. En su discurso a la nación del martes pasado, el Presidente de SCAF, Mohamed Hussein Tantawi apeló a su sentimiento pro-militar diciendo: “Nosotros en las fuerzas armadas –la escuela de patriotismo- estamos acostumbrados a confrontar dificultades y estamos entrenamos en ser pacientes hasta alcanzar nuestro objetivo, a través de la planificación y la determinación para lograrlo”. Esa es la clase de mensaje que resuena en Egipto, donde una encuesta, realizada en octubre por el Centro Al-Ahram de Estudios Estratégicos destacó que, el 90 % de los egipcios, apoya a SCAF. (Incluso al incrementarse las tensiones entre SCAP y los partidos políticos de Egipto, las investigaciones recientes muestran que, más del 60 % de los egipcios, apoyan a los gobernantes militares).

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