viernes, 23 de diciembre de 2011

Un mensaje del Admur de Kaalov para Januca 5772

Un mensaje del Admur de Kaalov para Januca 5772

Janucá – La Cultura griega vs. El verdadero propósito de la vida.

Vivimos en un mundo de gran belleza que ofrece distintos placeres y comodidades para el ser humano. Cuál es la finalidad de todos estos recursos y qué destino debe darles la humanidad, es un planteo tan antiguo como el mismo universo y ha generado un sinfín de respuestas y enfoques de las distintas personas y pueblos a lo largo de la historia universal.

¿Está nuestra vida limitada al breve tiempo que pasamos en este planeta, con la esperada conclusión que debemos pasar el tiempo que estamos aquí para obtener el mayor rédito material posible? ¿Es este mundo, realmente, el sentido y la finalidad de nuestra existencia?

¿O quizás estamos aquí tan sólo temporalmente con una meta que trasciende nuestra actual percepción estrecha acerca del universo? ¿Tenemos manera de servir a un Creador divino y consecuentemente conectarnos a la eternidad? ¿Hay una realidad que aún no conocemos ni podemos palpar desde nuestro limitado enfoque temporal cuya belleza y delicia supera lo que vemos frente nuestro?

Estos puntos de vista tan diametralmente opuestos, dan la plataforma a los sucesos de Janucá y el trasfondo de la filosofía de sus protagonistas claves, los Judíos y lo Griegos.

Nuestro patriarca Abraham (Avraham Avinu), le enseñó al mundo la verdad acerca de la existencia de un Creador, Eterno y Todopoderoso en la tierra y en el cielo. Y Hashem recompensó su esfuerzo haciendo con él y su descendencia un pacto para siempre. Este pacto nos sirve a nosotros para acercarnos más a Hashem y elevarnos hacia un plano más espiritual.

Paralelamente, nos ha sido encomendado un nuevo mandato: vivir acorde a la sagrada voluntad de Hashem, siendo así un pueblo ejemplar y elevar a la humanidad entera a ser iluminados por la luz Divina. Como lo describe la Torá, debemos ser “Mamlejet Koshanim Vegoy Kadosh” un reino de sacerdotes y una nación sagrada”



Como herederos del legado de Abraham, sabemos que los placeres de este mundo no son más que un medio y un camino hacia un futuro mucho más grande y eterno en el mundo por venir. Y, por ende, estamos más que dispuestos a dedicar nuestro tiempo, energía y recursos al servicio de nuestro Creador y en beneficio de nuestros semejantes.



Los griegos se mofaban de esta idea. Ellos sólo creían en lo visible y tangible. Pero, en verdad, sus filosofías racionalistas eran meras excusas para eximirse de responsabilidades y permitirles perseguir viciadamente la gratificación momentánea de este mundo limitado. Para conocer y entender la verdad pura y definitiva de la vida hace falta tener perspectiva y percepción. Los griegos se dejaban cegar por la evidente estética rehusando a reconocer un poder superior que pueda atentar contra sus inclinaciones hedonistas. El Judío, sin embargo, contempla este mundo y lo ve como un velo que oculta un maravilloso infinito detrás de él.



Al ver los griegos que los Judios servían en el Bet Hamikdash sacrificando novillos, corderos y demás animales como ofrenda a un D-ios invisible, se irritaban y les generaba remordimientos de conciencia. La idea de "desperdiciar" un animal en perfectas condiciones que podría proporcionar placer físico era la antítesis del pensamiento griego. Como consecuencia, decretaron que sus filosofías seculares deben suplantar estudio de la Torá y que el cumplimiento de las mitzvot quedara fuera de la ley.



El Talmud relata que muchos Judios cayeron bajo el hechizo de la forma de vida griega, e incluso trataron de convencer a sus hermanos a unirse a los griegos en su recientemente hallada “libertad”, viviendo el momento y buscando la satisfacción instantánea.



Una prominente mujer judía, Miriam, hija de una familia de sacerdotes que servían en nuestro Templo sagrado llamada Bilga, se casó con un oficial griego y cuando el ejército griego ingresó al Bet Hamikdah, ella también entró, se acercó al altar, lo pateó violentamente mientras vociferaba: "Lukus, Lukus, (Oh lobo, lobo) ¿Cuánto más seguirás consumiendo el dinero del pueblo y no los proteges en momentos de necesidad?



En este contexto entenderemos aquella misteriosa ordenanza griega que dictaba a todos los Judios inscribir sobre los cuernos de los bueyes "Renunciamos a nuestra conexión con el Dios de Israel." Si bien conocemos su deseo de erradicar todo vestigio de observancia de la Torá, ¿Pero qué importancia tiene la inscripción de en los cuernos? Pero, como hemos observado, una de las prácticas más demostrativas de nuestra voluntad de consagrar nuestras posesiones a un propósito más elevado era el sacrificio de un buey en el altar de Di-s. Los griegos tomaron este símbolo de nuestra inmortalidad y quisieron convertirlo en símbolo de blasfemia.



Afortunadamente, con la ayuda de Di-s, se levantó un obstinado puñado de nuestro pueblo que se negó a sucumbir bajo la influencia griega y reafirmó su fe inquebrantable en Hashem. Los Jashmonaim encendieron una llama de renovación que ardió lo suficiente como para contrarrestar a un enemigo muy superior en número que no pudo sofocar la luz de la verdad divina. Y como sabemos que acaba la historia, el poco de aceite sagrado que quedó en el templo iluminó durante ocho días hasta que se pudo elaborar nuevo aceite puro para cumplir con el renovado servicio del restaurado Bet Hamikdash.



Hoy en día, estamos en guerra contra las mismas fuerzas del secularismo y la asimilación, contra las cuales nuestros antepasados vencieron hace más de 2.200 años. No podemos fallar en llevar adelante la antorcha y transmitírsela a las futuras generaciones de los sagrados niños judíos.



Es nuestro deseo que su vida se llene con la luz de Janucá llevando la verdadera alegría y serenidad espiritual a todos sus quehaceres. Y que todos sean merecedores de ver la luz divina de la justicia, la verdad y el amor brillando de nuevo desde Ierushalaim y nuestro sagrado Bet Hamikdash, que sea reconstruido rápidamente en nuestros días

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