viernes, 30 de diciembre de 2011

No son patriotas quienes levantan sus manos contra Tzáhal‏



No son patriotas quienes levantan sus manos contra Tzáhal
Tristes días de Janucá son estos días. Bendecimos las velas recordando los milagros en los tiempos de los primeros Macabeos, pero los pensamientos amargan la alegría. Judíos religiosos (?) atacan a los soldados de Tzáhal con piedras, nafta y fuego.

En el nombre de Dios se excluyen a las mujeres en los lugares públicos. Judíos descendientes de perseguidos en pogroms y en la Shoá incendian y queman mezquitas y libros sagrados de los musulmanes, niegan educación en conjunto con niños que sus padres son negros y orientales, niegan la integración en nuestra sociedad a aquellos que son olim “defectuosos” (exigiendo conversiones ultraortodoxas).

Por el otro extremo, judíos laicos-libres (?) se burlan de las tradiciones judías, comercian en shabat (negando el derecho a trabajar en sus negocios a judíos observantes); lo importante es el dinero y al diablo los valores del “otro”. Convierten el sexo en promiscuidad, no circuncidan a sus hijos y ponen en duda la necesidad de una patria para el pueblo judío.

Y entre estos dos extremos estamos la mayoría silenciosa, religiosa y laica, que desea respetar a todos sin molestarse el uno con el otro: “yajad shivtei Israel” (juntas las tribus de Israel). Pero quedando en silencio estamos avalando a los extremistas. Y ambos extremos pueden llevarnos a una nueva hecatombe. Ya estoy escuchando jóvenes de ambos extremos que dicen “la guerra civil es cuestión de tiempo”, la violencia puede crear más violencia y el precio que pagaremos todos es inimaginable.
En estos días de Janucá no puedo dejar de pensar que justamente esta hermosa festividad nos debe obligar a pensar en estos espantosos sucesos.
La rebelión Asmonea en el año 167 aC comenzó cuando la mayoría judía nacional se opuso a la asimilación de nuestro pueblo dentro del helenismo, y combatieron a los filohelenos y a las fuerzas del rey griego seléucida Antioco IV. Lograron la victoria y establecieron un Estado Judío libre y soberano.

Pero esa independencia casi se pierde cuando los hasideos (grupo ultra religioso) se unieron a los helenistas judíos, aceptando ser una región autónoma de Seleucia. Iehuda Hamacabí fue abandonado, muriendo en batalla. El Estado se salvó gracias a la estupidez de Antioco, que traicionó a los hasideos y en esa forma la independencia se estableció.

El reino Asmoneo fue creciendo, agregando territorios y población no judía, llegando en tiempos del rey Alejandro Yanai (Janneo) hasta más el norte de Damasco. En el sur el rey Yojanan Horkanos I conquistó Idumea, obligando a los idumeos a convertirse, desterrarse o morir.
En el reino Macabeo se fueron formando grupos antagonistas de helenistas, saduceos y fariseos. Llegó una tremenda Guerra civil, en la cual el rey Alejandro Yanai fue apedreado con etroguim en Sucot dentro del Templo y dio órdenes a sus mercenarios de entrar en el Santuario y matar a los que estaban dentro festejando la fiesta. Miles cayeron en esa Guerra civil, siendo muchos crucificados (primera vez que los Judíos introdujeron esa pena de muerte en Israel) y mientras agonizaban los soldados violaban a sus mujeres e hijas.
La Guerra terminó con una triste victoria farisea, pero no se logró una verdadera paz entre los hermanos y así en una nueva guerra civil entre los hermanos Asmoneos Iehuda Aristóbulo II y Iojanán Horkanos II trajo a los romanos a nuestra tierra y en el año 63 aC Judea se convirtió en vasallo de Roma.
No llego el estado Asmoneo a cumplir cien años. Y no deseo ahora continuar con el relato de la destrucción del Segundo Templo y luego la rebelión de Bar Kojva que llevaron a nuestro pueblo al largo y tremendo exilio. En gran parte eso ocurrió por extremistas que arrastraron a la mayoría silenciosa.

¿Podemos los seres humanos aprender realmente de la historia? Seguro que podemos y debemos, si tenemos el coraje de frenar a los extremistas. Ya hemos visto hasta hoy que la extrema derecha, que mezcla nacionalismo xenófobo con religión mal interpretada, utiliza la fuerza bruta sin reparos: en los años setenta del siglo pasado la “majteret haiehudit” (el grupo clandestino judío en los asentamientos) atacó a los alcaldes de ciudades árabes-palestinas, dejando inválidos a varios de ellos, en esa época.

El 10 de febrero de 1983 un extremista de derecha asesinó a Emil Grunzweig de Shalom Ajshav en una manifestación en Jerusalén. El 25 de febrero de 1994 el médico Baruj Goldstein masacró a decenas de musulmanes que rezaban en la mezquita de la Mearat Hamajpelá. El 4 de noviembre 1995 fue asesinado por un derechista ortodoxo el premier Yitzjak Rabin.

Los últimos años grupos clandestinos de derecha ortodoxa atacan aldeas árabes, arrancan olivos, apedrean a pastores, incendian mezquitas, profanan libros sagrados y ahora también atacan a nuestros soldados e incendian bases militares. Hay muchos no extremistas que “justifican” estos hechos, porque hay que “entenderlos”, son patriotas que luchan por el honor judío.

Pues no, no son patriotas quienes levantan sus manos contra Tzahal, son los sicarios modernos. Ellos usan el nombre de Dios y la Halajá (la ley judía) tergiversándolos. La Torá nos dice que “sus caminos son placenteros y sus senderos de paz”. Rambam (Maimónides) nos enseña que el ser humano debe estar en la senda áurea, el camino del centro y no exagerar hacia derecha o izquierda. No tomar la ley en las propias manos, aunque duela, es lo que debe guiarnos. Todo extremo nos puede llevar a un infierno en vida. Las autoridades rabínicas deben entender esto y enseñar a sus alumnos y seguidores que lo más importante es la unidad dentro de la diversidad y condenar en forma total y absoluta la violencia en el nombre de Dios.
El otro extremo, el laico, también debe entender que discutir es legítimo, que todos tenemos nuestra idea pero el pueblo debe seguir unido; respetando uno a los otros. No se debe tomar la iniciativa o apoyar un boicot contra el Estado y sus instituciones, eso da caldo a nuestros enemigos, que no nos faltan. Convencer y no vencer.
Estos dos paralelos, el nacionalista religioso y el laico extremista, nos pueden llevar a una guerra civil y así se unen los dos paralelos en un nuevo desastre para el pueblo de Israel. Aprendamos la lección de Janucá, no solamente la victoria macabea, sino lo que ocurrió durante los noventa y nueve años del Estado Judío hasta que entraron al Templo los romanos.
Recordemos que dividiéndonos ganan únicamente los de afuera.
* Comunidad “Taguel Aravá”, Eilat
shm111@smile.net.il

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