viernes, 15 de marzo de 2013

El huracán

Rabino Daniel Oppenheimer Cuando la relación entre los padres ya se ha ido menoscabando progresivamente a ojos de los niños, se suma la dificultad de éstos de respetar y amar a ambos progenitores simultáneamente de modo natural, pues sienten que las demostraciones públicas de afecto hacia uno de ellos, puede irritar al otro, que evidentemente no siente aquel mismo cariño. Sentirse en medio de una disputa de dos personas queridas es estresante para cualquier ser humano. Al tratarse de un vínculo íntimo tal como los hijos con sus padres, esta angustia aumenta exponencialmente. Un panorama desolador. El huracán había destrozado las precarias viviendas de los indígenas de la tribu jaimhualpas, del Altiplano boliviano. En realidad no se trataba del primer temporal que azotara la región. Los habitantes del lugar sabían desde tiempos inmemorables que el clima del sitio provocaba esta clase de desastres de tanto en tanto. También la zona había sufrido sismos y terremotos. Curiosamente, había casas muy antiguas que se mantenían en pie, a pesar de los vendavales. ¿Cómo había subsistido la tribu tantos siglos a pesar de los ciclones? Ya nadie se acordaba bien en qué momento se había perdido la habilidad de construir mejores edificaciones. Los más ancianos del clan atribuían la fragilidad de las estructuras más nuevas, a los materiales de construcción nuevos y más prácticos que les vendían los blancos europeos que habían conquistado el territorio en el que ellos vivían (“los materiales ya no los hacen como antes”). Hacía ya tiempo que habían reemplazado el laborioso arte manual heredado de sus antepasados, y pasaron a edificar con bloques Ladrifácil ® cemento Pegasolo ® y otros inventos “modernos”. “Lo barato sale caro” - pero ya nadie sabía cómo se habían construido esas arcaiquísimas viviendas que sobrevivieron los peores temporales imaginables. El ingenio de los abuelos había cado en el olvido, y estaba sepultado- aparentemente para siempre - junto a tantos secretos de los viejos indígenas… Lamentablemente eran presos de las empresas que les ofrecían este único modo de edificar. Junto a su vivienda destrozada, estaban los niños de la familia Gran Notzá llorando por sus modestas pertenencias que habían quedado bajo los escombros probablemente destrozadas. De cada lado de lo que había sido su hogar estaban papá y mamá sin saber cómo enfrentar la situación. Si bien - afortunadamente - todos habían salido ilesos del derrumbe, ambos padres se responsabilizaban uno al otro por no haber hecho nada para mejorar la estructura de su vivienda, a pesar que las fisuras ya habían sido notadas hacía tiempo. Jamás se habían ocupado de reforzar la endeble casita. De algún modo, habían deseado que milagrosamente su hogar se mantuviera en pie, aun cuando sabían que cada temporal anterior, se había llevado las casas de sus vecinos. Pero esa magia no ocurrió. Habría que ver ahora si podrían levantar una nueva estructura… Nuestra realidad no es muy distinta. No seremos indígenas, pero sí heredamos la eterna sapiencia de cómo construir un hogar estable, que puede resistir los avatares de la vida. Esa sabiduría no se relega a cuestiones edilicias, aunque sí a lo esencial: la entereza y estabilidad del hogar. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer: “los de antes” eran más fuertes. Siempre existieron temporales - en todas las épocas, y nuestros abuelos supieron cómo fortalecer las estructuras espirituales de sus hogares para que no se derrumbaran. Aún se puede observar la vida unida que llevan abuelos que se han casado hace 40 y 50 años. Aquellos que vivieron en la pobreza gran parte de su vida, quienes tuvieron que atravesar el así llamado holocausto y la pérdida de tantos seres queridos. Personas que debieron reconstruir su vida en latitudes a las que arribaron sin idioma o preparación profesional, y en la que debieron luchar para comer y alimentar a su familia. Pasaron los años y se intentó construir con materiales más baratos: fáciles, prácticos, carentes de esfuerzo. Era lo que se ofrecía, y realmente sonaba atractivo. “Lo viejo” requería mucho empeño, que no estaban dispuestos a invertir: amor espontáneo, una vida con menor compromiso, el ingreso irrestricto de los medios y de conceptos foráneos a los hogares, una “masificación” de metas y objetivos casi completamente distintos a lo que histórica y prácticamente demostraron ser idóneos y buenos. Los huracanes no dejaron de soplar. Se pudo observar el derrumbe de muchas casas de los vecinos, y se veían las fisuras en la pared. Cada uno de los integrantes del matrimonio entendió que fue responsabilidad del otro hacer algo por remediar la situación. También se esperó que milagrosamente se resolviera. Otro motivo por el que no se hizo nada, fue que no sabían que era posible resolver las situaciones. Ante la caída y ruina de otros hogares, parecía ser una cuestión de fatalidad (“mirá lo que les pasó”) que no está en manos humanas zanjar - ¿existía, acaso, una a estructura antisísmica que soportara las presiones económicas, los aprietes familiares, el “qué dirán” de la sociedad, y la irascibilidad y falta de contención irresueltas de cada uno? “Al lado” del hogar caído estaban los niños llorando, mientras cada uno de sus progenitores estaba en sendos costados del nido familiar derrumbado, sin saber cómo proceder. No había consuelo posible para los niños, puesto que los padres no tenían respuestas adecuadas ni siquiera para sí mismos. “Van a tener que entender” - repetían la frase hueca y poco convincente que responde a una de tantas resignaciones de la vida, salvo que resignarse a una realidad no significa que uno entienda verdaderamente por qué tenía que ocurrir, y que solamente alimentan el resentimiento que se palpa continuamente en la sociedad moderna. Y claro - en la medida en que un cuadro social se repite cada vez más, pasa a considerarse “normal”, y se bajan las defensas y la voluntad de luchar para limitar y detener el flagelo - aun si fuera tan solo para preservar una sola familia. Es posible que los niños que perdieron su hogar no carezcan de bienes materiales, pero sí han sido despojados de muchísimos otros bienes inmateriales, que son tanto más indispensables para poder construir una vida sana para sí mismos en el futuro. Intentaremos estudiar la situación desde la perspectiva infantil, tomando en cuenta - obviamente - que no todos los niños padecen esa contingencia de la misma manera, y que bajo ningún concepto estamos queriendo juzgar a ninguna persona por haber pasado por la traumática experiencia de un divorcio. Aun si en cierta situación no quedara otra alternativa sino la disolución del hogar, esto no exime a los progenitores (y quienes los acompañan) a tomar los recaudos para evitar que los niños sufran más de lo que ya están padeciendo. Confianza Las convicciones de la vida requieren un clima de estabilidad para poder asumirlas y arraigarlas. Por naturaleza, los progenitores son las personas en quien confía el bebé y luego el niño. A medida que crece, esta confianza se va expandiendo y transfiriendo también a hermanos y compañeros, creando en los pequeños un clima de estabilidad emocional, algo sumamente importante para enfrentar las eventuales adversidades de la vida. En una situación sana, el entorno permite que el individuo cuente con sus familiares y amistades en los momentos de crisis, y la fortaleza madura de los vínculos fraternales lo apoyará aun durante los penosos desengaños que también pueden presentarse. La disolución del hogar, provoca una desestabilización en sus integrantes. Si bien cada uno intentará rehacer su vida a partir de los escombros, esta tarea puede ser traumática y no sin secuelas. No olvidemos que el matrimonio es el compromiso más importante, abarcativo y a plazo indeterminado que asumimos en la vida. Cuando este concepto santo se desautoriza, todas las demás palabras que se empeñen cobrarán un valor relativo. Demorará tiempo - y mucho trabajo interno - hasta que los miembros de la familia se reubiquen y puedan volver a confiar en el ser humano y en lo que creían más sólido en su vida. Si el divorcio tuvo como ingrediente una conducta irresponsable o de mala fé por parte de uno - o ambos - padres, y esto se vuelve manifiesto, se sacude aun más la estructura ideológica de los niños, pues si el respaldo ético sobre el que se sostiene su conducta está cuestionado, toda su escala de valores morales corre peligro de desmoronarse. Claro está que en muchos casos, los niños - a cierta edad - ya han experimentado la conducta de otros miembros más honradamente sólidos de la sociedad, motivo por el cual no dependen solamente del modelo doméstico deteriorado para establecer su escala de valores. Sin embargo, esto no deja de ser un tema no menor. Una vida nómada Al dividirse el hogar, los niños pierden un elemento que todos los seres humanos necesitamos: un espacio propio. Aun cuando un muchacho está estudiando por mucho tiempo lejos de su hogar, sabe que en su casa está “su” cama y “su” mesita de luz. En su casa, hay una cocina de “su” familia, y tiene un sitio en el mundo. En la medida en que se dividen los tiempos y los espacios de los niños en dos, cada uno de estos “nuevos” espacios son solamente “suyos” en forma parcial. Si, afortunadamente (no siempre es tanta fortuna) uno, o ambos, de sus progenitores vuelve a armar un nuevo hogar con otra persona, obviamente esto puede causar ansiedad en los niños que deberán acostumbrarse a convivir con un/a ajeno/a - un nuevo/a pariente que suele tener otros afectos anteriores. Si en esta circunstancia, habrá niños del matrimonio previo del nuevo cónyuge de su papá o mamá, la necesidad de compartir sus espacios íntimos en uno o ambos de sus nuevos hogares, tampoco se torna en una situación simpática. Doble lealtad Cuando la relación entre los padres ya se ha ido menoscabando progresivamente a ojos de los niños, se suma la dificultad de éstos de respetar y amar a ambos progenitores simultáneamente de modo natural, pues sienten que las demostraciones públicas de afecto hacia uno de ellos, puede irritar al otro, que evidentemente no siente aquel mismo cariño. Sentirse en medio de una disputa de dos personas queridas es estresante para cualquier ser humano. Al tratarse de un vínculo íntimo tal como los hijos con sus padres, esta angustia aumenta exponencialmente. Existen, lamentablemente, muchos casos en las que los padres utilizan a sus hijos para presionarse mutuamente, y otros en los que se plantean estrujes extorsivos entre ellos con un manipuleo doloroso en el que se involucra a los niños en temas en los que no deberían ni querrían participar. Es innecesario recalcar cuánto sufrimiento esto suscita en ellos, y cuánto daño en su propio futuro a nivel educativo. Aun si creyeran en sus planteos que sus demandas son justificadas, esto no les da derecho a utilizar a los hijos (desdichados rehenes de sus padres, a quienes supuestamente aman, y cuyos derechos hipotéticamente están defendiendo) para su pulseada. ¿Existe peor? Sí, lo hay. No faltan aquellos padres que sondean a sus hijos tras cada visita que transcurre en la casa de su otro/a papá o mamá. ¿Tiene dudas de cuánto desazón ocasiona este cuestionario y evaluación? ¿se imagina cuánta fábula y mentira origina este interrogatorio cuando el niño sabe claramente que ciertas situaciones escandalizarán a este otro/a padre? ¿Existe peor? No le quepa la menor duda. Hay papás y mamás que impiden que sus hijos visiten a sus otros papás. O no cumplen adecuadamente con los horarios prefijados para llevar y traer a sus hijos. El fastidio que originan en sus ex-cónyuges lo sienten, directa o indirectamente, sus “queridos” hijos. ¿Más? Claro que sí: cuando se acusa falsamente (con tácticas de letrados irresponsables) al otro papá de maltrato hacia los hijos, y estos deben acudir a los tribunales a señalar a sus papás como delincuentes, o peor… Sentimiento de culpa… La conducta inapropiada de los niños suele crispar a los papás. Si bien en situaciones “normales” este enojo suele disiparse con el tiempo, y se reestablece la vida estándar dentro del hogar, muchas veces, esta misma situación puede convertirse en “la gota que rebalsa el vaso”, provocando irritación extrema en los padres, para quienes ya automáticamente todas sus penas son de sola culpa de sus cónyuges. Cuando finalmente la pareja termina por separarse, no son pocos los casos en los que los niños sienten culpa, por haber “causado” la separación final de sus papás. …y vergüenza Y también está la humillación. Ante (parte de) la sociedad, la disolución del hogar no es algo feliz (Aunque tristemente existan aquellos que festejen su divorcio como si se tratara de un alivio, esto no es otra cosa que pintar de rosa un fracaso personal… los niños, quienes aún conservan ciertos conceptos íntegros, sin duda, no lo ven así) Para los niños, la necesidad de tener que enfrentar esta situación que ellos no han creado, también es muy hiriente (cuando ellos se pelean los papás los retan, pero cuando los papás lo hacen…). En el hecho de contraer matrimonio hay un compromiso implícito hacia los niños, que no son títeres ni revisten el rol de prisioneros cautivos de los papás. Los hijos no constituyen un trofeo de guerra de los papás en conflicto. El abuso verbal y las situaciones que describimos desafortunadamente superan ampliamente en dolor, los también tan desventurados castigos corporales. La situación de rencor que se siente a raíz de la terrible desilusión de encontrarse casado por el resto de la vida con una persona con quien se siente desdicha, y en quien se había depositado toda la confianza, es horrible. Muchas veces, quienes están en esta sombría experiencia, buscan ventilar sus enojos y sus decepciones en amigos, esperando ser entendidos y acompañados en su desencanto, y quizás hasta buscando apoyo para justificar una rápida separación como salida fácil a su problema, cuando quizás no sea la mejor idea y el conflicto tenga otra solución, aunque fuera con gran esfuerzo y concesión. En este contexto no faltan las exageraciones en las que se pinta maliciosamente al cónyuge de quien se quiere separar. ¡Padres y amigos! No empujen a una pareja con problemas al borde del abismo. Al margen de que el futuro separado no es tan rosa como se cree cuando se sufre el conflicto para las propios cónyuges, casi siempre hay niños inocentes en el medio, para quienes el perjuicio es enorme. Las soluciones mágicas no existen Los huracanes no son nuevos. Y la preparación para permanecer lo más lejos del ojo de la tormenta también están… en la Torá, y no en los medios. ¡Seamos sensatos! Fuente: Ajdut Informa Nº 632