domingo, 10 de marzo de 2013

Los cerebros de Gordillo y Einstein

Por: Moisés Rozanes mrozanes@diariojudio.com Poco tiempo después de la muerte de Albert Einstein, hace casi medio siglo, el doctor Thomas Stoltz Harvey de la Universidad de Pennsylvania abrió el cráneo del célebre físico para extraer su codiciado cerebro. Luego procedió a pesarlo, medirlo y a rebanarlo antes de comenzar una detallada observación al microscopio. La hipótesis de Stoltz –y seguramente también su esperanza de hacer un descubrimiento científico espectacular, habiéndose agandallado con el resto de patólogos del mundo– era que mediante el estudio de la arquitectura de las células cerebrales del despeinado genio sería posible obtener información valiosa sobre la mente humana. Sin embargo, nada nuevo aportó al conocimiento de su época. Hoy, cuando el flujo de noticias sobre la detención y el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo ha provocado el más reciente torbellino mediático en nuestro país, algunos miembros de la comunidad científica se preguntan si no valdría la pena solicitar formalmente al gobierno de Peña Nieto una partida presupuestal especial para la investigación del cerebro de La Maestra. Y quién sabe –afirman estos investigadores-, en una de esas y hasta otro premio Nobel podríamos cosechar para México. Nadie, hasta donde sabemos, está pidiendo la cabeza (literalmente hablando) de la exlíder sindical, pues gracias a la tecnología actual es posible estudiar en detalle imágenes cerebrales -en vivo y tiempo real– para conocer intrincadas estructuras anatómicas y complicadas funciones del órgano que dirige, organiza y evalúa nuestros pensamientos, sensaciones, emociones y conductas. Por lo tanto, no es necesario que la urgencia que nutre esta curiosidad científica se retrase hasta el último día de vida (biológica) de La Maestra para comenzar a desentrañar los misterios de una mente tan singular. Tomemos como referencia las investigaciones reportadas recientemente por Grant y colaboradores en la revista Comprehensive Psychiatry 2012, donde se plantea la importante pregunta sobre si el robar compulsivamente (cleptomanía) se asocia con ciertas alteraciones neuropsicológicas o si son otros los factores que determinan que estas personas se diferencien del resto de la gente. Y no es que La Maestra acostumbrara robar, hasta hace apenas un par de semanas, bolsas de más de 100,000 pesos en Hermes Polanco por la comprensible necesidad de supervivencia, puesto que el trastorno de cleptomanía nada tiene que ver con el valor monetario de los objetos. El origen clínico de esta conducta se reconoce en la dificultad para controlar el impulso de seguir robando, aun cuando no exista ninguna razón para hacerlo. Incluso hay estudios que reportan daños en regiones ventromediales de la corteza cerebral que afectan la memoria de trabajo y la toma correcta de decisiones. Pensándolo bien, el estudio del cerebro de La Maestra tendría que extenderse a otros varios personajes. Lo malo es que el presupuesto para investigación en neurociencias no va a alcanzar y habría que pedirle prestado a Romero Deschamps y similares. Y los científicos dudan que este tipo de enfermos se anime a colaborar.