viernes, 1 de noviembre de 2013

Jugando a vivir. Vivir continuándonos...

Parasha TOLEDOT BHN”V Itsjak, el hijo de Abraham y Sará, ocupa nuestra escena semanal. Junto a Ribká, su amada esposa, son protagonistas de una historia cuyo hilo conductor pasa por la continuidad: Hemshej, es la palabra. Preciada expresión, totalizadora, ejemplificadora. Sinónimo excluyente, tal vez, del Ser Judío de todas las épocas, de familias y también de biografías. Parece sencillo ser sujeto del continuar porque existe un “dador” (dadores) y, frente a él, está el receptor, sin distancias, aunque con criterios diferentes. Padres e hijos, al iniciarse en el fascinante juego de la continuidad, están armando su propio rompecabezas; un puzzle cuyo número de piezas se desconoce pero que, definitivamente, habrá de dibujar infinitos rostros, queridos, amados, conocidos o no, que nos reflejen en el espejo de las generaciones. La tarea invita a unir partes, teniendo en cuenta la base, aunque sin descuidar las simetrías y los encastres. Sobre una gran mesa, como la de nuestro hogar, desparramamos las piezas a lo largo de toda la vida, intentando armar el rompecabezas y sentir, por fin, que la dificultad ha sido superada: los rostros que reflejan hechos; los hechos que sintetizan creencias y fe; las verdades que conforman el espectro familiar y las tradiciones están allí, intactas, mostrándonos quiénes y cómo somos, cuánto podemos ser. Los primeros en ser ejes de esa continuidad son nuestros personajes de la semana. En lo biológico, la continuidad se llamará Esav y Iaacob. Son los primeros mellizos en la Biblia. Tan iguales y tan distintos, ambos son herederos del amor de sus padres. Aunque “...Itsjak amaba a Esav, pues era hombre cazador; mientras Ribká, amaba a Iaacob”, al decir del versículo. Unos aman y tiene motivos para ello. Otros, ni siquiera los tienen, cuando se trata de amar a un hijo, deducimos del texto. Pero, en honor a la verdad, las diferencias no las hacen las aparentes “preferencias”. Si las hay, serán a partir de la conformación espiritual del ser humano en cuestión; del desarrollo de sus condiciones morales, de sus virtudes y cualidades. Elecciones, finalmente, que recaerán en la intimidad, tanto de Esav como de Iaacob, a la hora de sentirse parte de esa continuidad. Pero a ellos nos dedicaremos en ocasión próxima, dado lo complejo de la relación y los desencuentros prolongados que ocuparán los días de estos jóvenes. Decíamos hoy que queríamos extraer las razones de vida de Itsjak, sus principios, su lucha sin igual por los derechos del hombre y por la incesante búsqueda de la Justicia Divina. No en vano, nuestra perashá comienza diciendo: “...Ele toledot Itsjak ben Abraham. Abraham holid et Itsjak....” El buen lector verá las repeticiones. El que profundiza, sentirá que ya lo sabe:. “...Éstas son las descendencias de Itsjak hijo de Abraham. Abraham engendró a Itsjak”. Pero el “buen entendedor” otra vez necesitará “pocas palabras”: he aquí la definición bíblica de la continuidad. No se requieren ni datos de realizaciones y méritos ni presentaciones personales a la hora de decir “quienes somos”. Basta con un nombre más otro nombre y, en medio de ambos, la expresión más fina, delicada, tal vez frágil, pero eterna y feliz: “ben”... hijo... En la Torá, el ser hijo supera ampliamente lo biológico, la carga genética, los factores hereditarios. Todo ello “juega”, por cierto. La prueba es el comentario de Rashí al versículo mencionado, cuando enseña que: “...El Todopoderoso dio la forma del rostro de Abraham a Itsjak”... Fisonómicamente eran idénticos, se entiende. Pero hay algo más. No alcanza con que “en algo nos parezcamos”. Itsjak hereda de boca de su padre, de sus manos, de sus ojos, de su corazón, de sus pensamientos, así como de su madre, Sara, todo, o gran parte. Una vez que tenemos noticia de la muerte de Abraham y de Sara, la pregunta es ¿en qué aspectos se verán continuados? En lo inmediato, tuvimos respuestas. Cuando Ribká ingresó a la tienda de Sara, al casarse con Itsjak, “toda aquella vivencia -la tienda misma retornó a su normalidad: hospitalidad, alimento, las velas encendidas de shabat a shabat...” Y eso es bueno. Pero, ¿qué hay en Itsjak? ¿Qué progresó en él de las midót de su padre? Veámoslo en el siguiente relato, de nuestro Midrash: “...En cercanías de Iom HaDín, que es el día del Juicio, y de Iom haKipurim el Todopoderoso, preocupado por la conducta incorrecta de los Hijos de Israel, recurre a Abraham, fundador del pueblo, y le dice: ‘Tus hijos han pecado; tus hijos no son seguidores de tu monoteísmo y de tu enseñanza que enseñaste y transmitiste’. Entonces el patriarca Abraham le contesta a D’s: ‘Si no se comportan debidamente, ¡que desaparezcan!’ Lo mismo ocurrirá con Iaacob, el tercero de los patriarcas. ”Entonces D’s, disconforme con la sugerencia de ambos, recurre a Itsjak. E Itsjak, ¿qué contesta? Empieza a hacer cálculos y le dice al Todopoderoso: ‘¡Señor del Mundo! Veamos: el ser humano alcanza a vivir setenta años en la vida. A veces, ochenta. Pero esos setenta años de vida no transcurren conociendo la esencia de la misma. Por empezar, dice Itsjak, que esa vida, hasta los primeros veinte años, no tiene que ser tomada en cuenta a efectos de reprimir la mala conducta (notemos que el Talmud entiende que D’s es comprensivo con los jóvenes y hasta la edad de veinte años no los hace pasibles de castigo alguno). Así que, le dice Itsjak a D’s en este diálogo hipotético, de los setenta años que vive una persona, veinte por lo menos están exentos de este juicio. Por tanto, no los podemos someter a juicio, Soberano del Universo’. ”Y continúa Itsjak: ‘De los cincuenta años restantes, tendríamos que hacer otro cálculo: veinticinco años -que son la mitad de estos cincuenta- transcurren en «noche», pues los días tienen día y noche. Veinticinco años transcurren en oscuridad, en inactividad, en inercia... (Si queremos tomarlo simbólicamente, se trata de la mitad de la vida; si queremos tomar una fracción razonable, esos años se nos pasan en intentos de buscar el camino...). Por lo tanto, dice Itsjak, esos veinticinco años ¡no serían pasibles de pena!’ “ ‘De los veinticinco años restantes -prosigue Itsjak-, seguramente la mitad de ellos, o menos, el hombre los dedica al descanso, a sus quehaceres; no está pensando permanentemente en su espiritualidad. Entonces, dividamos los veinticinco años restantes -dice Itsjak a D’s-, y ¡juzguemos al ser humano por no haberse comportado bien durante doce años y medio de su vida!’ ”... Hasta aquí el relato. Ahora es su turno de pensar, de reconocer, de sentirse reflejado en las fuentes, en los hombres, en sus pensamientos, en sus enfrentamientos. Itsjak no es para nada pasivo. Sabe hablar, enfrentar e inquirir como su padre. Pero, sobre todo, anida en él una gran bondad: jesed. Amor ilimitado e irrestricto. Como el de su padre. “Ele toledot Itsjak ben Abraham...”, empezaba nuestra perashá. Saberse continuado, cuando son nuestras cualidades las que perduran, es saborear el gusto de la eternidad,. Armemos ya nuestro rompecabezas. La mesa está preparada para jugar al juego de la Continuidad... Rab. Mordejai Maaravi Rabino Oficial de la Olei.