lunes, 25 de noviembre de 2013

El rayo de esperanza de la América débil de Obama

El Secretario de Estado, John Kerry sufre tratando de explicar lo inexplicable Que el gobierno socialista galo de François Hollande acabe de bloquear un mal acuerdo con Teherán, emergiendo como el héroe de las negociaciones de Ginebra, constituye a cierto nivel una enorme sorpresa. Pero también se desprende lógicamente de la pasividad de la administración Obama. La política exterior norteamericana se encuentra en una caída libre sin precedentes, con una Casa Blanca ineficaz y despistada que apenas presta atención al mundo exterior, y que cuando lo hace, actúa de una forma inconsistente, débil y fantástica. Si hubiera que discernir algo tan ambicioso como una Doctrina Obama, rezaría: "Apuñala a los amigos, mima a los rivales, devalúa los intereses estadounidenses, busca el consenso y actúa impredeciblemente". Junto a muchos críticos más, lamento esta tesitura. Pero la intervención francesa pone de manifiesto que sí hay un rayo de esperanza. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta que Obama entró en escena sin dificultad, el gobierno estadounidense había sentado el patrón de llevar las riendas de los asuntos internacionales y ser criticado luego por hacerlo. Tres ejemplos: En Vietnam, los estadounidenses acusaron la necesidad de convencer a su aliado Vietnam del Sur de oponerse a Vietnam del Norte y el Vietcong. Durante gran parte de la Guerra Fría, presionaron a los aliados de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) para que se opusieran a la presión soviética. Durante la década de los 90, instaron a los países de Oriente Próximo a contener y castigar a Saddam Hussein. En cada uno de los casos, los estadounidenses lideraron la carga de forma independiente, implorando después a los aliados trabajar juntos frente a un enemigo común, patrón completamente ilógico. Los cercanos y débiles vietnamitas, europeos y árabes debían de haber temido más a Hanoi, Moscú y Bagdad que a los distantes y fuertes estadounidenses. La población local debía haber suplicado a los yanquis que les protegieran. ¿Por qué no fue éste el caso de forma persistente? Porque el gobierno estadounidense, henchido de su visión superior y de su conducta más elevada, repitió el mismo error: considerando a los aliados engorros lentos y confusos más que socios formales, los desplazó y acarreó graves responsabilidades. Con raras excepciones (Israel, y Francia en menor medida), el adulto estadounidense infantilizaba sin pensarlo a sus aliados menores. Esto tuvo la desfavorable consecuencia de hacer a esos aliados conscientes de su propia irrelevancia. Intuyendo que sus acciones casi no importaban, se entregaron a la inmadurez política. No siendo responsables de sus propios destinos, se sintieron libres de participar del antiamericanismo en la misma medida que de los demás comportamientos disfuncionales, como la corrupción en el caso de Vietnam, la pasividad en el de la OTAN y la avaricia en el de Oriente Próximo. Mogens Glistrup, político danés, encarnaba este problema al proponer en 1972 que los daneses ahorraran tanto impuestos como vidas disolviendo su ejército y reemplazándolo con un contestador en el Ministerio de Defensa que reprodujera una única grabación en ruso: "¡Capitulamos!" El enfoque de Barack Obama retira a Estados Unidos su papel adulto costumbrista y lo une a los niños. Respondiendo a las crisis individualmente y prefiriendo intervenir en consultas con los demás gobiernos, opta por "liderar a la zaga" y ser simplemente parte del montón, como si fuera primer ministro de Bélgica en lugar de presidente de los Estados Unidos. Irónicamente, esta debilidad reviste el saludable efecto de sacudir el estupor a los aliados y traerles al hecho de que Washington les ha mimado durante demasiado tiempo. Aliados picajosos como Canadá, Arabia Saudí o Japón despiertan a la realidad de no poder verter críticas alegremente contra el Tío Sam, seguros en la certeza de que él les salvará de ellos mismos. Ahora ven que sus acciones cuentan, una experiencia nueva que curte. Por ejemplo, los líderes turcos tratan de inducir a la administración a intervenir en la guerra civil siria. De esta forma la ineptitud de Obama tiene potencial para convertir en actores maduros y serios a los socios reacios absortos en sí mismos. Al mismo tiempo, su incompetencia promete cambiar la reputación estadounidense de niñera dictatorial en apreciado colega, paliando de paso la indignación dirigida contra los americanos. Por supuesto, una política exterior débil presenta peligro de catástrofe (como facilitar un avance nuclear iraní o no disuadir un acto de agresión china que conduzca a la guerra), de forma que este rayo de esperanza es simplemente eso, un pequeño consuelo de nubarrones mucho más oscuros. No es algo a preferir. Aun así, de satisfacerse dos condiciones – que no se produzcan catástrofes bajo mandato de Obama y que el sucesor restañe la fortaleza y la resolución norteamericanas – podría ser que los estadounidenses y sus aliados valoren este periodo como uno necesario con una herencia positiva.