viernes, 22 de noviembre de 2013
“Un sueño no interpretado es como una carta no leída...” (del Talmud)
Escrito por Rabino Mordejai Maarvi de su libro “Debrarjá Iair”
No se ha confundido. Está leyendo acerca de la perashá semanal, de nuestra Torá, de los
hechos que en ella ocurren y del pensamiento de nuestros sabios. Sabios por experiencias,
por conocer la vida y sus aspectos; las personas y sus afectos; las cosas y sus respectivos
lugares.
¡Es admirable nuestra Torá! Al decirlo, vuelve a mis oídos aquello de cada mañana:
“...ashrénu ma tob jelkenu, umá naim goralenu umá iafa meod ierushatenu”... “¡Felices de
nosotros, cuán buena es nuestra parte, cuán agradable es nuestro destino, cuán hermosa
es nuestra herencia!”
¿Y será así? Habrá que verlo, capítulo a capítulo, renglón tras renglón, palabra por
palabra, haciendo un recorrido medular para apreciar esa savia particular que recorre
cada relato bíblico, que supera la imagen empobrecida que solemos tener, a veces, de lo
que allí se cuenta.
Hoy los protagonistas son varios. Algunos buenos, otros muy buenos, pero los habrá
también regulares y decididamente malvados. Estará en el lector o en el estudioso el
poder descubrirlos a través del estudio, de las actitudes, de las palabras dichas, de los
silencios cómplices. Pero, sin lugar a dudas, hay que tomar parte, integrarse, llevarlo a
cuestas y sentirlo como un relato propio, de cada día, de cada vida.
“...Bejol iom ihiú be’eneja ke-jadashim”, se nos sugiere. Cada día, las palabras de la Torá
deben aparecer como nuevas ante nuestros ojos.
Si bien hay rutinas, si bien la “historia vuelve a repetirse”, hay algo que debe renovarse:
“mis ojos”, es decir, mi punto de vista. “Cada generación y sus intérpretes”, aseveraban
nuestros maestros. Ese es el llamado de cada hora, esta es la alternativa de nuestro
respetuoso y edificante estudio.
Son los sueños los que ocupan un plano central en nuestra porción de lectura semanal.
Sueña Iosef, el hijo de Iaacob. Sueñan los servidores del Faraón, monarca egipcio. Una
semana más y será el mismísimo Faraón quien se entregue a la actividad onírica. Y todos
los sueños, al decir de los sabios del Talmud, “...contienen una sesentava parte de una
profecía”.
No está prohibido soñar en la Biblia. Los sueños acompañan el día del hombre y sus
noches. Y “...col hajalomot holejim ajar ha-pé”, “...todos los sueños van en pos de la
boca, es decir, de su relato” o sea, de quien lo cuenta y cómo lo hace; de quien lo
escucha y cómo lo interpreta.
En medio de los sueños afloran realidades. Unas viables, otras desgraciadas. El hombre
se debate entre ambas; entre darle cabida a sus sueños o renunciar, sin más esperanzas,
a cada uno de ellos. Los sueños son, en cierto modo, la garantía de proseguir en la vida
o, tal vez, de no vivirla.
Iosef, nuestro personaje, es un joven que sueña. Es centro, como todo joven. Es diferente,
como todo hijo. De nada se priva. Vive sus años como se debe, pero preserva
una actitud que lo eleva por sobre el resto de sus hermanos: es “ben zekunim” de
Iaacob.
Quiere decir que, para algunos comentaristas, Iosef, es el hijo de la ancianidad del patriarca
Iaacob. Para otros, tal denominación le cabría más a Biniamín, último hijo en
nacer y hermano de Iosef. Para ellos, tal expresión hace alusión al gran parecido fisonómico
entre ambos, en primer lugar y, en segundo término, a que es “el hijo de la sabiduría,
quien más se asemejaba al padre, en actitud y en intención”.
Iaacob lo ama profundamente y se identifica con él. El joven Iosef será el encargado de
servir a su padre durante la vejez, exaltando aquello que, generaciones más adelante,
nos regalaría la moral de la Torá, a los pies del Sinaí, con el “...Honra a tu padre y a tu
madre”.
Como su padre, Iosef sueña pero no con escaleras ni ángeles sino con los límites de
Cielos y Tierra. Quiere, necesita, compartir sus sueños con sus hermanos, pero no
siempre los hermanos -por más cerca que se encuentren- están dispuestos a escucharse.
Parecería que es más fácil jugar al juego del “sobreentendido” que hablar con claridad,
con sinceridad, con amistad, con paz.
“...Empero no podían hablar con él en términos pacíficos”, refiere casi con dolor nuestra
Torá, para agregar, más tarde, los sentimientos que se habrían de instalar entre los
hermanos: envidia, odio, silencios... ¿Y todo por qué? “...Al jalomotav veal devarav”: Por
lo que soñaba y por lo que decía acerca de sus sueños.
Según el Malbim -exégeta bíblico por excelencia-, Iosef intentó primero un relato de sus
sueños -“...Vaiagued” (del vocablo Hagadá)- pero, en la segunda oportunidad, solamente
se “los contó”, “Vaisaper” [de Sipur, esto es cuento].
¿En qué difieren los términos? En el primer caso, se relata aquello que forma parte de
uno mismo, es la historia propia, en la cual necesariamente se cree, se afirma. Relacionémoslo
con la hagadá de Pesaj. El comentarista subraya que no es un mero “cuento”,
somos nosotros y nuestra propia historia.
En la segunda oportunidad, Iosef ya conoce “los bueyes con que ara”. Sabe de lo difícil
de su relación filial; a tal punto que su sueño tiene componentes tan irrealizables como el
“sol, la luna y once estrellas reverenciándolo”, sostiene el Malbim. Ahora su intención
era que sus hermanos no se ofendieran, devolverlos al camino de la fraternidad, de la
armonía, de un hogar -como Bet Iaacob- cuna de las Tribus de Israel, Tribus de D’s...
Sin embargo habremos de convenir, junto a los sabios del Talmud, con aquello que
sostenían al decir: “...En marín lo laadam, ela me-hirhuré libó”. Nuestros maestros, que
ya entenderán por qué eran tan sabios, afirman que “una persona sueña, y ‘ve en sus
sueños’ aquellas cosas que piensa u ocupan su sentir y su reflexión”. Iosef no sueña con
el poder, sueña con su rol, con su futuro, con lo que habrá de ser, como hijo de Iaacob,
como hermano, como hombre, como esposo, como padre. No está prohibido, en
absoluto, soñar en la Torá. Lo indebido es lo contrario.
Iosef, como todos los hombres, tiene proyectos, anhelos y los comparte. Nunca estamos
verdaderamente seguros de cuánta atención y afecto tienen los oídos que nos
escuchan... si es que nos escuchan.
Pero, finalmente hay reparación, con tiempo, con paciencia. Los hermanos volverán a
hablarse, los sueños podrán ser comprendidos. Tarde, tal vez, pero... “más vale tarde...”
Tal vez sea tiempo de prestar atención a los sueños de quienes tenemos cerca, de
quienes están “más a mano”. Ciertamente, no tenemos todo el tiempo y nucho menos
paciencia. Pero ayudemos a quien queremos a comprender aquello con lo que sueña.
Seguramente nosotros formamos parte del relato, de lo que se transmite porque “transmitir”
es traducir, interpretar, dar un sentido, valorar: “Y todo sueño no interpretado es
como una carta que jamás ha sido leída”.
Rab. Mordejai Maaravi de su libro “Debarjá Iair”
Rabino oficial de la OLEI