martes, 26 de noviembre de 2013
Separados como nunca
Los desacuerdo entre Netanyahu y Obama son los mas amplios de la historia de Israel
«Resulta casi inimaginable que Estados Unidos pueda llegar a un acuerdo, aunque sea interino, con Irán, ya que ello dejaría a Israel enfurecido y empeoraría aún más sus relaciones», escribió esta semana Aaron David Miller, ex negociador norteamericano que trabajó con varios secretarios de Estado, tanto demócratas como republicanas, en el diario «USA Today».
De acuerdo con Miller, las declaraciones del primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, sobre «el mal acuerdo» con Teherán, ya es una clara señal de la «frustración» reinante en las relaciones de Israel con Estados Unidos.
En relación al problema de enriquecimiento de uranio, Netanyahu insiste en que una República Islámica con armas nucleares socavaría el equilibrio de poderes en la región.
Jonathan Rynhold, investigador del Centro Begin-Sadat de la Universidad Bar Ilán subrayó en «Haaretz» que «si Irán se convierte en un Estado nuclear, Arabia Saudita rápidamente obtendrá armas atómicas de Pakistán». El analista explicó que ese mismo camino de carrera armamentística lo seguirán Egipto y Turquía.
Pero el problema iraní es apenas una de las piedras en el zapato en las relaciones entre Washington y Jerusalén.
En vísperas de las negociaciones en Ginebra, en una entrevista al Canal 2 israelí, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, advirtió que la obstaculización de un acuerdo con la Autoridad Palestina conduciría a Israel al aislamiento internacional y a la violencia de una posible tercera Intifada.
«Tengo noticias para ustedes: el status quo de hoy no será el de mañana», afirmó.
Al mismo tiempo, otro aliado de Estados Unidos en la región, Arabia Saudita, planea limitar su interacción con Washington alegando que en la crisis siria la Administración Obama se niega a tener en cuenta los intereses de Riad y que su política en Oriente Medio dejó de ser eficaz.
Tras las negociaciones del Grupo 5+1 con Irán, que al parecer sentaron las bases para encontrar una solución diplomática del programa iraní, el jefe de inteligencia de Arabia Saudita, el príncipe Bandar bin Sultán, confirmó la disposición de Riad a crear un frente común con Israel para preparar un ataque contra la República Islámica.
Desde la revolución islámica de 1979, Irán desempeñó un papel destacado en los conflictos regionales, un papel que fundamentó en gran parte en las relaciones con los grupos chiítas, especialmente en Siria y Líbano, pero también en Irak desde la caída de Saddam Hussein y la invasión norteamericana de 2003, así como con las minorías chiítas de otros países del Golfo Pérsico.
Pero esa ansia de influencia se volvió contra el régimen por dos razones: el enorme recelo de los países sunitas del Golfo, con Arabia Saudita a la cabeza, y la confrontación frontal con los «sionistas», un choque que se agudizó desde que la República Islámica puso en marcha su programa nuclear.
Dicho proyecto sirvió a Israel para condicionar durante muchos años la política exterior de Estados Unidos y Europa occidental, como lo hizo durante la guerra Irán-Irak, sumándose a las preocupaciones de Jerusalén.
De acuerdo con Rynhold, la enemistad con Irán resulta beneficiosa para Israel por muy diversos motivos, entre los cuales figura apartar la atención de la opinión pública de la ocupación de Cisjordania y la expansión de asentamientos.
Pero el Estado judío también combate de esa manera las aspiraciones de dominio regional de Irán, el único país de Oriente Medio que puede hacerle sombra, si no en toda la región sí al menos en los países donde Teherán tiene más influencia por razones religiosas.
Aparejado a esa noción está el hecho de que el enfrentamiento con Irán permitió a Israel un acercamiento a los países sunitas, enemigos viscerales de los chiítas, de manera que Jerusalén, Riad y sus restantes aliados están ahora en el mismo barco en lo tocante a toda la cuestión chiíta en Irak, Siria, Líbano y Bahrein, así como en sus múltiples derivaciones.
No puede extrañar entonces que en los medios de comunicación hebreos, árabes y occidentales se subraye que el conflicto del programa nuclear iraní permitió a Israel un acercamiento a los países sunitas del Golfo Pérsico. Esta es una consecuencia que Netanyahu reconoció y que está aprovechando para incrementar la presión sobre Estados Unidos y Europa.
En tales circunstancias, las consecuencias de las negociaciones de Ginebra en lo tocante el futuro de la región son todavía inciertas, pues no resulta razonable pensar que en el caso de Siria, por ejemplo, Teherán vaya a abandonar a Assad, ya que ello destrozaría toda la política exterior que los iraníes apuntalaron desde la revolución islámica.
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