miércoles, 27 de noviembre de 2013

Una nueva versión de Las mil y una noches

fUENTE: Infonews por Walter Goobar Nuestro objetivo no es interponernos entre EE.UU. e Irán, ni entre Irán y Arabia Saudita. Tenemos muy buenas relaciones con unos y otros”, dice a este enviado y a otra colega argentina el jefe de Gabinete y ministro de Salud de Kuwait, jeque Mohammed Abdallah Al Mubarack. –Pareciera que Kuwait está buscando jugar un papel integrador, tanto con África como con América latina.... –Kuwait siempre ha tenido ese perfil. Siempre hemos estado a la vanguardia en temas de integración. Ustedes pueden ver que ya en la época que el emir era canciller, siempre apuntamos a la integración y la cooperación multilateral. Esta Cumbre es sólo un ladrillo más en esa pared. Lo que intentamos es lograr un mundo mejor. –¿Cuál es su balance de la Cumbre? –El emir ha puesto en claro que debemos bregar por la integración de las dos regiones, que tenemos que invertir de manera más masiva en infraestructura y el Fondo Kuwaití de Inversiones cobra un papel más relevante en el manejo de los mil millones de dólares de préstamos para África en los próximos cinco años. –También se han tratado temas sobre migraciones y refugiados en un momento en que los europeos contemplan a los africanos ahogarse frente a sus costas... –Nuestra meta es que todo el mundo se suba a bordo. –En marzo de 2014, Kuwait será sede de un encuentro similar entre el mundo árabe y América latina... –Hay una larguísima serie de Cumbres programadas. De esta manera, Kuwait pretende convertirse en un referente regional e internacional para la integración –concluye el ministro. Pero no todo lo que brilla es oro en el diminuto pero influyente emirato. Después de un siglo de alternancia entre las dos principales ramas de la familia real kuwaití de los Al Sabah, en 2006 se rompió el pacto no escrito entre los dos hijos de Mubarak al Kabir, Yaber y Salem. Los descendientes de Yaber desplazaron a los Al Salem tras lograr que el Parlamento declarara “no apto” al jeque Saad, que padecía Alzheimer. El jeque Sabah consiguió los apoyos necesarios para ser proclamado emir y eligió como príncipe heredero a su hermano Nawaf. “El nuevo emir dijo que quería convertir a Kuwait en un centro financiero internacional y enseguida una parte de la familia real empezó a retirar su dinero de las inversiones en las que participaba”, explica el activista político y de derechos humanos Abdulaziz al Orayedh. Para hacer frente a esos pagos, muchos empresarios pidieron préstamos millonarios. La crisis financiera de 2008 arruinó a algunos de ellos, creando una base de descontento entre uno de los apoyos tradicionales de la monarquía. Cuando en marzo de 2012 hubo amagues de protestas estudiantiles, no sólo contaron con el apoyo de los diputados de la oposición, sino también con los de los rivales dentro de la familia real. Allí afloraron cuatro líneas que fracturan la sociedad kuwaití. Sunitas y chiítas. Un tercio de los 1,2 millones de kuwaitíes son chiítas. Pero sus orígenes son distintos. Parte de ellos llegaron desde Persia a finales del siglo XVII; otros proceden de los oasis chiítas de Arabia Saudita, y solo una minoría son emigrantes recientes desde Irán. “Antes no distinguíamos entre sunitas y chiítas, pero el avance islamista lo hace necesario”, explica Ahmad al Bustan, profesor de la Universidad de Kuwait. “Dicen que los chiítas apoyamos al gobierno. Es porque tenemos miedo de los radicales religiosos y nos sentimos protegidos”, explica. Uno de los motivos por los que en 2012 la oposición se enfrentó al anterior primer ministro, el jeque Naser Mohamed al Ahmed al Sabah, fue por sus buenas relaciones con la comunidad chiíta. Urbanos y tribales. “Todos en Kuwait venimos originalmente de tribus”, ha escrito Badrya Darwish en el Kuwait Times. Pero no todos se identifican como miembros de una. Según el censo de 1965, el 80% de los habitantes del emirato eran urbanos y un 20% beduinos. Hoy en día, a pesar de que la totalidad de la población está asentada, las estadísticas identifican a un 40% como urbanos y al 60% restante como afiliado a una tribu. Frente a la imagen occidentalizada que proyecta Kuwait, con rascacielos, centros comerciales y jóvenes vestidos a la última moda, su particular estado de bienestar ha fomentado el mantenimiento de las estructuras tribales. Sus valores más conservadores han convertido a sus diputados en aliados naturales de los islamistas. Muchos liberales temen que si disponen de más poder lleven el emirato hacia el modelo saudita. Apátridas y patricios. Una ruta, a veces un simple camino de tierra, separa ambos mundos. Del lado feo, casas bajas de bloques de hormigón o chapa ondulada, entradas cubiertas con telas colgadas, un aspecto de provisorio que no se termina. Del otro, casas de varios pisos, elegantes, no necesariamente lujosas, pero que respiran bienestar y estabilidad. Del lado lindo, familias de funcionarios, docentes, médicos, que gozan de todas las ventajas de la nacionalidad kuwaití, dueños de sus viviendas gracias a los subsidios gubernamentales. Del otro, familias de ex funcionarios, ex policías, ex militares, que descubrieron, a comienzos de los años ’90, que no eran “nacionales” y se vieron privados de sus derechos. Esta división resulta más difícil de cuantificar, pero es algo que se percibe. La sociedad kuwaití es muy elitista. No todo el mundo es ciudadano de primer grado. Aunque nadie lleva una marca en la frente, la pureza de las raíces figura en la cédula de nacionalidad y, además, se desprende de los apellidos. Pertenecer a una de las grandes familias o tribus fundadoras es un grado que se traduce en prebendas y contratos. Quienes no pueden trazar sus raíces hasta siete generaciones de kuwaitíes, o han adquirido la nacionalidad en tiempos recientes, son vistos como extranjeros, sin los derechos más elementales. Esa misma línea de razonamiento parece subyacer para las objeciones que no sólo el gobierno, sino la mayoría de los ciudadanos, oponen a la naturalización de varios miles de personas que desde la independencia del país en 1961 viven sin papeles, los llamados bidún. “No les ven como potenciales recursos humanos para construir la sociedad sino como competidores por unos recursos escasos”, explica una consultora estadounidense con larga experiencia en el país. Los trabajadores extranjeros, que suponen dos tercios de los habitantes, ni siquiera entran en la foto, ya que carecen de derechos civiles. En un país que en 2009 fue descripto por la OpenNet Initative como “el Estado con mayor libertad de prensa de la región”, Twitter donde se concentran muchos de los mensajes de descontento de toda indole en el emirato, es objeto de cada vez mayor escrutinio. Con casi 400.000 usuarios en una población cercana a los dos millones, Kuwait es el país de la región donde más se utiliza, y destaca su uso político. Como explica la escritora Mona Kareem en GulfNews, Twitter ha revolucionado la esfera del activismo político en el país: “Twitter promueve que la política en Kuwait no sea ya asunto sólo de una elite y supone el fin del monopolio estatal sobre las comunicaciones”.