miércoles, 17 de diciembre de 2014

Iosef y Janucá: ‘Viaje a la estrellas…’

Iosef y Janucá: ‘Viaje a la estrellas…’
Perashah: ‘MIKETZ’
                                                                                                                             BHN"V
Tiempo de luz para la insistente y persistente oscuridad de Iosef en su ‘Egipto’. Un crecer a ‘la fuerza’ para aquel joven cuyo pecado era soñar. Poder unir cielos y tierra y trazar un proyecto de vida para él y los suyos. Todo eso parece diluirse entre odios e inquinas inexplicables; entre silencios y complicidades y lo más trágico: su desaparición de la escena familiar…
Abrazado por la cultura de una mega-nación, Iosef progresa en su hacer diligente y en su vivir ético. El impacto de los años –escasos diecisiete adolescentes años- en la casa paterna, sirvieron de salvaguarda para tremendo ‘tsunami’ de su realidad: dejar de ser libre y vivir como esclavo; servir como tal y ser degradado hasta el ‘pozo’ –la cárcel- que todo lo permite, que todo lo expone. Que deshumaniza. Que desfigura…
Tiempo de luz en el calendario hebreo. Shabat con aromas de Janucá. Los que tienden a desaparecer del escenario judío son los propios judíos, por sus propias elecciones. La mega cultura helena hace estragos en Judea. Nadie quiere quedar por fuera. Todos quieren ser parte. Los que sueñan con algo de su pasado –del origen orgulloso de su pasado- y que pretenden visualizar un porvenir, deben permanecer ocultos. No son llevados a un pozo oscuro, pero deben ‘guardarse’ en la oscuridad de cavernas, catacumbas, ‘bajo tierra’. Claro que aquí, la tierra es Israel. Se es ajeno en lo propio. En lo de uno. Porque hay culturas que también enajenan –más allá de brindarnos el brillo de la intelectualidad y del conocimiento-.
Curiosa coincidencia para los relatos que ocupan la escena de la supervivencia entre los ajenos –como Iosef- o bien entre los propios, como los Macabím… Semejanzas en sucesos que comparten un mismo escenario y que parecen haberse aliado estratégicamente entre sus protagonistas y sus ideales puestos a prueba.
Janucá es una lucha ‘despareja’. Una gran mayoría responde a los ‘intereses internacionales’ de los imperios que ocupan la territorialidad de otros, transculturándolos. Imponiéndoles condiciones que degradan –hasta lo más humillante- la dignidad del vivir como personas.
Nuestra Torá, en paralelo, decíamos, nos lo muestra a Iosef sufriendo una suerte de discriminación que avanza hasta despojarlo de su propia –y débil- libertad. Es un esclavo hebreo. Dos lecturas agravantes para su existencia. Amén de no contar con derechos, su único recurso humano –confiar en los demás- se torna en su propia trampa.
Los griegos, ocupantes de Judea y el medio oriente de entonces, parecen no estar preocupados por los derechos humanos. Hablan y discurren en sus foros de filosofía acerca de ello, pero en el campo de los hechos, la realidad parece ser aplastante. Porque se los aplasta hasta pulverizarlos. O se es como ellos, o no se es… Ecuación de primer y último grado.
El faraón egipcio está atormentado por un sueño. No hay quien pueda decirle lo que ‘él quiere escuchar’. Un desmemoriado servidor, de repente evoca algo de un ‘joven esclavo hebreo’. Las soluciones pueden aparecer. Pero provienen del degradado, por cierto. No hay que olvidar el origen, parece insinuar el ‘ocurrente servidor del rey’.
Entre los amnésicos de Janucá (o más bien los anestesiados por tanta ‘cultura helénica progresista’), se levantan los memoriosos. Los ‘nostálgicos’. De un Templo, de una nación, de un ideal. De los comunes denominadores. Y se organizan. Y luchan. Y vencen… Devolver la dignidad al desposeído fue la característica. Romper el cerco estrecho de la oscuridad, la meta. Restaurar los pilares del encuentro humano y Divino, la exaltación de esos días.
Iosef pasa a ser un hombre ‘sabio y entendido, incomparable e inequiparable’. Del ‘pozo’ asciende al ‘podio’. Todo parece transcurrir por ‘arte de magia’. Cuando no se puede visualizar el sufrimiento. O más aún: cuando el otro, jamás pudo ser ver ese sufrimiento. No compartió la tortura. No se estremeció ante la casi desaparición física de IosefLa vida de Iosef parece traducirse en un vuelo rasante. Y sin escalas
Los Macabím trabajan por dar a luz un nuevo proyecto de vida. Viable. Comprensible. ‘Explicable’. SuJanucá tiene que ver con los lugares pero tambiéncon el espíritu. Porque hay espacios inclaudicables e irrenunciables en la vida. Aunque persiste un afán de vivir que supera en creces, a cualquier lugar. Un afán de vivir por fuera del oscurantismo ‘protector’ de personas o gobiernos, que buscan su propio interés así como las ventajas de pertenecer a un mundo que degrada, humilla y posterga. Tanto como los griegos a sus discapacitados y enfermos… Los ‘Jashomaním’ pueden encender el fuego de un motor que mueve a la hidalguía. A la honra. Al desafío de ser como se es, antes que la definición de ser por lo que se tiene u obtiene…
Hay por cierto una fuerte conexión entre Iosef y sus desencantos, y los Jashmonaím y su lucha desigual. La circunstancia territorial ante todo. El origen. Y la cruenta lectura del medio en que vivieron, acerca de su condición para la existencia. Y el resultado de sus luchas, un destino casi común: alcanzar la libertad de una expresión sometida. Cobrar vuelo con autonomía y decidir por sí mismos, como regir el destino por venir. El destino de cada porvenir…
Iosef logró, aún tras ocho décadas de soberano, perpetuar su identidad, redefinida desde los primeros tiempos de su gobernación. Los Macabím pudieron, más allá del poder que asumieron, dejar encendida una luz de esperanza para el porvenir. Esa es la luz que evocamos en los días de Janucá. En palabras del Profeta “lo be-jáil ve-lo be-coaj, ki im be-Rují amar HaShem”‘No será por la fuerza ni por el poder, sino por Mi Espíritu, dice HaShem’.
Iosef haTzadik, es nuestra memoria. El hombre que amó la justicia. Y los descendientes deMatitiahu haJashmonaí, que cambiaron la enfermedad de su tiempo –la enajenación y la asimilación- por el orgullo de vivir como personas libres, como judíos sensibles a la Voz del Creador.
Iosef, cuando joven, soñó con las estrellas. Las mismas siguen tintineando en las frescas noches de Janucá. Estrellas que se encienden por las noches y regalan una luz diferente. Puntos de significancia que los Jashmonaím supieron encender al mejor estilo de Aharón su padre.
Ellos han trazado las líneas imaginarias de un viaje. Nosotros, sus hijos en el tiempo, podemos surcar cielos y mares, tierras e islas de indiferencia, y hallar esa pequeña luz, que alcanza –aún siendo insuficiente-, para sobrevivir y afirmarnos como judíos en cada época…
¡¡Shabat Shalom uMeboraj!!
¡Jag Janucá Sameaj!
Mordejai Maarabi


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