viernes, 8 de noviembre de 2013

Abrir bien los ojos

Abrir bien los ojos Rabino Daniel Oppenheimer “Sin conceptos claros del porqué se debe defender cierta postura ideológica, todas esas cosas lindas se van diluyendo con el tiempo. El hecho que llegamos hasta acá y que algunos sobrevivieron parcialmente la asimilación (mientras que sus compañeros, quienes ocuparon el asiento del banco escolar de al lado, no la sobrevivieron), no garantiza nada. Nuestros hogares son cada día menos estables y más permeables a las influencias del exterior. Sergio era un buen jugador del equipo de volley que representa a uno de los clubes socio-deportivos “judíos”. Le encantaba jugar y se sentía muy integrado al grupo. Sus compañeros, a su vez, apreciaban la destreza y el talento de Sergio, lo cual lo hacía muy popular. Todo anduvo bien hasta que en un torneo tocó justo que tenían que enfrentarse a otro equipo, no-judío, en determinada fecha. Nadie le prestó atención al calendario, pero a pocos días del encuentro, el papá de Sergio le hizo notar que la fecha coincidía con... Iom Kipur, y que pensaba que era oportuno que lo acompañara al templo en esa fecha. Este solemne fecha era casi la única que se respetaba en su familia. De todos modos, dejaba el tema en manos de Sergio, para que lo decidiera solo. Sergio quería darles “el gusto” a sus padres, pero no podía defraudar a sus compañeros. Por lo tanto, sacó el tema en la próxima fecha de entrenamiento. Entre los presentes, algunos sabían muy poco de qué se trataba Iom Kipur, mientras que otros, si bien habían aprendido acerca de las fiestas en sus años del Shule, les parecía poco relevante. De todos modos, el fixture ya estaba fijado y no se podía modificar. “Justo ahora te vas a hacer el religioso...” - fue lo más suave que le dijeron. “Estamos en un Club, no en una sinagoga” - agregaron otros. “¿Te vas a ir a pavear un día con los viejos que se la pasan llorando sin saber lo que están diciendo?” - le cuestionaron con sarcasmo. “¡En cualquier momento vamos a parecer Irán! - burlaron los que no sabían bien quién es quién entre judíos y musulmanes (total, son todos fanáticos…). Sergio no encontraba simpatía con ninguno de sus supuestos grandes amigos. De repente, se había convertido en el “mal compañero”, “aguafiestas” - y hasta “traidor” por sólo considerar faltar a un partido… Estaba en un dilema que no podría resolver con facilidad, pues carecía de argumentos convincentes para ser respetado por el resto del equipo en estas circunstancias “tan especiales”. Tampoco él sabía bien por qué debía respetar Iom Kipur, pero le quedaban recuerdos nostálgicos de su Zeide, a quien adoraba desde pequeño y se trataba de una costumbre familiar. Lo que terminó por hacer Sergio, es irrelevante en este momento, pero la reacción general de sus compañeros es la que nos debe llamar la atención. Desapareció el “piso” mínimo de compromiso judaico en la mayoría de los jóvenes que acuden a los secundarios judíos. Esto no se debe a alguna maldad de la que fueron culpables, sino porque se cercenó la cadena de transmisión del judaísmo. El mensaje llega a los alumnos de modo tan aguado, de modo que carece de significado persuasivo alguno. Cuando, en cierta oportunidad, se hizo un sondeo entre los alumnos de quinto año del Shule X, el resultado sorprendió incluso a las propias autoridades. Ante la pregunta de si les resultaba importante contraer matrimonio con una persona afín con la cual podrían formar un hogar judío, la respuesta mayoritaria fue negativa. La misma revelación fue la que dieron a si su condición de judíos les significaba algo en su vida. Simplemente - no les importaba. Para ellos su condición de haber nacido de vientre judío y pertenecer a un pueblo que porta una historia llena de heroísmo, coraje, valentía y principios morales innegociables, se trataba de una simple fatalidad, y sin relevancia sustancial que cambie en algo su vida. Requirió tres años de jardín, más siete de primario, más cinco de secundario... ¡para llegar a esa conclusión! No se sorprenda Ud. tampoco, querido lector, pues la respuesta hubiese sido idéntica si les hubiesen consultado acerca de la importancia del entierro judío, o de ir a vivir en Israel. Es triste, pero perfectamente comprobable. La encuesta la puede realizar Ud. mismo. La pregunta obvia sería luego: porqué el tremendo esfuerzo por mantener abiertas las escuelas judías, si el resultado es este. Es en ese punto, donde entramos en el terrible auto-engaño colectivo en el que hemos participado los judíos de Argentina durante las últimas décadas y ante el cual seguimos siendo negligentes al mirar hacia otro lado. “Negligentes”, a su vez, sería un atenuante para no denominar a esta situación “complicidad”. Sería útil tratar de entender el curso de los eventos que llevó a tal situación. Esto no es para criticar a nadie ni para sentir nostalgia, sino para entender qué es lo que ha sucedido y no volver a cometer errores similares. Claro está que las circunstancias jamás serán idénticas a las que ya fueron, pero lo más importante es intentar interpretar en qué erraron quienes nos precedieron y ser más realistas y profundos, en la elección de parámetros que tomamos al momento de fijar las metas educativas que nos proponemos, y trazar el curso de cómo queremos alcanzar esos objetivos. La historia reciente, y la desesperación por el sustento No llegamos a este país hace un año o dos. Los primeros inmigrantes judíos, arribaron hace más de un siglo. Muchos judíos argentinos son ya la 5ª generación. Con gran esfuerzo, aquellos primeros pioneros establecieron sinagogas y escuelas, hospitales e instituciones de socorro mutuo. A muchos de ellos - la gran mayoría - les costaba llegar a fin de mes y colocar diariamente pan sobre la mesa. Muchos aprendieron el idioma - si es que lo llegaron a dominar - recién después que los hijos, y perdieron la ascendencia paternal sobre ellos al estar ocupados de sol a sol intentando sobrevivir económicamente. Luego de haber sufrido discriminación y privación en sus países de origen, todos querían asegurar que sus hijos y nietos no sufran los mismos excesos de los que habían sido víctimas ellos mismos. Obviamente, los primeros llegados deseaban que sus descendientes continuaran siendo judíos y supusieron, erróneamente, que el futuro - sin lugar a dudas - sería así. No tenían dudas al respecto: ¿o podía, acaso, no serlo? Si en Rusia, Polonia, Siria y Marruecos todos los nietos de los judíos habían sido judíos: ¿por qué no también acá? (Obviamente, a partir de su sufrida experiencia personal de rechazo antisemita, no sabían que el riesgo de asimilación se incrementa proporcionalmente con la buena relación y el sentirse ambientado con el entorno). Por lo tanto, habiendo sufrido tanta persecución, hambre y necesidad, pusieron el énfasis y su sacrificio en permitir que sus hijos accedieran a un mejor “pasar” que aquel que tuvieron que soportar ellos mismos. La lección no se perdió a lo largo de todos estos años. Lo primordial a ojos de los padres, sigue siendo el asegurar un porvenir cómodo para sus hijos. El futuro judaico de los mismos, no se suele cuestionar porque se da por sobreentendido. Hasta hace no tantos años, Buenos Aires y alrededores ostentaban con orgullo una enorme cantidad de Shules a las que acudían muchos niños. Pero esos mismos niños - ahora ya adultos - no envían sus hijos a esas mismas escuelas. Muchas instituciones debieron cerrar sus puertas, y no por falta de medios (la merma de fondos se debió a que no había alumnos suficientes enrolados para llenar sus aulas), sino por falta de interés. Repito: este artículo no tiene por objeto juzgar o recriminar, sino simplemente recordar la forma de pensar de aquellos que nos precedieron, de quienes por siglos fueron discriminados y marginados por la sociedad en que vivían. Puesto que no vivimos en aquellos momentos, quién sabe si hubiésemos actuado mejor. Dada la necesidad, muchos de los que previamente respetaban todas las leyes, comenzaron a trabajar en Shabat para mantener el sustento. Lo mismo sucedió en aquellos años en otras latitudes. El desafío fue muy difícil. Recemos que nunca seamos probados... No obstante, los resultados tristes se pueden comprobar hoy. Las escuelas que crearon los inmigrantes y sus hijos, en sus diversas formas, tuvieron - a su vez - graves errores. Se enseñaba a leer y a escribir. Historia y cultura. Poesía y canto. Ser judío, en términos educativos, se reducía a enseñar una cultura, un folklore, nostalgias del pasado, y esperanzas por un mundo mejor y más justo. Inicialmente, por lo general, el idioma fue el Idish. Era la lengua que hablaban los mayores del viejo mundo y, a su vez, respondía ideológicamente al pensamiento izquierdista de muchos de ellos. El mismo nombre de las escuelas (que venera la memoria de ciertos autores literarios judíos recientes), nos demuestra la ideología que asumieron y quisieron transmitir.Si estas escuelas no eran directamente ateas, no cabe duda que el estudio de la Torá y su observancia eran de poca relevancia en todas ellas (pues se consideraba una cuestión personal de cada uno).El advenimiento del Estado de Israel, que utiliza el hebreo como idioma oficial, como así también el antisemitismo de Stalin, hicieron notar a algunos que habían ciertas falencias en su pensamiento y que habían equivocado de rumbo (obviamente, no a los “intelectuales” que fueron los últimos en dar el brazo a torcer). La mayoría de las escuelas giró entonces hacia el hebreo. Sin embargo, el estudio de Torá siguió permaneciendo en su humilde lugar último. Del orgullo y entusiasmo por la observancia de las Mitzvot, ni qué hablar. Sí, en cambio, fue tomando un lugar preponderante la práctica de un deporte, los rikudim, etc. para lograr una plena “identidad judía”. Averiguar sobre su religión En más de una oportunidad, me vinieron a consultar alumnos de distintas escuelas que debían realizar trabajos “comparativos” acerca de la religión. Dado que soy como soy, no pierdo la oportunidad de esclarecer a cualquiera que venga a consultar, si es que conozco la respuesta. Bueno. ¿Qué pueden querer saber estos chicos...? (“Querer” es un decir. Mejor sería llamarlo: “qué le mandaron averiguar”). Sugerencias: ¿Quizás sobre qué es un matrimonio judío, o cómo se educa a los niños, el por qué de la importancia de las leyes dietéticas del Cashrut o el significado del Shabbat, la honestidad en el comercio, la relevancia del Talmud, los objetivos de la vida, lo destructivo del consumismo ilimitado? O piense Ud. ¿Qué cosas importantes mandaría Ud. a analizar a un joven que se está formando para lograr que se pueda identificar con sus raíces? No es menester ser pedagogo. Es suficiente tener un poco de sentido común, y una mente desprejuiciada...Pero no. Ninguno de estos temas son de valor suficiente para consultar al rabino. ¿Pues qué se le pregunta? - dirá Ud. Le cuento: ¿Cuál es la opinión de la “ortodoxia” acerca de la donación de órganos, de la inseminación artificial, del aborto, de la clonación...? Ahora bien. Que no le quepa la menor duda: en los libros de Halajá se trata cada uno de estos temas y miles más con meticuloso rigor por conocer la respuesta a partir de las fuentes de la Torá. Nada, absolutamente nada, que esté relacionado con la vida, escapa a la Torá que es el libro que contiene todas las respuestas a todo lo concerniente a la vida y sus contingencias. Sin embargo, la insistencia en enviar a los jóvenes a inquirir precisamente esas preguntas (que no les aportan demasiado en este momento de su vida) y no otras más esenciales, también tiene su razón. Quien quiere ver al judaísmo como algo exótico, para circunstancias especiales - y no como modelo para su vida cotidiana - le dará a sus alumnos precisamente esa impresión. ¿Le extraña? Hace algunos años, dados los escasos resultados judaicos de los alumnos, y con el resto de nostalgia que les queda a algunos padres y directivos por lo que fue y lo que quisieran que “se preservara”, en ciertas escuelas (que de por si son presionadas por los padres para que aumenten el caudal de horas de materias “útiles” como ser el inglés y la computación) se comenzó a dar ciertos rasgos de tradición, pero cuidando - obviamente - que esto no lleve, (¡) “D”s libre” (!) a que los niños deseen poner en práctica lo que se enseña. Aprender de los errores Si bien, considerando que ninguno de los socios en esta estrategia (directivos, docentes, padres) se puso a pensar seriamente sobre cuál fue la razón del fracaso de lo que se hizo hasta el momento, y la mayoría carece de la voluntad de revertir totalmente la tendencia, se supone que la intención seguirá siendo buena. La gente se siente bien cuando ve a su nena encender las velas en el Gan. Sin embargo, lo que no ven - o no quieren ver - es la repetición del auto-engaño en su nuevo formato más “tradicionalista”. La verdad es que ni la nostalgia, ni la tradición, se transmiten y menos aun, en un mundo exitista y “light” como el que vivimos. Sin conceptos claros del porqué se debe defender cierta postura ideológica, todas esas cosas lindas se van diluyendo con el tiempo. El hecho que llegamos hasta acá y que algunos sobrevivieron parcialmente la asimilación (mientras que sus compañeros, quienes ocuparon el asiento del banco escolar de al lado, no la sobrevivieron), no garantiza nada. Nuestros hogares son cada día menos estables y más permeables a las influencias del exterior. ¿Pero cómo se enseña a ganarse el pan? Ahora bien: ¿pero acaso no es necesario que los papás enseñen a sus hijos un oficio para trabajar? Efectivamente, es obligación de los padres enseñar a cómo ganarse el pan de modo decoroso y honrado. No saber “para defenderse en la vida”, sino como parte de su educación moral. Deben aprender a que la tarea que cumplan debe ser íntegra y honesta, no huirle al trabajo exigente, esmerarse, cumplir con la palabra a rajatablas, saber aceptar las eventuales pérdidas y equilibrar competitividad con el respeto por las necesidades ajenas, tener mesura y cordura respecto al modo de utilizar el dinero sin copiar a otros tratando de vivir en un nivel mayor al que puede mantenerse, ser sensibles a las necesidades de los menos favorecidos, ahorrar y prever para el futuro, y ver con buen ojo y sin envidia cuando el competidor prospera. En otras palabras, no se debe olvidar que el sustento debe lograrse dentro del marco de la Torá. Y más allá del esfuerzo que uno haga, rezar a D”s para que corone la gestión que uno hace con éxito. ¿Podemos los papás garantizar su porvenir material? Sin duda, no lo podemos asegurar. Más allá de la óptima educación profesional que les brindemos, está por encima de nuestras posibilidades garantizar lo que el futuro de ellos (o el nuestro) deparará. Y aun cuando esté en el léxico y en la fantasía de la gente hablar de una manera como si eso fuese posible, quienes creemos en D”s (y quienes tienen sentido común para simplemente mirar la vida de tanta gente que creyó poder dar certezas eternas que solo duraron algunos minutos), sabemos que lo nuestro se reduce al intento, y que nada podemos asegurar. No obstante, nuestro instinto nos quiere “obligar” a garantizar lo que no está en nuestras manos. No queremos ver a los hijos sufrir, y sentiríamos profunda culpa si pasan hambre (como si no hubiéramos hecho lo suficiente para evitarlo…). No es fácil ser papás, pero si deseamos que ellos sufran menos, debemos - aparte de darles las herramientas de su eventual profesión - invertir más tiempo y empeño en enseñarles (con nuestro ejemplo) a saber llevar las situaciones - tal como son, y no exclusivamente transmitir un modelo que les hará creer que siempre deben triunfar, cualquiera sea su expectativa, desmedida o exagerada. Como tantas veces lo hemos enunciado, y lo volvemos a repetir: en este mundo tan invasivo e irresistible, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Debemos activamente educar desde nuestro rol como papás para que nuestros hijos no sean arrastrados por el aluvión sino que tengan la opción de elegir moralmente. Fuente: Ajdut Informe Nº 769 Otras noticias de la categoría Textos Tradicionales Enseñanza del Rebe de Lubavitch