viernes, 8 de noviembre de 2013

“Todos los caminos conducen a... ¡Casa!”

Escrito por Rab. Mordejai Maarabi, De su libro “Debarjá Iair” Publicado en Parashá tamaño de la fuente disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente “Todos los caminos conducen a... ¡Casa!” Parasha VAIETSÉ “Adam nikrá holej...” Al ser humano se lo llama “caminante”, al decir de nuestros maestros, de bendita memoria. Mientras vive, camina. Su andar, a veces lento, otras veces rápido, lo acerca o, por el contrario, lo aleja de los objetivos que se propuso. Pero nunca deja de definirlo como humano. “Al andar se hace camino”, decía un poeta hace años. Se produce, por así decirlo, una suerte de simbiosis “hombre-camino” y, a partir de ella, las infinitas sendas de la vida, que transitamos y desandamos pero que, en síntesis, nos demuestran nuestra condición peculiar en la tierra, en el mundo creado por el Todopoderoso. “Col makom asher tidroj kaf raglejem...”, se le anunciaba a la generación de la conquista de la tierra de Canáan: “Todo lugar, todo espacio que las plantas de vuestros pies hayan de pisar”, “lajem netativ”, “a vosotros os será concedido”, concluía la promesa. Si para el poeta “andar es hacer caminos”, para nuestra Torá el andar es procurar un lugar, es apropiarse de él, es -por último- trazar infinitas sendas que me lleven hacia algo, una dirección, un propósito... “Caminos para...” Nosotros, como pueblo judío, como herederos de una tradición, sabemos de esto. Conocemos esa experiencia. Arenas y polvo de la tierra fueron, en su momento, lo que el duro asfalto y los fríos adoquines en otros, testigos silenciosos y hasta impiadosos de caminantes sin caminos. Sin destinos, sin motivos. Si el ser humano es llamado “caminante”, ya lo dijimos y ahora lo enfatizamos, lo es con un propósito, con destinos claros, con motivaciones contundentes, pero todo ello no evitará los obstáculos. Los imprevistos están a la vista. Todos los caminos son tortuosos, presentan tramos y dificultades, pero hay que transitarlos para superarlos y superarnos. “Salió Iaacob de Beer Sheva y se dirigió a Jarán”. Se trata de un hombre, un joven, con todos los caminos por hacer, y que, por mandato de su padre, emprende uno. Las geografías son bien definidas. Aquí, Beer Sheva; el corazón meridional de una tierra de promisión y ciudad de Abraham y de Itsjak, sus padres. Allende el Jordán, Jarán, una antigua ciudad, escala de su abuelo Abraham en sus caminos hacia Canáan, pero desconocida. Salir de un lugar para arribar a otro. Parece todo tan común, tan normal, tan simple. Una rutina, diríamos. Como la nuestra, de todos los días. Y todo parece preparado como para que los caminos ya hechos puedan ser andados por el joven Iaacob y, así, “volver a hacerlos”, ahora con sus propias huellas... Sin embargo: “Vaifgá bamakom, vaiálen sham, ki bá hashemesh...”, dice el versículo que continúa a su partida. Si intentamos traducirlo, en su sentido literal, dice que se encuentra con un lugar donde el sol se pone de imprevisto y que Iaacob debe dormir allí. Los viajes largos requieren escalas, parece insinuarnos nuestra Torá. Esta escala ofrece atractivos muy particulares: la capacidad de soñar, de entrever presente, pasado y futuro, el ser acreedor de La Palabra del D’s de sus padres, el ser merecedor de una Promesa y un compromiso. Cuando transita los caminos, el Todopoderoso no deja al hombre librado al azar. Lo acompaña, lo protege, lo resguarda ya que D’s cuida al hombre en todo cuanto emprenda: “...Ushmartija bejol asher telej”, dice nuestra perashá. “Irse a la buena de D’s”, en el mejor y más amplio sentido del dicho popular. “A Sus ángeles Te encomendará, para cuidarte en todos tus caminos”, canta el rey David en sus Tehilim. Así se presenta el sueño de Iaacob. Con ángeles que suben y bajan a lo largo de una escalera, tendida entre cielos y tierra. Escuchamos de boca del Gran Rabino -Rishón Le Tizón- HaGaón Mordejai Eliahu shlita, que nosotros, las personas, somos mejores que los ángeles. ¿Por qué?, se pregunta “...Porque por cada mitsvá -buena acción- que hacemos, logramos que se forme un nuevo ángel en las alturas”. Por lo tanto, por cada paso que habremos de dar en la vida, deberemos considerar su lado ético, su aspecto moral, su sentido de elevación. Los primeros ángeles son los que suben por la escalera. Según nuestros sabios eran “los malajim -ángeles- de Erets Israel” que dejan a Iaacob. Sus mitsvot, aquellas que cumplió, observó y abrazó en la tierra de sus padres, le han posibilitado semejante acompañamiento. Al decir del Gran Rabino, éstos que subían eran multitudes pero los que descendían eran pocos, muy pocos. Concluía el Rab HaGaón Mordejai Eliahu su enseñanza, diciéndonos que esta perashá empieza con ángeles y concluye hablando de ellos. Así está escrito que, cuando Iaacob regresa por fin a la tierra de sus padres, tras difíciles y angustiantes veinte años, antes de cruzar el mismo río que lo vio partir, se encontró no ya con el sol en su ocaso, sino con una gran campamento de ángeles servidores del Altísimo. “...Dijo Iaacob cuando los hubo divisado: ¡Un campamento de Elokim es esto! Y llamó el nombre del lugar: Majanaim (dos campamentos)”. El sueño se tornaba realidad. La escalera dejaba a todos los ángeles en tierra. Iaacob, el hombre, hacía su camino. El camino de sus días, de la vida, transcurría según hechos, actos, normas, que hacían multiplicar ya no sólo las vidas reales sino el imaginario de la Presencia Divina: sus malajim, ángeles servidores, que corrían presurosos al encuentro de Iaacob, nuestro patriarca. “Iaacob nikrá bait...”, aseveran los sabios del Talmud. Iaacob es el hogar mismo, la casa, el espacio primero, el palacio último para la esencia constitutiva del judaísmo. “Bet Iaacob”, la Casa de Iaacob, es mucho más que una expresión, es el camino, son los hechos. Es la Torá llevada a su plano de realización tangible, palpable. Es el lugar donde, cada Shabat, invitamos -al menos por contados minutos- a los malajim, a esos seres celestiales, servidores del Altísimo, aunque creados solo a partir de mi buena acción, mi buen pensamiento, mi mejor actitud. Que nuestras casas estén colmadas de estas visitas, no sólo en Shabat. Que nuestras vidas estén surcadas por caminos y que todos nuestros caminos nos conduzcan, por fin, a aquellos lugares que nos proponemos. Nada mejor que eso. Rabino Modejai Maarabi de su libro “Debarjá Iair” Rab. Oficial de la Olei