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¿Cuál es el origen psicológico y moral del sarcasmo?
Shaarei Tshuvá (de Rabenu Ioná de Gerona), se explaya en el tema: “el creerse inteligente a sus propios ojos (o sea: su altanería). Y tanto lo domina esa cualidad, que a raíz de su engreimiento se desconecta del mundo, y es invalidado en su mente con su sonrisa cáustica y despreciativa”.
Rabino Daniel Oppenheimer
Acerca de qué hizo el pueblo día por día durante sus cuarenta años en el desierto, no conocemos muchos detalles.
Sí sabemos que en ese lapso los judíos aprendieron las Mitzvot y se prepararon, bajo la tutela de Moshé, para su ingreso a la tierra de Israel. La Torá nos oculta, sin embargo, los incidentes que pudieron haber ocurrido en esos años, pues no proporcionarían alguna enseñanza para nosotros. Sin embargo, existen algunas excepciones. Una está relacionada con un individuo que violó el Shabat juntando ramas (Bamidbar 15:32). La otra, que sucedió en la misma época, con un hombre que maldijo el Nombre de D”s (Vaikrá 24:10). Puesto que la Torá no precisa el momento exacto en que estos episodios sucedieron, hay distintas opiniones al respecto. Moshé había indicado que cada uno de los hebreos debía acampar según su procedencia de linaje. Las doce tribus fijaban su sitio para morar en cada parada, a un costado del Mishkán. Cada miembro de aquella tribu tenía un espacio asignado dentro de aquella área. De este modo todos estaban ubicados y había orden en el campamento. Un hombre, sin embargo, no encontró su lugar en ningún rincón del campamento. Si bien era judío, su padre había sido egipcio. La asignación de plazas, no obstante, era según la ascendencia paterna, y, por lo tanto, no fue aceptado en la zona de la tribu de Dan de donde provenía su madre - Shlomit bat Divrí - aun después de litigar ante la corte de Moshé, de donde salió con un dictamen desfavorable. Según el Midrash, el padre egipcio de este hombre era aquel que Moshé había matado oportunamente para salvar al hebreo a quien este había estado torturando. El nombre de la madre refleja su actitud de entrar en conversación con todo aquel que se le presentara - una actitud lejana al recato que se espera de la mujer judía. La consecuencia de su conducta - distinta a la de todas las mujeres judías, fue este hijo que tuvo con el egipcio. Esta situación atípica condujo a que el “intruso” entre a pelear con un hombre de la tribu de Dan cuyo sitio quería usurpar, quien, sin embargo, se resistió a resignar su espacio. La Torá no relata los nombres de los contendientes (ambos permanecen anónimos en la historia), pues ambos no eran merecedores de mención. No solamente aquel que terminó maldiciendo, sino incluso el que participó de la pelea física, en lugar de llegar a buenos términos de una manera más dócil… (Kli Iakar). La pelea arrastró al hijo del egipcio a cometer una de las faltas más graves imaginables: blasfemó el sagrado Nombre de D”s. Recordemos que blasfemar es un pecado - no solo para los judíos - sino aun para las personas de todas las demás naciones. A pesar de eso, la Torá recalca que los vestigios de la ancestría egipcia llevaron a que este hombre incida en lo que jamás hubiera hecho un judío educado por padre y madre (los conversos egipcios deben casarse entre ellos y no se pueden unir en matrimonio con judíos raigales hasta la tercera generación desde su conversión). Si el enojo del pecador era contra el individuo que le impidió establecerse en donde quería, o en contra de Moshé que falló en contra de su aspiración: ¿por qué insultó el Nombre de D”s? Posiblemente renegó contra el veredicto de Moshé que invocaba la Autoridad Di-vina en sus sentencias, o, según el Midrash mencionado anteriormente, porque su padre había muerto como resultado del Nombre de D”s invocado oportunamente por Moshé. Cuando la Torá introduce esta historia, comienza diciendo que este individuo “salió” - sin explicar de dónde “salió”. Acerca de esto existen varias opiniones entre los comentaristas. A simple vista, “salió” del área que tenían adjudicados quienes no pertenecían a las tribus, o que “salió” de la carpa para pelear. Hay quienes explican - además - que “salió” del párrafo anterior del que habla la Torá: allí se enseña que en el Mishkán se deben colocar semanalmente doce panes preparados de una manera muy especial. Cada Shabat, se cambian por panes nuevos, se quema el incienso, y los comen los Cohanim. La persona en cuestión se burló: ¡¿acaso delante de un rey se deja servido pan viejo (de una semana)?! En realidad, más allá del comentario sarcástico de este hombre, sucedían muchos milagros dentro del Bet haMikdash, tal como se enumera (en Pirkei Avot 5:5, y en Iomá 21.). Una de aquellas maravillas que sucedían semana tras semana, era que el pan que se colocaba en el Mishkán permanecía fresco - como recién sacado del horno - hasta que lo consumían los Cohanim al Shabat siguiente. Cuando los peregrinos visitaban el Bet haMikdash en las Tres Festividades, los Cohanim levantaban la cortina para que estos judíos puedan apreciar el amor que se manifestaba a diario en el santuario mediante estos fenómenos (Jaguigá 26:). Al margen de la inexactitud de las palabras en su sorna acerca del pan, esta ironía le abrió el camino para que termine expresando la blasfemia. Aquellos que lo escucharon presentaron su testimonio ante los tribunales, y la Torá indica la sanción que recibe quien así procede, por lo que este individuo también fue condenado. ¿Cómo puede ser que una persona caiga tan bajo - y tan rápido? ¿acaso no había participado en las maravillas de la reciente salida de Egipto? Habitualmente, en condiciones normales, los cambios son paulatinos: el deterioro ético es acompasado, y la inclinación destructiva del hombre (Ietzer haRá) erosiona su voluntad lenta, pero progresivamente (Shabat 105:). De otro modo, el hombre no estaría dispuesto a modificar lo que está arraigado en él. La manifestación de quebranto moral vertiginoso, que lo encontramos en diferentes circunstancias en el TaNa”J, responde a la fragilidad de las persuasiones frente a la desestabilización del contexto en el que uno vive. Frecuentemente, las convicciones no son tan sólidas, y frente a las sacudidas emocionales, se derrumban lo que parecían ser certidumbres inconmovibles (Rav Jaim Shmuelevitz 5731:13). Sin embargo, para llegar a este perjuicio, hubo una trama previa: la burla. La expresión de ridiculez expresada por este hombre - aun cuando otros estarían maravillados al presenciar el milagro del pan - “desbloqueó” sus escrúpulos comunes con los que vivía. “Salió de su mundo” (como dice allí el Midrash). Sin los reparos que habrían protegido a otra persona, pudo llegar a blasfemar (Rav Jaim Shmuelevitz 5731:21). Esta narración de la Torá, nos permite analizar uno de los hábitos más comunes en nuestra sociedad, y que llevó al hombre en cuestión a su última ruina: la descalificación y la mofa. Puesto que es tan usual en el hablar de la gente, ya ni siquiera lo vemos como una rareza ni se condena como algo tremendo. En Mesilat Iesharim (5º cap.) compara al que habla con sarcasmo, como “quien se hunde en el océano, pues ya no funciona con la lógica y la inteligencia equilibrada, y es cual un borracho o un insano, a quien ya no se pueden atribuir responsabilidades”. Una vez destruidas las vallas creadas por las consideraciones morales, no hay límite al derrumbe. La sátira y el desprecio son el atajo para la descalificación del adversario cuando los propios argumentos esgrimidos son débiles o inexistentes. Es ese el motivo de la universalidad de este fenómeno: elude el razonamiento, y neutraliza toda capacidad de asombro y respeto. Otro que utilizó esta estrategia fue Koraj en su levantamiento contra Moshé. Según el Midrash (Ialkut Shimoní, Koraj), Koraj mantuvo una reunión “partidaria” toda la noche de su rebelión, a fin de conseguir adeptos a su causa, precisamente mediante el uso de ficciones burlescas que pintaban la Torá como un invento absurdo de Moshé. En sus palabras, Koraj presentaba la normativa de lo que la Torá dispone para Cohanim, Leviím y necesitados, como un aprovechamiento de la clase dirigencial. Los conceptos que Koraj vertió ante el público eran técnicamente ciertos - pero sacados de contexto - y, por lo tanto, tergiversados. El Midrash rotula este discurso como “Leitzanut” (ironía). Las “medias verdades” a las que hacía referencia son aun más peligrosas que si hubieran sido inventos concebidos por él. Los Sabios se expresaron respecto al hombre irónico con suma rigurosidad, pues aquel que opta por esa actitud, no tiene reparación. A diferencia del pecador común, que infringe porque siente cierta atracción momentánea por algo que está proscrito, pero que después de haber faltado a su deber se puede sentir avergonzado del acto - más aun si alguna persona le hace ver su error, el satírico elude toda palabra de censura o corrección. Sigue Mesilat Iesharim: “tal como un escudo untado con aceite, de modo que las flechas que le llegan se resbalen y caigan, así también la ironía - con tan solo un poco de risa y burla - hace desviar su despertar y capacidad de asombro, de modo tal que no tengan efecto alguno sobre él, no por falta de capacidad intelectual, sino porque el poder de la burla destruye la moral y el respeto”. El cínico, junto al que habla maledicencia, el adulador y el mentiroso, pertenece a las cuatro categorías rechazadas por la Presencia Di-vina (Avodá Zará 18:). “Grave es ‘Leitzanut’, pues los habitantes de Sdom no fueron castigados hasta que burlaron a Lot”. “Penoso es ‘Leitzanut’, pues los filisteos no fueron condenados hasta que hostigaron a Shimshón”. “Peligroso es ‘Leitzanut’, pues nuestros antepasados no fueron sentenciados hasta que deshonraron (las Mitzvot)”. “Engorroso es ‘Leitzanut’, pues los egipcios no fueron diezmados hasta que ridiculizaron a Israel” (Midrash haGadol). ¿Cuál es el origen psicológico y moral del sarcasmo? Shaarei Tshuvá (de Rabenu Ioná de Gerona), se explaya en el tema: “el creerse inteligente a sus propios ojos (o sea: su altanería). Y tanto lo domina esa cualidad, que a raíz de su engreimiento se desconecta del mundo, y es invalidado en su mente con su sonrisa cáustica y despreciativa”. Sin embargo, la burla tiene su seducción, y la gente la disfruta. De ahí, la gravedad del pecado (Mahara”l Netiv haLeitzanut 2, Netiv haEmet 1). Si el mal de la presunción es tan evidente - ¿cómo es que el público presta atención al que se manifiesta de ese modo? La gente toma distancia de la seriedad y la mesura. La noción de que cada acto que uno realiza posee trascendencia y provoca un impacto en las esferas celestiales - para amparo, o para condena - esa noción misma acarrea una sensación de cierto abatimiento sobre la persona. De ese modo, uno se torna tenso y busca un alivio, a fin de absolverse del peso de la responsabilidad y sentirse más libre. Esto lo encuentra en la licencia y frivolidad de la diversión (Rav Avigdor Nebenzahl shlit”a). El que se ríe, se ríe de sí mismo. Más de lo que manifiesta el desvergonzado sobre otros (a los que hace referencia), habla de sí mismo. Su actitud demuestra el concepto desvalorizado que tiene de su propio potencial espiritual, que luego proyecta en los demás seres humanos (pues no toleraría que otros fueran superiores a él), y, obviamente, esta actitud tiene “patas cortas”. Los Sabios (Avodá Zará 18:) también nos advirtieron del amargo fin que tienen aquellos que acostumbran llevar una vida de burla: “No ironicen, para que esto no les cause luego penurias”. “Aquel que caricaturiza, disminuirá en su sustento”. “Quien ridiculiza, trae destrucción al mundo”. Y una pregunta muy actual: ¿no hay espacio en la vida judía para una risa sana? Sin duda que la hay, es esencial, y los Sabios se expresaron en términos muy favorables - siempre y cuando se emplee en el modo y objetivo adecuado. Rabí Beroka se encontró con Eliahu el profeta en el mercado y le preguntó quién de entre los transeúntes era merecedor del Mundo Venidero. Dos de las personas señaladas por Eliahu caminaban juntas. Rabí Beroka se les acercó para indagar acerca de su actividad (para aprender de ellos). Estos le respondieron: “Somos humoristas y alegramos a los que están tristes. También reconciliamos a las personas que están peleadas” (Taanit 22.). Hay humor permitido, y humor prohibido: Los comentarios que desprecian los actos dignos, los que descalifican, invalidan, desautorizan los esfuerzos ajenos - pertenecen a la categoría gravemente reprobada por los Sabios. Por otro lado, la gracia que permite ver las falencias de la sociedad para contrastar y realzar las enseñanzas de la Torá, es loable. Estos dos individuos, permitían - con su gracia - que las personas ansiosas y preocupadas por su sustento y demás problemas de la vida, puedan volver a confiar en que la manutención y el bienestar están en Manos de D”s. Asimismo, Rabá no comenzaba su Shiur (curso de estudio) sin haber previamente deleitado a sus alumnos con palabras de humor, provocando gracia en sus alumnos. Luego, comenzaba el Shiur con la seriedad que corresponde (Shabat 30:). Todo tiene su forma, su espacio y su medida. La gracia, como estímulo para relajar a las personas y tornarlas receptivas a obedecer y a estudiar con ahínco, para levantar energías decaídas, para suavizar ánimos ásperos o para permitir reunir a personas distanciadas por entredichos - y solamente por esta clase de motivos - es admitida, adecuada y loada.
Fuente: Ajdut Informa Nº 638
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domingo, 4 de mayo de 2014
OPINION
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