Parashah BEMIDBAR
Arribamos en este Shabat al cuarto libro de nuestra Torá, Bemidbar Sinaí, En el Desierto del Sinaí, que nos narrará, a lo largo de sus treinta y seis enriquecedores capítulos, las circunstancias, vicisitudes, “altos y bajos” que vivimos, como pueblo judío, durante una larga y fatigosa travesía de cuarenta años camino a la Tierra de Israel, la Tierra Prometida.
Es un trayecto que nos habla, ante todo, acerca del sabor de la libertad de un pueblo en sus primeros cuarenta años de vida (toda una generación) y en el que se nos presenta un cuadro de situación bien definido, a lo largo de sus diez perashiot, secciones. La primera mitad de ellas relatan los hechos -dramáticos algunos- que “marcaron a fuego” el destino de aquella “generación del desierto” que habría de morir, precisamente, en él, sin ingresar a la tierra prometida; mientras que la otra mitad del libro se ocupará de hechos más auspiciosos, que tienen que ver con los preparativos para heredar la tierra y con la organización del pueblo hebreo a tal fin.
El pueblo de Israel, llevado a la libertad física (Éxodo de Egipto) y consagrado espiritualmente libre (Entrega de la Torá), transita por el desierto, una geografía vacía de todo y donde todo falta. Arenas y vientos desapacibles, sequedad y hambre, temor e insatisfacción, así es el desierto, un espacio que el Rey David definió como “un valle de sombras y de muertes”. No resulta nada fácil “aclimatarse” a él y, tampoco, llevar allí una vida organizada, pero será inclusive muchísimo menos fácil bregar, en medio de tanta incomodidad y desencanto, por una sociedad unida en torno a su fe, a sus líderes y a sus propias familias.
Planteada la introducción al Libro, quisiéramos detenernos en tres aspectos que son, a nuestro entender, salientes:
a) El primero de ellos se refiere a un paso elemental, que ha de exigirse en todo orden social: “Llevad cómputo del (censo) de toda la comunidad de los hijos de Israel por sus familias, por sus casas paternas, por el número de sus nombres... por sus cabezas”.
Aquí se manifiesta la primera acción de “orden” y organización: una cuenta minuciosa del pueblo judío. Pero esta cuenta detallada va mucho más allá de un censo estadístico poblacional. Prestemos atención y veamos cómo cada individuo es tenido en cuenta junto a su tribu, sin que ninguno sea olvidado. Esta multitud, otrora oprimida y despersonalizada, comienza a cobrar forma y hacerse merecedora de individualidad y presencia. El esclavo se ha transformado en persona por sus propias fuerzas, por su enorme fe depositada en el Creador y su fiel servidor Moshé. Cada individuo en Israel es valorado y tiene su lugar en el seno del pueblo.
b) El segundo aspecto tiene que ver con una función y su ejercicio: “Cada uno junto a su estandarte, según las insignias de la casa paterna, acamparán los hijos de Israel, enfrente de la Tienda del Plazo acamparán”. Cada tribu es poseedora de su propia bandera, Déguel en el texto bíblico, que tiene sus propios colores, por lo que desfila ante nuestros ojos el despliegue más original y multicolor habido alguna vez en un inhóspito desierto. El estandarte le concede conciencia e identidad propias a cada tribu, a cada grupo y a la congregación. El pueblo es uno, aunque estén claramente delimitados los diferentes grupos que lo integran y todos, sin excepción, posean un valor peculiar, único, así como a todos les asista el derecho de izar sus propias banderas multicolores, tan especiales. En esto se plantea el delicado equilibrio de la relación que guarda el individuo -que tiene un incuestionable valor propio- en medio del grupo en el cual ha encontrado su espacio, su lugar; así como el de las relaciones intertribales, dado que cada tribu ocupa un lugar en el mosaico nacional del pueblo hebreo y todas ellas marchan en torno de un tercer aspecto, aglutinante y centralizador.
c) “Enfrente de la Tienda del Plazo, Ohel Moed (Santuario Móvil del Desierto), acamparán”.
La Torá del pueblo de Israel habita en medio de este singular campamento, en el que todos están en derredor de una Tienda donde la Presencia del Todopoderoso habría de manifestarse. Una unidad particularísima, en la cual todos caminan y acampan en torno a leyes morales y estamentos éticos. He aquí el trípode sobre el cual se asentaba la existencia del pueblo judío: el equilibrio social, a partir de la comprensión del individuo y de su afirmación como tal (casa paterna, nombre, etc); la afirmación del grupo como unidad, aunque convalidando y reafirmando las diferencias (estandartes, cada uno con su propio color); tener un centro en torno al que girar y poseer una dirección hacia la cual guiar la existencia. Un espacio –la Tienda-, un sentido -la Torá-, un Conductor -el Todopoderoso, pues aún en el desierto, en esos estados de vacío y aridez de nuestras vidas en los que nada parece tener algún sentido o propósito, vale la pena mantener el orden, según nos sugiere nuestra perashá, porque el orden en la vida es la vida misma.
Rab. Mordejai Maaravi. Rabino Oficial de la OLEI
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