viernes, 19 de diciembre de 2014

La opinión internacional y la derecha israelí. Por Manuel Tenenbaum


La disolución del parlamento de Israel, la convocatoria a elecciones en marzo y los primeros sondeos que anuncian una tendencia de la ciudadanía dirigida hacia los partidos más nacionalistas, ya han levantado en la opinión pública internacional comentarios denigratorios por la presunta “profundización hacia la derecha”. Como en todos los acontecimientos políticos que envuelven al Estado judío, el prejuicio brota al instante y la estigmatización es rápida. En todos los Estados democráticos, que por cierto no incluyen a los enemigos viscerales de Israel, los movimientos de los electorados en un arco amplio de opciones no llaman ninguna atención especial. Estados Unidos puede oscilar entre George W. Bush y Barack Hussein Obama; Inglaterra cambiar a Gordon Brown laborista por David Cameron conservador; desde De Gaulle la gran mayoría de los gobiernos franceses han sido de derecha; Alemania con Angela Merckel giró hace años hacia la derecha conservadora. En ningún momento estos cambios y recambios en todas las direcciones han sido cuestionados por la media, por la academia, por expertos y gurúes de todas las especies. En democracia estos procesos son naturales.

Hay un solo caso en que sondeos electorales despiertan alarma y críticas preventivas, un solo país impecablemente democrático, estructuralmente parlamentario y con un régimen de opinión, no de fuerza, que automáticamente es puesto bajo la lupa y pretendidamente descalificado por no seguir el curso que los ajenos desearían prescribirle. Es así como aumenta la mala prensa para Netanyahu, Lieberman, Bennett y sus partidos. Borrada queda la realidad de fondo: estos líderes dependen cada día de la confianza parlamentaria que traducen los diputados que los apoyan. No han usurpado nunca el más mínimo átomo de poder. Tampoco pueden gozar de mandatos indefinidos, sin término. En cualquier momento un vuelco de la opinión puede llegar a derribarlos por vías jurídicas irreprochables. En la galería histórica de dirigentes israelíes también han estado, porque el pueblo quería, David Ben Gurion, GoldaMeir, ItzchakRabin, Shimon Perez, Menachem Begin, Itzchjak Shamir, Ariel Sharon, EhudOlmert. Que desde fuera de Israel se pretenda decir que unos sí y otros no, son aceptables, es una osadía sin paralelo. A ningún otro sistema democrático en el mundo se le juzga de esta manera. La selectividad discriminatoria que entraña es la prueba de un prejuicio que acompaña a la observación de todo lo que atañe al pueblo judío.

La preferencia por la derecha nacionalista en Israel es una respuesta natural y comprensible al acoso que sufre el país en todos los años de su existencia. ¿Qué es lo que no se ha intentado para borrar a Israel del mapa de las naciones? Guerras abiertas, terrorismo permanente, atrocidades extremas, boicots económicos, marginaciones diplomáticas, agitación negativa a escala mundial, absurdidades difamatorias, igualación de sionismo con racismo. De los 193 Estados que componen la ONU, nadie se atreve a cuestionar la existencia de 192, solo la legitimidad de Israel es discutida. Qué otra respuesta se puede lógicamente esperar del pueblo israelí ante tan insólita agresividad: fortalecimiento interno, alerta constante, espíritu defensivo, nacionalismo vital. Los pueblos fuertes no se rinden, se defienden. Por otra parte el “derechista” Menachem Begin, cuando encontró un interlocutor en Sadat, no vaciló en hacer las concesiones necesarias para firmar el Tratado de Paz de 1979 con Egipto. Y el “diabólico” Ariel Sharon, en aras de la reducción de la beligerancia, se retiró de la franja de Gaza, con el único resultado de la destrucción rabiosa de la agricultura creada por los habitantes judíos y el apoderamiento por Hamas del territorio.

El nacionalismo israelí, más allá de las diferencias políticas, es una expresión común de vida y creatividad y la reacción ante la hostilidad con que sus enemigos y una parte no pequeña de la opinión pública internacional discriminan al Estado de Israel y a sus acciones. El paralelo con la persecución con que sufrieron los judíos a través de los siglos es impresionante.

Además, la acusación de “derechización” no es otra cosa que un pretexto en el arsenal propagandístico antiisraelí. Las críticas y denuestos no fueron menos agresivos para las políticas de los “izquierdistas” ItzchakRabin, ShimonPerez y Ehud Barack. El odio no se destila contra tal o cual formación política israelí; es contra el Estado judío, cuya resiliencia y capacidad de respuesta parece “atragantar” a no pocos actores y factores de la vida internacional. Las intifadas fueron contra amplias ofertas de paz.Incluso cuando se ofrecieron al enemigo concesiones altamente peligrosas para la seguridad de Israel, fueron rechazadas con el lenguaje del terror contra la población civil hebrea.

Los autoerigidos analistas de la realidad mundial pueden estar seguros, si se permiten un mínimo de objetividad, que en Israel no habrá ningún golpe de estado ni dictadura militar, ni gobierno por tiempo indefinido; que el pueblo israelí quiere convivir con vecinos pacíficos y prósperos y está dispuesto honestamente a ayudarlos, pero al mismo tiempo no bajará la guardia ni dejará de defenderse en la forma más eficaz a su alcance. Pensar con realismo es saber que Israel no es un “Estado estacional” como las potencias totalitarias solían calificar en el siglo XX a los países menores. Es un Estado sin vocación de rendirse ante presiones espurias y brutales, aunque el precio sea incurrir en el desagrado o reprobación de “biempensantes” interesados o prejuiciosos.

Cuando esta columna se estaba redactando llegó la noticia de que la justicia de la Unión Europea decidió que debe eliminarse a Hamas de la lista de organizaciones terroristas. El argumento del tribunal fue que su inclusión no había sido adecuadamente fundamentada. ¿Puede pedirse aberración mayor? Los jueces europeos no saben qué es Hamas, pero en Israel sí se sabe y tiene el efecto de reforzar el sentimiento nacional y la cohesión del pueblo frente al cinismo internacional.

Por Manuel Tenenbaum.

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