viernes, 19 de diciembre de 2014

ufganiot, latkes, churros y pop-corn. Por Jorge Rozemblum



Estamos inmersos en plena celebración de Janucá. Si nuestra cultura se basara sólo en Hollywood, muchos deberían pensar que es la fiesta más importante del calendario hebreo. Por el contrario, para un judío criado en el hemisferio sur, Janucá es un descubrimiento tardío. Una de las razones es que cae en diciembre, cuando los cursos escolares (incluidos los de las escuelas judías) ya han acabado. Casualidad o no, el verano del hemisferio norte (entre Shavuot y Rosh Hashaná) apenas incluye el ayuno de Tishá beAv entre los días a recordar. De modo que, al menos en los tiempos prehistóricos en que fui educado, el tema de Janucá se veía de prisa y corriendo las últimas semanas de estudio, eclipsado por los preparativos de la fiesta de fin de curso. A lo más que nos acercábamos era a disfrazarnos de macabeos y a comer latkes en casa de los abuelos.

Porque hay que ser sinceros: muchos de nosotros conocimos las sufganiot de mayores (en Israel) y nos ha costado lo nuestro pasar de la pasta frita de patata rallada y salada, a esa especie de donut sin agujero y relleno de dulce, lo que nos lleva a plantearnos el verdadero alcance de lo que llamamos “tradición”: ¿cuántas generaciones hace falta que pasen para que algo se convierta en una receta tradicional? En el campo de la música sefardí, por ejemplo, hay mucha gente que considera a la canción de Janucá “Ocho kandelikas” como tradicional (algunos incluso piensan que tiene la edad de la expulsión de los judíos de España) cuando en realidad es una creación tan moderna que su compositora (Flory Jagoda) aún está viva.

Volviendo al terreno gastronómico-etnológico, por ahí he leído que “los judíos de España celebran la Janucá comiendo churros”, y la verdad no me extraña ya que, como en el caso de los latkes ashkenazíes y las sufganiot israelíes, el principio es que sean unos hidratos de carbono fritos. Claro que, por esa misma regla, los estadounidenses podrían llegar a postular al pop-corn (palomitas, en España) como comida tradicional de Janucá (perdón, Hanukkah). La pregunta entonces es: ¿y dónde dice que en Janucá hay que comer fritos? ¿El aceite de la ensalada no vale como alegoría del milagro del candelabro en el Templo? ¿Sólo valen metáforas culinarias basadas en aceites vegetales o podemos incluir las grasas animales? ¿Podríamos postular a un “asadito” argentino (con carne kosher) a la categoría de comida tradicional de Janucá? 

Y una última cuestión: ¿no será que nuestra verdadera “tradición” es extraer de cada día señalado de nuestro calendario una adaptación a la buena mesa? Ejemplos abundan: celebramos la frugalidad de nuestros alimentos en el desierto después de salir de Egipto con unas comilonas sólo equiparables a las cenas de Navidad cristianas: eso sí, sin pan (con matzá). Y damos inicio al nuevo año atiborrándonos en compañía; sin olvidar los lácteos en Shavuot o los dulces en Purím. Ojo: no nos pasa sólo a nosotros. Por ejemplo, muchas de las tradiciones más populares de España son también inventos recientes y documentados, desde la fiesta de la “tomatina” a tomar las uvas al compás de las campanadas en Nochevieja. 

Cada colectivo humano crea constantemente nuevas “tradiciones”, como la de mandarles estas líneas cada viernes para desearles shabat shalom. Y en esta ocasión, también, jag sameaj.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
www.radiosefarad.com

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