miércoles, 1 de julio de 2015

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Visto desde fuera, Israel es quizás el país más sorprendente del mundo. Nunca he estado allí, pero casi todo lo que leo sobre su historia, sus instituciones y su gente me asombra. Nada tiene sentido. Es maravillosamente ilógico. Y, para un economista, apasionante.
Mucha gente recuerda a menudo que Israel es la única democracia de Oriente Medio. Y es cierto. Pero a mí siempre me ha admirado más que también sea el único país próspero de la zona. Es que no hay cómo explicarlo: ocho millones de personas, metidas en una franja de terreno más pequeña que la Comunidad Valenciana. Tipos que en su gran mayoría salieron escapando de sus países de origen con apenas un puñado de posesiones. Familias que edificaron su hogar sobre el desierto más inhóspito. Rodeados de enemigos que querían acabar con ellos y que les obligaban a un esfuerzo económico para protegerse y a una dedicación de su tiempo que desde la confortable Europa Occidental no nos podemos imaginar.
Pues bien, esta gente ya tiene un PIB per cápita superior al de España. Y no sólo eso. Son el tercer país con más compañías en el Nasdaq, sólo por detrás de EEUU y China. Poseen una de las agriculturas más modernas y competitivas del mundo. Incluso han conseguido un sólido sector servicios que es capaz de atraer talento e inversiones.
Siempre he pensado que es exactamente el ejemplo contrario a la llamada maldición del petróleo, esa tendencia de los países ricos en recursos naturales a dilapidar los bienes a su alcance. Aparentemente, Israel no tiene nada: ni petróleo, ni oro ni minerales… Es que, por no haber, hasta escasea el bien más básico, el agua. ¿Cómo lo hacen?
A responder esa pregunta, entre otras cosas, se dedican Dan Senor y Saul Singer en uno de los libros de economía más entretenidos que recuerdo. Y digo economía pero podría decirpolítica,sociedad o historia. El título, Start-Up Nation, nos puede llevar a pensar que se trata de una mera descripción del sector tecnológico israelí, quizás el segmento más sorprendente y exitoso de su economía. Pero este volumen es mucho más.
Es un retrato de una sociedad que sólo aparentemente no tiene nada. Porque en realidad posee unas cuantas cosas: orgullo, imaginación, ganas de salir adelante, atrevimiento, inteligencia, capital humano… En resumen, todo el potencial de sus ciudadanos. Vamos, ese tipo de bienes a los que normalmente nadie presta atención porque no se pueden tocar.
Por eso, leer este libro es como introducirse en una fantástica historia. Fantástica en sus dos acepciones: magnífica y difícil de creer. Porque casi hay que frotarse los ojos mientras te cuentan cómo una fábrica cumplía con sus compromisos con sus clientes en el extranjero en plena ofensiva terrorista, con cohetes cayendo a su alrededor. Y lo hacía gracias al empuje de sus trabajadores, que sólo abandonaban sus puestos para acudir al frente.
Para alguien crecido en una sociedad como la española, resulta igualmente difícil de imaginar cómo es ese ejército, en el que se mezclan sin ningún reparo directivos de multinacionales y los más modestos obreros. Una organización militar que es también una de las claves de la prosperidad del país, pues promueve contactos entre gente que nunca se habría conocido de otra manera. Y que permite que un chaval de 22 años de Tel Aviv se haya enfrentado a decisiones más comprometidas y delicadas (verdaderamente, de vida o muerte) que cualquiera de sus pares en Nueva York o Londres.
Todo esto, por no hablar del papel de sus inmigrantes. Esos desheredados que han ido llegando a sus costas en las últimas siete décadas simplemente en busca de un hogar. Sin nada. Con mucha esperanza y poco dinero.
Todo esto lo cuentan Senor y Singer. Y uno llega a la conclusión de que todas esas preguntas que se hacía al comenzar la lectura del libro empiezan a cobrar sentido. En España, cuando hablamos de empresarios (o emprendedores, esa palabra tan de moda), lo que se pide es atrevimiento, imaginación, atracción por el riesgo o capacidad para salirse de las soluciones convencionales. Háblele de eso a un tipo que ha guardado un puesto fronterizo ante Hezbolá. O a un hijo de un superviviente del Holocausto, que llegó solo en el año 48 a una tierra desconocida. O al habitante de una granja que se ha inventado (casi literalmente) el agua con que regar su huerto. ¿Montar una empresa? ¡Venga ya! Eso es lo más fácil, seguro y cómodo que han hecho en sus vidas.
Israel tiene dos cosas para haberse convertido en una Start-Up Nation, una mentalidad orientada a la consecución de objetivos y la aceptación cultural de la necesidad de asumir nuevos retos.
Dan Senor y Paul Singe
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