AJN.- El rabino recibió y contuvo a los familiares de los detenidos-desaparecidos judíos durante el régimen militar, salvó “a las personas que pudo” y “se jugó” por los derechos humanos “sin medir riesgos”. Su mujer Naomi, compañeros y discípulos reconocieron con admiración al religioso, único de su credo que integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) que investigó los crímenes de la época.
Salvó a todas las personas que pudo, que fueron muchos”. Desde Nueva York, a 32 años del último golpe de Estado que sufrió la Argentina, llegó el recuerdo de Marshall Meyer, el rabino estadounidense que durante la última dictadura militar visitó cárceles, propició la salida de opositores y recibió a cientos de familiares de los judíos secuestrados y desaparecidos.
“Se arriesgó y se jugó por los derechos humanos, salvando a los que le fue posible”, rememoró su esposa Naomi en declaraciones a la Agencia Judía de Noticias (AJN).
También destacaron el rol que tuvo el religioso en la época más sangrienta del país Herman Schiller, co-fundador junto a Meyer del Movimiento Judío por los Derechos Humanos (MJDH); el rabino Daniel Goldman; el historiador argentino-israelí Efraim Zadoff; y el consultor del Comité Judío Americano (AJC), Jacobo Kovadloff.
Meyer llegó a Buenos Aires junto a su mujer en 1959, cuando tenía 29 años. Fundó el Seminario Rabínico Latinoamericano en 1962 y la comunidad Bet El en 1963. El 24 de marzo de 1976 la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón y tomó el poder.
Desde ese momento, y durante más de siete años, el país vivió los años “del terror”, que dejaron un saldo de 30.000 desaparecidos. De esa cifra se calcula que entre 1.800 y 2.000 eran judíos.
En aquel tiempo, cuando el “silencio” fue la actitud tomada por las instituciones centrales de la comunidad judía y buena parte de la sociedad argentina, Meyer “se arriesgó y se jugó por los derechos humanos, salvando a todas las personas que le fue posible”, expresó su esposa Naomi.
“Éramos distintos en muchos aspectos. Él tenía una formación religiosa y yo una laica y de izquierda, pero nos unió el deseo mutuo de luchar contra la dictadura desde la identidad judía”, expresó Schiller, quien recordó a su compañero en el MJDH con “cariño y admiración, porque no hubo desde entonces otro rabino que supiera arriesgar sin ser calculador ni medir las consecuencias”.
Schiller, periodista y creador en 1977 del semanario Nueva Presencia, remarcó que tanto él como Meyer, uno desde su revista y otro desde sus prédicas en el templo, libraron una “lucha doble” por los derechos humanos: contra las violaciones de la dictadura y contra el frente interno, “que se opuso a la denuncia pública porque decía que se ponía en riesgo la seguridad de la comunidad”.
Naomi, por su parte, hizo referencia a los “muchos seres humanos” que auxilió su esposo sin un rol oficial, a través de visitas a las cárceles, contacto con autoridades de la Embajada de Estados Unidos y la Agencia Judía para Israel (Sojnut).
Zadoff elogió la labor de Meyer durante “los años de plomo” como “uno de lo únicos líderes espirituales que se jugó para visitar, junto con su colega Roberto Graetz, a los judíos en las cárceles”.
“Ellos fueron un seguro de vida para los presos judíos”, sostuvo en diálogo con esta agencia, y agregó que tanto desde el MJDH y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) dio “respuestas en un marco de incertidumbre e hizo todo lo que estuvo a su alcance”.
También Goldman, miembro de la APDH y seguidor del fundador del Movimiento Conservador en el país, lo reivindicó como “uno de los pocos” casos excepcionales que, junto a Graetz, “estuvo a la altura de las circunstancias y abrió las puertas a familias judías donde desaparecieron miembros”.
Kovadloff, asesor del AJC en temas de América Latina, destacó “el éxito y la nobleza que todo el mundo le reconoce en la continuación del trabajo empezado por Graetz”.
Finalizada la dictadura, Meyer integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), creada por el entonces presidente Raúl Alfonsín para investigar la actuación de los militares.
“Fue un reconocimiento de la democracia por su desempeño”, opinó Zadoff.
Naomi Meyer recordó que el trabajo de su marido fue “muy duro” porque “era difícil” escuchar los testimonios de las víctimas del terrorismo de estado.
“Lamentablemente los malos ganan pero hay mucha gente que hoy trabaja por los derechos humanos”, reflexionó desde Nueva York, donde su marido murió por un cáncer de páncreas en 1993.
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