lunes, 23 de marzo de 2009

La ceguera de la venganza


En los tribunales de Irán, una mujer vale la mitad que un hombre. Ella sólo puede pedir cegarlo de un ojo. Pero si paga 20.000 euros, puede ejecutar la sentencia al completo. "Muchos quieren pagar", dice Ameneh
Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego", le digo, recordando la mítica frase de Gandhi. Y ella me responde calmadamente, mirándome desde la opacidad de sus gafas inútiles: "De acuerdo, los dos ciegos". La tengo delante, su joven vida destrozada para siempre, su belleza de antaño, arrancada a tirones de ácido, sus esperanzas de universitaria brillante, quebradas en la obsesión de un enamorado enloquecido. Me mira y, sin verme, ve mi incomprensión, mi distancia a pesar de mi solidaridad, mi incredulidad. Y entonces me espeta, sacándose las gafas que esconden el vacío inmenso de su ceguera: "Si esto que me ha hecho se lo hubiera hecho a tu hija, ¿no querrías sacarle los ojos? Coger los ojos", dice en el incipiente castellano que habla.
Y entonces continúa, asegurando que no quiere venganza, que las cinco gotas de ácido en cada ojo, como castigo contra el agresor, serán para que nunca vuelva a hacer lo mismo a otra joven, que en Irán los agresores de mujeres están muy poco en la cárcel, que la única sentencia definitiva es la que ha pedido. "No venganza", repite, y enseña las quemaduras del cuerpo, el único ojo de cristal, la otra cuenca desaparecida, el agujero negro de su dolor. En el plató de TV3, donde hacemos la entrevista, reina un pesado silencio. ¿Qué deben de pensar mis compañeros? Porque en esa sala, escuchando la serenidad de Ameneh Bahrami mientras relata su petición, todo parece tener sentido. Si la ley del talión sirve para evitar un mal mayor, ¿por qué no dejarlo ciego? Y entonces conocemos más detalles, a cual más brutal. En los tribunales de Irán, una mujer vale la mitad que un hombre. Ella sólo puede pedir cegarlo de un ojo. Pero si paga 20.000 euros, puede ejecutar la sentencia al completo. "Muchos quieren pagar", dice Ameneh, pero no hará falta, porque finalmente el juez ha sido comprensivo con su petición y permitirá la ejecución completa. Si no le permiten tirar el ácido a ella ("yo puedo, palpando sus ojos, puedo"), lo hará cualquier voluntario de los muchos que se han presentado. La familia de Majad Moyahedi ha ofrecido dinero a Ameneh para salvar, como mínimo, un ojo del agresor, pero ella se mantiene inflexible. "No dinero. Coger los dos ojos". Y así, si nada lo impide, próximamente se ejecutará la sentencia que el pasado 26 de noviembre dictó el juez Aziz Mohamandi, en la sección 71 del juzgado penal de Teherán. Antes de recibir las gotas de ácido en cada ojo, el hombre será anestesiado. "Yo no tuve esa suerte", apostilla Ameneh.
Si la palabra tuviera capacidad de mostrar los silencios, este sería uno de ellos. Respiro y callo. Y lentamente va fluyendo un intento de reflexión. La ley del talión bíblica, que inspira la sentencia que ha validado el tribunal iraní, no nació con este fin. Muy al contrario, ya pesar de su mala fama, el ojo por ojo implicaba un temprano deseo de proporcionalidad, una voluntad inequívoca de acabar con la ley de la selva. Si ha robado, no lo mates, si te ha quitado un ojo, no le quites los dos, y así, en gradual proceso, hasta la ley moderna. Aplicado hace más de dos mil años, su objetivo era la justicia. Aplicado en pleno siglo XXI, su única finalidad es la venganza. Es decir, la ley del talión bíblica era civilizada. La que actualmente aplican en algunos países islámicos es bárbara.
Más allá de la necesaria comprensión con el dolor de Ameneh, la clave está en que su dolor decida el castigo. Es decir, que la víctima sea quien ejerza la justicia, porque entonces se acaba el imperio de la ley. El problema, por supuesto, no está en el deseo de Ameneh Bahrami de cegar al agresor, sino en una sociedad enferma que crea las condiciones para llegar, finalmente, a este brutal resultado: discrimina a la mujer, hasta reducirla a la mitad del valor de un hombre; crea miles de leyes que la esclavizan; inspira en el hombre una convicción inequívoca de poder y prepotencia, y cuando finalmente se produce una agresión, permite, sin depuración, la aplicación de un principio arcaico. El odio contra el odio, el ácido contra el ácido, y por el camino de la venganza, la negación definitiva de la civilización. Ameneh no tiene ojos. Pero es Irán quien está ciego.

Pilar Rahola

La Vanguardia. Barcelona.

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