jueves, 16 de enero de 2014

Alqaedistán en Faluya

Fuente: World Affairs Journal- Traducido por Revista El Med.io 9/1/14 por Michael Totten Puede que el resurgir benladenista en Irak no sea más que algo pasajero. Pero también podría tratase del comienzo de una nueva historia de terror en Oriente Medio. Pasé más tiempo del que hubiera querido con soldados norteamericanos e iraquíes en Faluya, Ramadi y Bagdad durante la guerra, hablé con decenas (incluso cientos) de personas de allí durante ese tiempo, y las características más destacadas del Ejército iraquí por aquel entonces eran una extraordinaria incompetencia sumada a una extraordinaria mejoría. Estamos a punto de descubrir cuál de dichas características se impone. No obstante, seamos totalmente claros en una cosa: el odio a Al Qaeda que existe en Irak está al rojo vivo, incluso en las zonas suníes que, teóricamente, forman sus bases. No es algo que debiera resultar difícil de creer. Los esbirros mesopotámicos de Ben Laden asesinaron a bastantes más iraquíes que a cuantos jamás pudieran imaginar matar en Nueva York y Washington. Disparaban a la gente por fumar. Torturaban hasta la muerte. Amenazaban con ejecutar a vendedores de verdura que ponían juntos pepinos y tomates (se supone que esos vegetales son de géneros distintos). Pero eso era cuando las tiendas aun estaban abiertas. Justo unos meses antes de que yo llegara a Ramadi, en 2007, Al Qaeda arrasó la ciudad de tal forma que su actividad económica dejó de existir, era cero. Nada funcionaba, nada estaba abierto. Los cables de la electricidad estaban muertos, el agua no salía del fregadero, la recogida de basuras era cosa del pasado. La vida misma era casi cosa del pasado. Al Qaeda ni siquiera intentaba gobernar los lugares de los que se adueñaba; no eran más que psicópatas desbocados en un apocalipsis local. Puede que el islam político tenga siempre un pequeño número natural de partidarios en el mundo musulmán, o incluso uno grande, pero el totalitarismo de Al Qaeda está en otra dimensión. No sólo está en guerra con Occidente y con la minoría chií de la región, sino con la sociedad árabe suní que la produjo. Un agente de policía de la zona de Faluya me lo explicó así hace cuatro años: Cuando te unes a la organización de Al Qaeda, lo primero que tienes que hacer es apartar a los padres de tu mente; tu padre y tu madre deben estar ausentes de tu pensamiento. No puede haber nada más; sólo Al Qaeda. Tus hijos, tu mujer, tu familia, tus padres, tus creencias, todo eso debe ir fuera. Sólo entonces puedes alistarte en la organización. Si uno de sus oficiales te da la orden de que mates a tu padre, lo tienes que hacer. A tu padre, a tu madre, a tu vecino, no importa a quién. Es una cuestión de adoctrinamiento político por parte de la propia organización. Al Qaeda no es tanto un movimiento basado en la fe como un culto político totalitario. Es una rama extrema de los Hermanos Musulmanes, pero tiene más en común con el desquiciado Sendero Luminoso peruano que con su organización matriz. Los suníes de Faluya, Ramadi y de sus alrededores recibieron inicialmente a Al Qaeda como si fuera quien los liberaba de los ocupantes norteamericanos, pero la abrumadora mayoría se pasó al bando estadounidense en cuanto cayó la careta. La historia del jeque Yasim, que ayudó a forjar la alianza entre iraquíes y norteamericanos en Ramadi y que fue duramente castigado por ello, es típica. Un teniente del Ejército norteamericano me contó por aquel entonces: Al Qaeda dijo que le destruiría si se entrometía en su camino. Él les vio el farol y entonces ellos le putearon a base de bien; lanzaron un ataque masivo contra su zona. Se armó un pandemónium. Incendiaron casas. Arrastraron a gente con camionetas por las calles. Un chaval de por allí entró en la ciudad y Al Qaeda lo secuestró, lo torturó y envió su cabeza dentro de una caja. El chico muerto sólo tenía dieciséis años. Entonces, los iraquíes enviaron incluso a niños de nueve años para que actuaran como vigilantes de barrio. Les pintaron la cara y de todo. Pese a ello, Al Qaeda ha tomado Faluya en tres ocasiones, dos de ellas en las narices de los militares estadounidenses, y otra más este mes, tras reforzar su poder regional en la guerra siria. Es una vieja historia. Las minorías ideológicas han logrado hacerse con el poder de forma violenta en todo el mundo, e imponer un dominio tiránico sobre la mayoría. Ocurrió en el siglo XX en Rusia, Irán, Alemania, Camboya, Siria, Cuba… y en muchos sitios más. Y está ocurriendo en el siglo XXI en zonas de Oriente Medio y de África, ahora, por parte de Al Qaeda. Los talibanes están haciendo lo mismo en Afganistán. A quienes hemos crecido en sociedades democráticas nos cuesta creer que esto sea posible, pero sucede, y no hay mucho que podamos hacer al respecto. Sí, claro que los militares estadounidenses pueden expulsar a Al Qaeda de una determinada localización, sin problema. Yo mismo lo he visto, y escribí ampliamente sobre ello en mi libro In the Wake of the Surge. Pero la guerra terrorista y de guerrillas agota tantas ventajas, incluso a superpotencias convencionales, que la victoria siempre es costosa y, en ocasiones, sólo es temporal. Al Qaeda tiene un escenario tan amplio en el que actuar, que la contrainsurgencia es como un juego de Dale al topo a escala mundial. ¿Que nos expulsan de Afganistán? ¡Vamos a Irak! ¿Derrotados por los norteamericanos en Irak? ¡Nos pasamos a Mali! ¿Que los franceses nos echan de Mali? ¡Vamos a Libia! Es como usar radiación y quimioterapia contra un cáncer que no deja de metastatizarse. Me encantaría poder decir que deberíamos hacer x, y, z, y que entonces Al Qaeda, finalmente, dejaría de existir, pero no hay x, y, z. Puede que el mundo tenga que esperar para que esta plaga se extinga sola, como ocurrió con el comunismo en Europa. Eso no significa en absoluto que, mientras tanto, no debamos hacer nada; no nos quedamos sentados, pasivos, hasta que los soviéticos se autodestruyeron. Pero nuestras opciones son limitadas y, seguramente, llevará décadas.