jueves, 23 de enero de 2014

La hoja de ruta del régimen egipcio

Fuente: El Med.io 20/1/14 Por José María Marco El referéndum constitucional que acaba de celebrarse en Egipto no era un referéndum completamente democrático, al estar prohibida cualquier manifestación que incitara al voto negativo. Tampoco era, sin embargo, uno de esos referéndums propios de las dictaduras en los que todo está jugado de antemano y los resultados de la votación vienen tan sólo a corroborar la posición de la autoridad que lo convoca. El referéndum era sobre todo la manifestación de una elección entre, por una parte, los Hermanos Musulmanes y, por otra, el Ejército, que, como es bien sabido, expulsó a Morsi del gobierno y ha declarado ilegal y perseguido la organización de los Hermanos Musulmanes. También ha promocionado una Constitución más pluralista que la que promulgaron los islamistas pero que garantiza al Ejército una autonomía excepcional ante cualquier otro de los poderes del Estado. Resulta bastante fácil criticar el proceso que ha llevado al nuevo texto constitucional, como ha hecho John Kerry (aunque eso no impedirá la continuación de la ayuda militar norteamericana a Egipto). Aun así, y sea lo que sea lo que se piense de él, hay que tener en cuenta que parte de un hecho nuevo. Los Hermanos Musulmanes tuvieron la oportunidad de gobernar democráticamente un país estratégico y la echaron a perder al intentar la islamización de la sociedad. Ha quedado demostrado que los Hermanos Musulmanes no son una organización política que acepte las reglas de la democracia, de la alternancia y del pluralismo. Que muchos lo supiéramos antes no quiere decir que la demostración no fuera, al parecer, menos necesaria. Por eso eran importantes los resultados del referéndum. Como querían los militares, han proporcionado a la nueva Constitución un apoyo superior al que obtuvo la Constitución islámica de 2012. Lo que estos datos muestran es, en primer lugar, un país dividido e incluso enfrentado en dos grandes opciones. Ahora bien, esas dos opciones no son iguales, ni simétricas. En una de ellas están quienes respaldan a un partido antipluralista. Detrás de la otra hay una coalición muy variada, desde los nostálgicos de Mubarak, que han visto en el referéndum la ocasión de reivindicar al caudillo, hasta algunos de los jóvenes de clase media que protagonizaron la rebelión de la primavera, o los coptos, cuyo patriarca Teodoro II ha decidido –sin el respaldo de toda su comunidad religiosa– apoyar el nuevo texto constitucional. También respaldan la nueva Constitución los representantes de la Universidad Al Azhar e incluso los salafistas de Al Nur. El general Al Sisi, el nuevo hombre fuerte de Egipto, con una popularidad considerable entre sus compatriotas, se enfrenta por tanto a un proceso que va a tener algunas grandes piedras de toque: no perder el apoyo de Estados Unidos (lo que conlleva una relación especial con Israel), la capacidad para mejorar la situación económica, que es la base del progreso –también político– en cualquier país de mayoría musulmana, y preservar y si fuera posible ampliar, con los desencantados de estos años, la coalición social y política que le apoya. Mantener que la prueba de la evolución de Egipto hacia la democracia depende de la tolerancia hacia los Hermanos Musulmanes no tiene sentido.