viernes, 31 de enero de 2014

Gotas del corazón

Parasha TERUMÁ BHN”V De acuerdo a nuestros maestros -de bendita memoria- la presente perashá fue dicha luego de Iom HaKipurim, el solemne día en que el pueblo de Israel hubo de reconciliarse con Su Padre Celestial y el perdón alcanzó a cada uno y uno de sus integrantes. “Terumat haMishcán haitá letaken jet haeguel...”, afirma el autor de Atsé Lebanon: la ofrenda para erigir el Santuario Móvil del desierto fue elevada para corregir el pecado ocasionado por la construcción del becerro de oro. Nuestra Torá da lugar a la reparación. Todo pecado conlleva, por cierto, su castigo pero, una vez producido, deberá trazarse también el sendero del retorno, la reparación espiritual de la cual hablamos. Nada más apropiado que disponer del oro, la plata, el bronce y los otros implementos materiales que son ponderados por sus poseedores para hacer de ellos una Terumá. ¿Qué significa, querido lector, esta palabra, que lleva la reparación en su contenido tan singular? Para Rashí, la palabra Terumá significa Hafrashá, es decir, separar, disponer de algo que me pertenece: “Iafrishu Lí mi-mamonam nedabá”. Rashí sugiere que el Todopoderoso pide a Moshé que el pueblo judío “separe para Mí, de su peculio, una dádiva”. Nuestra primera aproximación nos enuncia, por lo tanto, que la capacidad de dar, tanto la del individuo como la del pueblo, deben permanecer intactas, aunque ahora ese dar debe ser dirigido a D’s. ¡Si será necesario captar la diferencia! Esto quiere decir que, si antes pudieron dar de su oro para un becerro, ahora deberán dar algo de sus posesiones materiales, pero con un objetivo claro y con un sentido de veneración y dignidad. Tal como afirma el comentarista, al explicar el principio de esta sección, las palabras “Veikeju Lí Terumá...”, “Tomarán para Mí una Terumá”: Lí quiere decir: LiShmí, En Mi Nombre. Para el Rab Hirsch ZTS”L, la realidad gramatical de Terumá nos hace conjugar el verbo Rum, que nos invita a “elevarnos y ascender hacia Lo Alto”, por lo que podemos deducir -como define con singular grandeza este autor: “...ser llevado hacia lo alto y distinguido a fin de alcanzar un objetivo elevado”. Cabe inferir que no solo se nos pide dar de lo que es nuestro, saber dirigir nuestro dar sino que, a partir de ello, también nuestra condición de Terumá nos eleve y distinga del resto. En esta definición está en juego algo más que el destino de nuestro dinero. La perashá presentará, tal vez, lo más atípico que pueda acontecer a un pueblo que transcurre su tiempo de liberación por el árido y desolado desierto: construir un espacio para el Creador, aquello que el Midrash aseveraba era el mayor deseo de D’s desde el tiempo del Bereshit: “Dirá ba-Tajtonim...”, es decir: “Una habitación entre los hombres”. De ahí que la perashá “Terumá” llegue, en el tiempo, después de Iom haKipurim. Porque ese día trajo consigo el perdón: “Salajti Kidvareja”, “He perdonado de acuerdo a como me los has pedido” le dice el Todopoderoso a Moshé. Cuando hay perdón, hay posibilidad de reparar, de unir y acortar las brechas; y es entonces, precisamente, cuando a Am Israel se le pide hacer y, mediante el hacer, elevarse, es decir dignificarse por tener un objetivo, ascender en su destino por poseer un propósito, una propuesta de vida. La Terumá eleva porque lleva a construir un Mishcán, un asiento para la Divinidad. Nos hace transformar en hechos las palabras del profeta Isaías que, cada mes, anuncia al pueblo judío: “Ha-Shamáim kisí veha-Arets hadom raglai...”, “Los Cielos son Mi asiento, y la tierra el espaldar de mis piernas...”. Al comienzo mismo de nuestra perashá arribará lo sublime: “Ve-asú Lí Mikdash, ve- Shajantí be-tojam...”, se nos pedirá erigir un Santuario, a fin de que D’s habite en medio de cada uno de nosotros. Y ahora podrá comprender, querido lector, que el puente entre Rashí y Rab Hirsch se construye no únicamente con palabras sino a partir del sentido que ellas tienen: separar para distinguir y, de ese modo, comprender cómo, a partir de dar de lo que poseo, puedo también elevarme. El propósito de toda nuestra Torá es hacernos comprender que todo cuanto poseemos será nuestro en la medida en que podamos elevarnos, con ello y por ello, hacia una meta, un ideal. Y nuestra perashá, en su lección acerca del dar, enseña que primero debo elegir dar, por decisión personal de mi buena y mejor voluntad. Es por esto que la expresión que se utiliza es: “Ve-Ikejú Lí terumá...”, “Tomarán para Mí una terumá”, y que no se nos dice “Y darán...” (Ve-natenú); porque tomar algo implica “mi iniciativa libre y decisión personal”. No habrá ninguna compulsión a la hora de edificar para el Cielo. ¡Curiosa advertencia de nuestra Torá! Podemos imaginar ahora lo ocurrido en el episodio del becerro de oro y porqué la compulsión, la ceguera, la humillación y la degradación acompañan todo acto idolátrico. En ese caso también hay oro y piedras preciosas, pero se carece, en cualquier sentido, de elevación y distinción. “Me-et col ish asher iddebénnu libó...”, “de todo hombre cuyo corazón desee dar...”. Empobrecemos el sentido profundo de la palabra Iddebennu al traducirla como “dar”. ¿Qué significado singular posee? Rab Hirsch nos instruye: “de la raíz hebraica NaDaB, cercana a NaTaF, salir desde el interior gota a gota... y de aquí en la metáfora: expresar pensamientos, o sea, despertar en el prójimo la capacidad de elevar una terumá...” Cuando se impone “dar” = elevar (y elevarse) para el Santo bendito Él (y Su Santuario), la minúscula gota emergida de nuestras profundidades inaugura un mar de bondad y bienestar. Mares que invitan a sumergirnos en la plenitud de nuestra condición judía y humana. Rab Mordejai Maaravi Rab oficial de la OLEI