sábado, 25 de enero de 2014

¿Busca Estados Unidos un equilibrio árabe-iraní?

Fuente: Now- Traducido por El Med.io por Hussein Ibish 24/1/14 Es evidente que la política norteamericana en Oriente Medio ha ido evolucionando, pero no está tan claro en qué dirección lo ha hecho. Por tanto, los analistas han estado leyendo concienzudamente entre líneas lo que la Administración Obama, con su aversión al riesgo, ha estado haciendo y diciendo, para intentar sacar en claro cuál es la nueva visión estratégica norteamericana para la región. Tanto la Administración como el país en general parecen estar dispuestos a reducir la huella estadounidense en Oriente Medio en favor de otras prioridades. Sin embargo, la extensión de esa reducción y, lo que es más importante, con qué se pretende reemplazarla, no han quedado claros en absoluto. Estas cuestiones se volvieron urgentes tras la ruptura norteamericana con los rebeldes sirios y la adopción del plan de eliminación de armas químicas, y aún más cuando Estados Unidos condujo a la comunidad internacional a un acuerdo provisional con Irán respecto a su programa nuclear. Pero, aún así, estas acciones sólo daban una pista de hacia dónde puede ir encaminada la estrategia norteamericana, y suscitaron más preguntas de las que respondían. El presidente Barack Obama ha comenzado a explicar, con sus propias palabras, cuáles son, para su Administración, las nuevas metas y posturas de la política estratégica estadounidense. Y no van a gustarles a todos. Con una visión general del estado actual de la presidencia de Obama, David Remnick ha ofrecido una de las primeras muestras de una explicación clara de hacia dónde puede dirigirse la estrategia general estadounidense en la región, o, al menos, de hacia dónde quiere la Administración que se dirija. Remnick cita a Obama, el cual dice, sin rodeos: “Si pudiéramos conseguir que Irán actuase de forma responsable (…) podríamos ver que se desarrollaría un equilibrio entre los Estados suníes, o mayoritariamente suníes, del Golfo e Irán, en el cual habría competencia, y puede que sospechas, pero no una guerra activa o por poderes”. Esa visión no va a calmar las sospechas de quienes se preocupan por la seguridad del Golfo Pérsico. En diciembre especulé con que “un escenario plausible, aunque seguiría siendo alarmante desde el punto de vista árabe, es que Estados Unidos esté tratando de crear un equilibrio de poderes entre el equivalente a unas alianzas regionales suní y chií. Según esta lógica, tal equilibrio permitiría que Estados Unidos comenzara a disminuir su presencia en la región y se concentrara en el tan cacareado ‘giro hacia Asia’”. Hay quien ha sugerido que los norteamericanos están barajando la idea de un acuerdo entre poderes para garantizar la seguridad del Golfo. Otros han especulado que, sin una gran fuerza estadounidense en la región, en el ínterin sólo Irán puede proteger las vitales rutas comerciales marítimas, lo que explica el posible acercamiento entre Washington y Teherán. Sin embargo, el énfasis de Obama en un equilibrio regional -justamente el mismo término que yo empleé para describir la posible fórmula mediante la cual Estados Unidos podría intentar reducir su papel al tiempo que evitaba un caos mayor- resulta altamente sugestivo. El presidente no dice directamente que Norteamérica esté buscando tal equilibrio, pero podría parecer que lo deja implícito. Además, la idea de Obama de que el objetivo es lograr que Irán actúe de forma responsable no sólo sugiere un fin del mal comportamiento de Teherán, sino que, potencialmente, a Irán se le podrían encomendar responsabilidades clave. Lo cual no significa que Estados Unidos considere a Irán un potencial aliado o un nuevo socio, como algunos han predicho. Pero parece sugerir que, si Irán modificara su comportamiento respecto a las armas nucleares y a la financiación de organizaciones terroristas, podría y, quizá, incluso debería, considerársele un legítimo actor regional, con un papel protagonista a desempeñar en materia de seguridad basada en un equilibrio suní-chií. Resulta difícil no extrapolar a partir de aquí la idea de una política iraní en consonancia, y no en disonancia, con el statu quo regional. Para ello, seguramente Teherán exigiría su propia esfera de influencia, reconocida tácitamente: una especie de creciente chií que comenzara en el sur de Afganistán y se extendiera hasta el sur del Líbano. Y, por supuesto, la pieza central de semejante eje sería Siria, si no con el actual régimen, precisamente, al menos bajo hegemonía general iraní. Por tanto, la idea no sólo de un acercamiento a Irán, sino del desarrollo de un equilibrio regional sectario, podría contribuir a explicar la actitud por lo demás cada vez más pasiva y contradictoria de Estados Unidos respecto a Siria. Quienes nos hemos temido que los políticos estadounidenses hayan llegado a considerar que las cuestiones relativas a Siria son un apartado del expediente iraní nos sentiremos preocupados por las potenciales implicaciones de los comentarios de Obama a Remnick. Pero no hay que sobreestimar nada de esto; los comentarios de Obama pueden haber sido extemporáneos o haber sido sacados de contexto, y son tan breves y superficiales que pueden malinterpretarse fácilmente. Pero, dado que éste es, que yo sepa, el primer intento serio por parte de un alto cargo de la Administración de explicar públicamente cuál puede ser la incipiente visión estadounidense de un nuevo orden regional en Oriente Medio, algunas explicaciones y palabras tranquilizadoras adicionales serían muy sensatas, aparte de bienvenidas.