domingo, 19 de enero de 2014

Ariel Sharón y Nelson Mandela, vidas paralelas

Fuente: El Med.io 14/1/14 Por Santiago Navajas Acaban de morir dos de los hombres más relevantes del siglo XX. Aparentemente en los antípodas, Nelson Mandela ha fallecido en olor de santidad laica mientras que de Ariel Sharón se menciona, en el mejor de los casos y salvo excepciones (como la de Eli Cohen), que tuvo luces y sombras en el apoteosis de la trivialidad. Ambos, sin embargo, son la cara y la cruz de una misma moneda que tiene en su canto escrito la defensa de un pueblo perseguido, la construcción de una nación y el compromiso con una democracia liberal. Sudáfrica e Israel no existirían tal y como hoy los conocemos, dos países democráticos orientados hacia un futuro de progreso y arraigados en una tradición que les da identidad, sin la fuerza revolucionaria de ambos hombres, que se jugaron la vida en la defensa de unos valores superiores como son la supervivencia, en primer lugar, y la libertad política, como primera derivada. El término medio de la valoración de ambos líderes, sin el maniqueísmo habitual de la demonización del israelí y la beatificación del sudafricano, pasa por la consideración realista de que los grandes estadistas se mueven en la delgada línea roja que, por ejemplo, analizó Steven Spielberg respecto de Abraham Lincoln. En Europa estamos tan sumidos en los valores pequeñoburgueses de unas democracias mantenidas sin esfuerzo (lejos quedan los ejemplos de Winston Churchill o Charles de Gaulle) que cuando aparece una figura de la talla de Margaret Thatcher o Angela Merkel inmediatamente aparecen comparaciones en la senda de la Ley de Goodwin. Ya lo había advertido Nietzsche: los superhombres son a la vez dulces y despiadados. Y no sólo no han de ser arios sino que, en el colmo de la paradoja, pueden ser judíos o negros. En el caso de Sharón y Mandela, ambos recurrieron a la violencia en situaciones extremas y trágicas. Y seguramente no se caían nada bien, dado el antisionismo de Mandela y su sintonía con los regímenes dictatoriales comunistas a fuer de antiisraelíes (el obituario del nazi-comunista Fidel Castro sobre el líder sudafricano lo deja bien claro). Los postmodernos enemigos de la verdad y la veracidad han mejorado lo de repetir una mentira hasta que pase por ser certeza: la estrategia ahora consiste en difuminar las fronteras entre lo verdadero y lo falso. O repartir premios y consignas que sustituyen al pensamiento y los conceptos. A Barack Obama le dieron el Premio Nobel de la Paz antes de que hubiera hecho nada para merecerlo (de facto se convirtió en la mejor tapadera para justificar su política de asesinatos preventivos vía drones); también se lo dieron a Nelson Mandela, lo que no estuvo nada mal si no fuese porque el precio fue silenciar absolutamente su pasado terrorista. A Mandela se le ha elevado al altar laico de la “gran autoridad moral” pero sin mencionar ni de refilón su pasado tenebroso. Todo lo contrario sucede con Ariel Sharón, sometido a una campaña de descrédito desde hace tiempo que pasa por el antisemitismo más vulgar y que llevó a islamistas como Tariq Ramadan a pedir no el Nobel de la Paz para el israelí, claro está, sino la Corte Penal Internacional. Las vidas paralelas de Mandela y Sharón, pese a quien pese, muestran que la frontera entre héroe y carnicero es ambigua y difusa. Y tan afilada como el filo de una navaja. Andar sobre ella exige un buen sentido del equilibrio conceptual, de valentía moral y de finezza política. Desde aquí nuestro más sentido pésame por la muerte de ambos mandatarios. Necesitamos más líderes como ellos, “blandos con las espigas y duros con las espuelas”, comprometidos con el sueño colectivo de libertad de sus naciones, aunque sean ellos los que tengan que soportar de manera privada sus pesadillas.