martes, 14 de enero de 2014
El último rugido del león
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Fuente: The Weekly Standard- Traducido por El Med.io
por Lee Smith
13/1/14
Los obituarios del ex primer ministro israelí Ariel Sharón abordan prácticamente cada una de las facetas y características (desde el valor físico, la visión militar y la sensatez política hasta el sentido del humor, lo afectuoso que era y su portentoso apetito) del casi legendario hombre de Estado y soldado fallecido el pasado sábado a la edad de 85 años. La suya fue una de las vidas ejemplares del siglo XX, y la última de la generación que fundó Israel, que, no obstante, comprendía lo mucho que quedaba por hacer. Por ejemplo, en el obituario del New York Times, Ethan Bronner cita al exprimer ministro en una entrevista para Haaretz de abril de 2001:
La guerra de independencia no ha terminado (…) El final del conflicto llegará sólo cuando el mundo árabe reconozca el derecho innato del pueblo judío a establecer un Estado judío independiente en Oriente Medio. Y dicho reconocimiento aún no se ha producido.
Entre las semblanzas destacables de Sharón se cuenta la que Benny Morris escribe para Tablet, donde también aparece una breve entrevista con el exasistente del difunto, Ranaan Gissin. El Times of Israel publica un consistente resumen de su carrera, mientras que Benjamin Kerstein, en The Tower, explica cómo Israel vivirá mucho tiempo bajo la sombra que Sharón proyecta sobre el país. Tom Gross realiza una exhaustiva síntesis en su página web Mideast Dispatch, y Jeffrey Goldberg escribe sobre las diversas visitas que rindió al ex primer ministro a lo largo de los años. “En una ocasión capturamos un barco de pesca libanés”, le contó Sharón a Goldberg. “Lo llenamos de comida y periódicos libaneses y metimos en él a soldados nuestros disfrazados de árabes y que hablaban árabe. Desembarcaron en la playa de Gaza y los palestinos los escondieron. Pensaron que eran de los suyos, fugitivos. Y nosotros mismos los perseguimos, haciendo creer que eran terroristas buscados. Los palestinos se los llevaron para reunirse con un importante grupo de terroristas en el norte del distrito de Gaza. Y cuando se encontraron con ellos nuestros soldados los mataron. Luego fueron evacuados de la Franja. Hay que idear cosas como ésa; hay que ser creativo.
El expolítico estadounidense Robert Danin, ahora miembro del Council of Foreign Relations, recuerda: “[Sharón] iniciaba cada una de las reuniones con representantes estadounidenses a las que asistí con un saludo que siempre me hacía reír: ‘Sean bienvenidos, en general’”. Danin escribe que el saludo de Sharón no sólo revelaba su “imperfecto inglés”, también “reflejaba su ambivalencia y aprensión ante los esfuerzos norteamericanos”. El difunto, prosigue, reconocía que Estados Unidos era “el mejor amigo que Israel jamás había tenido. Pero siempre sospechaba de que Washington le pudiera presionar para hacer algo que no quería”.
Seth Lipsky, en el Daily Beast (otro homenaje de este autor, en Haaretz, es para lectores de pago), mientras señala “la sorprendente capacidad de palabra de Sharón”, explica cómo éste y George W. Bush “dieron un ejemplo de relación entre un premier israelí y un presidente norteamericano que uno no puede sino desear para hoy en día”.
De hecho, como Elliott Abrams escribe en Commentary -en el que probablemente sea el homenaje más conmovedor-, Bush y Sharón eran afectuosos en lo personal. “Necesitamos que esté sano”, recuerda Abrams que Bush le decía a Sharón.
“No trabaje demasiado duro. ¡Siga horarios racionales! Vigile lo que come. ¡Quiero ver a un Sharón más delgado! Necesitamos su liderazgo y su valor para lograr la paz”. Sharón respondía que ambos podían lograr muchas cosas: “No me cabe la menor duda de que podré seguir adelante”, decía, “mientras el terrorismo no se detenga; Israel no colaborará con el terrorismo”. Ésa fue la última vez que hablaron.
El 4 de enero de 2006 Sharón sufrió en su rancho el ataque masivo del que nunca se recuperó. Se esperaba su muerte, y en Washington hicimos planes para el funeral; el presidente tenía intención de asistir. Escribí un elogio fúnebre para que lo leyera en la ceremonia, y guardé la versión definitiva, reelaborada por los escritores de discursos, durante los meses siguientes, para que estuviera a mano cuando Sharón falleciera:
Ariel Sharón también conoció este país como soldado. Se alistó en la lucha por una patria judía cuando era un muchacho (…), combatió en todas las guerras de Israel (…) y resultó gravemente herido en combate. Durante su carrera en el Ejército se familiarizó con cada pulgada de terreno. Sabía la altura de las colinas (…), la anchura de los ríos (…) dónde era probable que se ocultaran o atacaran los enemigos. Y sabía que la tierra que amaba necesitaba tanto espadas como arados para prosperar en un entorno siempre duro y, a menudo, hostil. Ariel Sharón era un general brillante, y condujo Israel a algunas de sus victorias más célebres. La experiencia también le enseñó el coste de la guerra. En su autobiografía escribió: “A los veinte años, la mayoría de mis amigos estaban muertos”. Por eso creía tanto en mantener fuerte a Israel, porque conocía los costes. Como entendía esos costes, el hombre que labró su reputación en combate también dejó su huella como pacificador.
En su búsqueda de la paz, siendo primer ministro demostró ser tan audaz y lleno de recursos como cuando fue general y comandante de carros de combate. Como líder de su nación, tomó decisiones que le causaron gran dolor personal, y que sabía serían impopulares entre muchos de quienes habían sido sus partidarios más cercanos. Pero mantuvo sus decisiones, porque este guerrero ya no soñaba con más victorias en combate: soñaba con la paz para el pueblo al que dirigía. Y cuando comprometió a Israel en un nuevo plan de paz, lo hizo en los mismos términos en los que había insistido durante toda su vida: desde una posición de fuerza.
Traer la paz a su pueblo fue la tarea de su vida, y Ariel Sharón siguió trabajando en ella hasta el momento en que sufrió el ataque. Su energía y determinación fueron fuente de inspiración para hombres mucho más jóvenes que él. Como las Escrituras dicen de Moisés: ni se habían debilitado sus ojos ni había decaído su vigor.