¿Quieren democracia los turcos?
Fuente: Commentary- Traducido por El Med.io
Por Michael Rubin
26/2/14
Mientras algunos estadistas creen que resulta sofisticado restar importancia a la necesidad de libertad, gente corriente de todo el mundo está demostrando que se equivocan. Los ucranianos se negaron a aceptar los intentos del nuevo expresidente Viktor Yanukóvich por reorientar Ucrania hacia el Este. Defendieron sus libertades y lucharon cuando fueron atacados. Finalmente triunfaron -al menos de momento- cuando el Parlamento, en repuesta a las exigencias populares, destituyó al presidente.
Los egipcios tampoco estaban dispuestos a aguantar la constante corrupción del presidente Hosni Mubarak y su creciente desprecio por el pueblo, ni estaban dispuestos a consentir que el presidente Mohamed Morsi vaciara de contenido sus promesas y desdeñara, cada vez más, los principios democráticos que había defendido durante las campañas presidenciales. Regresaron masivamente a laplaza Tahrir para exigir un compromiso por parte de Morsi y, cuando éste se negó, fue derrocado.
En Venezuela la gente también está diciendo “basta” a un Gobierno que ha tomado la que posiblemente sea una de las naciones más ricas de Sudamérica y la ha convertido en un lugar atrasado y empobrecido. Si bien muchos venezolanos pueden haberse enamorado del discurso sobre democracia y justicia social de gente como el difunto presidente Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, su conducta demuestra claramente que cualquier compromiso con la democracia no es más que pura fachada en su búsqueda del poder.
En Turquía también hay un líder cada vez más autocrático que supone una amenaza. Cuando era alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan bromeó con que la democracia era como un tranvía: “vas en ella hasta donde necesitas ir y luego te bajas”. Ha demostrado ser hombre fiel a su palabra: ha actuado para consolidar su poder, vaciar de poder al sistema judicial, aplastar la libertad de expresión, controlar a los medios de comunicación y encarcelar a opositores políticos. Si bien los turcos se han alzado en contra de la decisión de Erdogan de pavimentar una de las pocas zonas verdes que quedaban en Estambul, los manifestantes no han persistido como lo han hecho sus colegas de otro países.
Demasiados turcos ilustrados y cultos han preferido callar, expresando en privado su consternación, pero guardando silencio en público. En Washington D.C., muchos analistas turcos, llevados por el miedo por los familiares que tienen en Turquía, o quizá en un cínico intento por seguir teniendo acceso a un régimen que castiga las críticas, se autocensuran o, lo que es aún peor, lanzan falsas alabanzas a los nuevos tiranos de Ankara. Una semana de manifestaciones no bastó para traer la democracia a Egipto, Ucrania o Venezuela, sino un movimiento sostenido, incluso ante los gases lacrimógenos y la violencia policial.
En los años posteriores a la revolución secular de Atatürk, bajo Ismet Inönü, Adnan Menderes o Erdogan, los liberales y progresistas turcos han consentido demasiado a menudo que líderes carismáticos socaven los cimientos de la democracia y conduzcan a Turquía a una autocracia. Una vez más, Turquía ha caído por el precipicio y ha acabado en una dictadura. Si los liberales turcos se conforman con sentarse cruzados de brazos en vez de defender sus libertades en las plazas de cada ciudad y de cada pueblo, puede que sea hora de llegar a la conclusión de que, pese a afirmar que defienden una perspectiva europea, los liberales turcos no desean lo bastante la democracia, simplemente. Los ucranianos están demostrando a diario que son ellos, y no Turquía, quienes se merecen Europa.
Los egipcios tampoco estaban dispuestos a aguantar la constante corrupción del presidente Hosni Mubarak y su creciente desprecio por el pueblo, ni estaban dispuestos a consentir que el presidente Mohamed Morsi vaciara de contenido sus promesas y desdeñara, cada vez más, los principios democráticos que había defendido durante las campañas presidenciales. Regresaron masivamente a laplaza Tahrir para exigir un compromiso por parte de Morsi y, cuando éste se negó, fue derrocado.
En Venezuela la gente también está diciendo “basta” a un Gobierno que ha tomado la que posiblemente sea una de las naciones más ricas de Sudamérica y la ha convertido en un lugar atrasado y empobrecido. Si bien muchos venezolanos pueden haberse enamorado del discurso sobre democracia y justicia social de gente como el difunto presidente Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, su conducta demuestra claramente que cualquier compromiso con la democracia no es más que pura fachada en su búsqueda del poder.
En Turquía también hay un líder cada vez más autocrático que supone una amenaza. Cuando era alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan bromeó con que la democracia era como un tranvía: “vas en ella hasta donde necesitas ir y luego te bajas”. Ha demostrado ser hombre fiel a su palabra: ha actuado para consolidar su poder, vaciar de poder al sistema judicial, aplastar la libertad de expresión, controlar a los medios de comunicación y encarcelar a opositores políticos. Si bien los turcos se han alzado en contra de la decisión de Erdogan de pavimentar una de las pocas zonas verdes que quedaban en Estambul, los manifestantes no han persistido como lo han hecho sus colegas de otro países.
Demasiados turcos ilustrados y cultos han preferido callar, expresando en privado su consternación, pero guardando silencio en público. En Washington D.C., muchos analistas turcos, llevados por el miedo por los familiares que tienen en Turquía, o quizá en un cínico intento por seguir teniendo acceso a un régimen que castiga las críticas, se autocensuran o, lo que es aún peor, lanzan falsas alabanzas a los nuevos tiranos de Ankara. Una semana de manifestaciones no bastó para traer la democracia a Egipto, Ucrania o Venezuela, sino un movimiento sostenido, incluso ante los gases lacrimógenos y la violencia policial.
En los años posteriores a la revolución secular de Atatürk, bajo Ismet Inönü, Adnan Menderes o Erdogan, los liberales y progresistas turcos han consentido demasiado a menudo que líderes carismáticos socaven los cimientos de la democracia y conduzcan a Turquía a una autocracia. Una vez más, Turquía ha caído por el precipicio y ha acabado en una dictadura. Si los liberales turcos se conforman con sentarse cruzados de brazos en vez de defender sus libertades en las plazas de cada ciudad y de cada pueblo, puede que sea hora de llegar a la conclusión de que, pese a afirmar que defienden una perspectiva europea, los liberales turcos no desean lo bastante la democracia, simplemente. Los ucranianos están demostrando a diario que son ellos, y no Turquía, quienes se merecen Europa.