jueves, 1 de mayo de 2014

Los Cohaním y su tarea: una receta para vivir en plenitud


Los Cohaním y su tarea: una receta para vivir en plenitud
Parashah EMOR
BHN”V
A nuestro libro de Vaikrá, dijimos, le cabe la denominación de Sefer Torát Cohanim, que le agrega una dimensión básica a su contenido: contarnos acerca de las peculiares condiciones de una Tribu, Shebet, entre las doce que conformaban al pueblo de Israel, la de Leví y su ramificación esencial, los Cohanim o Sacerdotes.
Cabe explicar al lector que el Sacerdote o Cohen, y entre estos el máximo dirigente espiritual de Am Israel, el Cohen Gadol, Sumo Sacerdote, surgió de “entre las filas” de la tribu de Leví, siendo el primero de ellos Aharón Ha-Cohen, hermano mayor de Moisés, descendientes ambos de la mencionada tribu.
¿Qué rol le cupo y cabe al Cohen? ¿Por qué su importancia y el lugar de preponderancia que ocupó en tiempos del Templo de Jerusalem y aún tiene en nuestros días? ¿Cuáles fueron sus funciones en la antigüedad? ¿Qué deberes les asisten hoy en día y qué impedimentos deben conservar todavía? Muchas son, sin duda, las preguntas.
El libro de Vaikrá nos acerca respuestas a cada una de ellas. En honor a la verdad, el Tanaj todo nos brinda un detallado relato sobre estos seres humanos tan peculiares. Pero, sin ánimo de exagerar, son la Torá Shebealpé toda -la Mishná- y, posteriormente, el Talmud los que conservan la imagen pictórica, viva y real, de tan alto y noble dirigente que supo asumir, en toda época y circunstancia, la responsabilidad para la cual fue designado.
Existió un núcleo vital, en y alrededor del cual giró la vida política, social, económica y espiritual de la nación hebrea. El Mishcán en pleno desierto significó el “espacio” para el encuentro del pueblo judío con la Divinidad. Encuentro en el tiempo, Ohel Moed, y celebración con la eternidad.
El Bet Ha Mikdash, el Sagrado Santuario de Jerusalem, fue su destino terrenal definitivo.
En dirección a él se tornó el pueblo, las nueve tribus y media que habitaron Israel, ascendiendo física y espiritualmente a su recinto. Sus “ocupantes y guardianes” fueron los Levitas y los Cohanim.
¡Menuda “custodia” les cupo a quienes, desde la época del desierto, abrazaron la fe en D’s, enseñando, instruyendo, brindando lo mejor de su humanidad pero, también, defendiendo “a capa y espada” la idea monoteísta, destruyendo a cuanto “Becerro de oro” se erigiera y a sus constructores!
Serán los Leviim y los Cohanim quienes asuman un compromiso eterno de consagración al Todopoderoso, sirviéndoLe y transmitiendo los contenidos de Su Ley, nuestra Torá.
Por esa razón, no dispondrán de tierras propias en el momento de heredar las tribus de Israel la Prometida “Canáan”. Es más, su destino será el de ser “...esparcidos por Israel y divididos en el seno de Iaacov”, de acuerdo a la bendición final del Patriarca en Egipto.
En efecto, cuarenta y ocho ciudades serán las de los Leviim en todo el territorio del pueblo hebreo, algo así como un mínimo de cuatro ciudades o localidades en cada tribu considerando, como lo señalamos, que nueve shebatim y medio habitaron la tierra de Canáan, y dos tribus y media lo hicieron allende el Jordán (Reubén, Gad y media tribu de Menashé).
Las doce tribus se vieron “abastecidas” de esta manera con los maestros y encargados de transmitir laTorá, desde el aspecto textual -la Torá Escrita- hasta su aplicación y enseñanza “boca a boca”, la ToráOral. De modo que los primeros “profesionales” en educación, en el pueblo judío, fueron los Levitas, quienes también eran amantes de las artes y por ello fueron los Leviim encargados, en el ámbito del Santuario de Jerusalem, de ejecutar la música que acompañaba el ritual diario de los Sacrificios, entonando los Salmos, Tehilim, compuestos tan bellamente por el rey David.
El “Shir shel Iom”, el salmo que se recitaba para cada día de la semana, recuerda esta función en nuestras plegarias actuales. Sin duda, fueron un grupo humano muy particular que, en el devenir de los tiempos, ocupó un lugar de preeminencia en la sociedad judía toda. Su presencia, la del Cohen y elLeví, en dependencias del Bet Ha Mikdash garantizaba -si así lo podemos decir- la Avodá, o sea, el Ritual Cotidiano, el Servicio a D’s, el “contacto” diario con lo Divino. En suma: la esencia constitutiva misma de Am Israel.
Por otro lado esta presencia era indicadora de otra realidad: la terrenal, la “conexión a tierra” por llamarla de alguna manera. Pues el Cohen y el Levi habrían de “comer, beber, vestir y en síntesis vivir” de la solidaridad, bondad y equidad, jesed tsedaká, de toda una sociedad -la del pueblo de Israel- que acercaría, al espacio del Santuario, el fruto de sus manos (vegetal o animal), no solo como agradecimiento al Creador sino, también, en responsable actitud para con aquellos que “cuidaban y optimizaban ese vínculo”.
Desde ya, no es nuestro propósito idealizar, pero la sociedad bíblica no permite otra comparación que con el ideal, al menos desde la propuesta y cuando la acción es precedida por la intención.
Cuando el “cuerpo”, guf, contiene y manifiesta su “alma”, neshamá, cuando compartir es reconocer el lugar propio y la verdadera necesidad del otro, nos acercamos a la comprensión de esta particular organización solidaria -material y espiritual- del pueblo judío en el pasado.
Nada podía faltarle al maestro, al Servidor, a aquel que daba todo de sí por multitudes anónimas que estaban esperanzadas en él -el Cohen- y en todos ellos, los Levitas. El último de los Profetas, Malají, que vivió los tiempos de la reconstrucción del Segundo Templo de Jerusalem, resume con elocuencia el lugar del Levi -y por extensión del Cohencuando explica: ...Berití haietá itó hajaim vehashalom”, “Mi pacto (dice el Todopoderoso) fue para con él, la Vida y la Paz”.
Dejemos que el texto continúe hablando por sí solo: ...Torát emet haietá befíhu..., la Ley de la Verdad estuvo en su boca, “ve’avlá lo nimtsá bisfatav”, la injusticia y la inmoralidad no habitó jamás sus labios. Y el profeta sigue diciendo: “Beshalom ubemishor halaj Ití”, que en paz y en rectitud se encaminó Conmigo (dice D’s), “verabim heshib meavón” y a multitudes retornaron de sus transgresiones.
He ahí la semblanza de una enorme tarea, entrega y dedicación, pero también la de una gran responsabilidad. Ese es el perfil deseado -aunque no siempre hallado- para quienes habrían de dirigir, orientar, perpetuar y sensibilizar el vínculo de toda una nación para con Su Padre Celestial. En verdad, estar a la altura de las circunstancias es tan necesario como difícil.
Concluye su apreciación el profeta: ...Ki sifté cohen ishmerú dáat, ve Torá iebakeshú mipíhu”:
Pues los labios del Cohen atesorarán la sabiduría, y la Torá habrán de requerir de su boca; “ki maláj HaShem Tsebaot hú”: pues el cohen, y por ende el Leví, alcanzan en la dimensión profética el rango de “Ángel del Todopoderoso”, es decir, Su emisario y Su transmisor, el hacedor de Su Palabra de vida y de paz, Su pacto, berit, nuestra Torá...

Rab. Mordejai Maarabi. Rab. Oficial de la Olei


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